Cuando escuchamos hablar de las sustancias psicodélicas es bastante fácil que nuestra imaginación dibuje a un hippy alucinado mientras escucha a Janis Joplin o a un moderno ravero chupando bafle mientras escucha música psytrance. Al escuchar los nombres de las plantas milenarias de las que se extraen visualizamos rituales chamánicos en una selva amazónica o retiros espirituales. Pero el mundo está viviendo una revolución psicodélica donde dichas sustancias han saltado de la fiesta o los rituales a los laboratorios farmacéuticos, ensayos clínicos o a los divanes de los terapeutas.

La psilocibina —compuesto de los hongos alucinógenos—, el DMT extraído de la ayahuasca, el 5-MeO-DMT del sapo bufo, la ibogaína u otras drogas más conocidos en ambientes de fiesta como la MDMA (éxtasis), el LSD o la ketamina están siendo utilizadas en estudios farmacológicos de todo el mundo, así como en clínicas en las que están experimentando con los efectos sobre el cuerpo y los estados de la conciencia a la que conducen dichas sustancias. Tratamientos para el estrés postraumático, depresiones, ansiedad o para curar las adicciones al alcohol u otras drogas están siendo investigadas a lo largo de todo el globo. Los reguladores y las agencias farmacológicas de varios países se abren cada vez más a su aprobación y muchas farmacéuticas se han enzarzado en una carrera por probar los efectos positivos sobre la salud mental.

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