Mientras que varios países europeos, Australia y Canadá llevan décadas implementando salas de consumo supervisado para reducir riesgos y daños asociados al consumo, Reino Unido siempre mostró resistencia a adoptarlas. Sin embargo, la apertura de la primera sala en Glasgow podría marcar un punto de inflexión en la política británica de reducción de daños.
Un estudio liderado por Petra Salisbury y Darren Hill puso en el centro del debate a quienes más se beneficiarían de estos espacios: las personas consumidoras de sustancias. La investigación, basada en entrevistas con personas usuarias de heroína y crack, revela sus perspectivas y necesidades en relación con las salas de consumo.
El enfoque de reducción de daños en el Reino Unido se consolidó en la década de 1980, en respuesta a la epidemia del SIDA. Estrategias como el acceso a jeringas limpias y educación sobre prácticas seguras lograron prevenir la propagación del VIH y otras enfermedades de transmisión sanguínea. Sin embargo, la crisis financiera de 2012 trajo consigo recortes que afectaron a los programas de salud pública, desplazando el foco hacia la recuperación y abstinencia, en detrimento de los servicios de reducción de daños.
A pesar de los obstáculos, activistas y expertas han seguido presionando para la apertura de salas de consumo, que ofrecen un entorno seguro y supervisado para el consumo de drogas, reduciendo el riesgo de sobredosis y promoviendo el acceso a servicios de salud y apoyo social.
La investigación de Salisbury y Hill se basó en entrevistas con nueve personas que se inyectan drogas y cuatro trabajadoras del sector, aunque solo se recogieron las voces de las usuarias en los resultados. Uno de los hallazgos más significativos es que las participantes no solo ven las salas como un lugar seguro para inyectarse, sino como espacios donde podrían recibir apoyo integral.
Además, muchas expresaron frustración con las farmacias que ofrecen intercambios de agujas, debido a la variabilidad en horarios y disponibilidad de insumos. Y mencionaron que el personal farmacéutico a menudo carece de conocimientos sobre prácticas de inyección segura. Por otro lado, los programas de intercambio de jeringas en centros de tratamiento fueron mejor valorados, aunque también enfrentan problemas de recursos. «Si alguien me hubiera enseñado a inyectarme bien, mis venas no estarían destrozadas», dijo una de las personas entrevistadas.
Las participantes enfatizaron también que una sala debería ofrecer más que un simple espacio para inyectarse. Además de supervisión médica, pidieron acceso a información sobre reducción de daños, tratamiento de heridas, asesoramiento psicológico basado en traumas y apoyo en áreas como vivienda, beneficios sociales y estabilidad financiera.
Otro punto clave del estudio es que las propias personas usuarias reconocen que las salas benefician a toda la comunidad. Muchas mencionaron que estos espacios reducirían el consumo en la vía pública y la cantidad de jeringas desechadas en lugares públicos, lo que disminuiría el riesgo para la población general. «No me gusta ver a la gente consumiendo drogas en la calle, porque yo mismo he vivido esa vida y no es bonita. Pero si las salas pueden mantener a las personas seguras y bajo la supervisión de profesionales, entonces estoy completamente a favor», destacó otra de las personas entrevistadas.
Aunque la sala de Glasgow es la primera en el Reino Unido, su impacto podría generar un cambio en la forma en que el país aborda la crisis de sobredosis. Este estudio subraya la importancia de incluir las voces de quienes usan drogas en el diseño de estas políticas, asegurando que las salas sean espacios que realmente respondan a sus necesidades.