Tiempo y comunidad: creando red más allá del estigma
Centre d´Acolliment Diürn. La importancia del tiempo en situaciones de gran vulnerabilidad y consumo de sustancias.
Julia Molins | Barcelona
Este espacio es aprender a lidiar con el colocón y partirlo en mil pedazos, hacerlo picadillo. Entender que todo pasa, que pasará. Aquí no dejamos que las aves hagan nido en nuestras cabezas. Aquí no nos preocupamos por ellas. Aquí nos preocupamos del ajo y la sal, del agua hirviendo; (…) del abono en la tierra, de encontrarnos y reencontrarnos.
Vinimos con hambre de curiosidad y para saber qué se daba. Una vez aquí, hubo cocina, hubo familia.

Fotografías tomadas dentro del espacio «Cuina Oberta». Durante el encuentro se piensa y se prepara una o varias recetas para compartir y sentarse a comer con el resto de compañeras. Julia Molins.
Este es un extracto del manifiesto escrito junto a las personas usuarias del Centre d’Acolliment Diürn en Barcelona. Un manifiesto que pretende interpelar a quien lo lee, y explicar con sus propias palabras que se siente y se mueve dentro de este proyecto, creado en enero de 2024 por la Fundación Àmbit Prevenció, con la colaboración del Departamento de Derechos Sociales de la Generalitat de Catalunya. A día de hoy, se han atendido alrededor de cuarenta personas, la mayoría en situación de calle, consumo activo y otras situaciones de vulnerabilidad.
No se trata de un espacio físico donde ir a hablar con un profesional que atienda su demanda, sino que el proyecto se formula a través de una relación inversa. No acudimos al despacho, el despacho acude a nosotras. «Estoy harta de sentarme en una mesa delante de una trabajadora social y contarle mi vida una y otra vez. ¡Qué lean! ¡Qué escriban lo que les cuento! Duele repetir las historias, que ni una misma quiere escuchar tantas veces, y en un sitio tan frío como ese», dice Carmen, una de las usuarias del proyecto mientras prepara la mesa para comer.
Entre los fogones de una cocina, el trabajo en el huerto o un taller de fotografía, se construyen vínculos y espacios seguros, donde las necesidades de las personas que acuden a diario a estas actividades se van destapando una a una, con el debido acompañamiento de los y las profesionales que trabajan en el recurso.
Natalia Lanzas, técnica en intervención y encargada de la gestión y dinamización de estos espacios, explica que el proyecto no solo nace de la necesidad de poder realizar una atención más personalizada, sino también con la idea de abrir sus expectativas en cuanto a la posibilidad de entrar o participar en otros proyectos. «Poder escuchar sus demandas y hacerlas reales. No porque sean personas consumidoras tienen por qué estar en los mismos recursos de siempre. El proyecto se ha ido creando, especialmente, con la red del barrio del Raval. Hemos probado diferentes actividades donde comparten espacios con otras vecinas del barrio”. Según destaca Lanzas, iniciativas como esta, que se elaboran a través de sinergias establecidas con otros proyectos, provocan que los vecinos y vecinas tengan otra mirada hacia estas personas.

Peck y Natalia Lanzas durante el espacio de cocina. Febrero de 2025. Julia Molins.
En la actualidad, el Centre d’ Acolliment Diürn colabora con varias entidades y espacios del barrio, donde los diferentes perfiles se mezclan. Cuando su carta de presentación es el plato que han cocinado para el grupo en el taller de cocina o una conversación sobre el último concierto de Niña Pastori al que asistieron, y no la sustancia que consumieron hace un rato o el punto de Montjuïc donde duermen, la percepción cambia: los vecinos se acercan y el estigma se diluye. Y esto mismo es lo que ocurre dentro de este proyecto, que desde una perspectiva de reducción de daños se cuestiona el modelo tradicional de espacios diseñados –de manera explícita o implícita– para ciertos colectivos, los cuales terminan perpetuando estigmas y alejándolos de la red, del barrio y del grupo.
Calle y consumo van de la mano
Jay, de 31 años y natural de Reino Unido, acude casi a diario a las diferentes propuestas del proyecto. Vive en una tienda de campaña en el centro de Barcelona y explica como el participar en estas actividades ha significado para él tener una rutina. «Antes solo pensaba en mis cinco euros diarios de Tina (metanfetamina). Yo tomo drogas para escapar de mi vida, de mi realidad. Para no pensar en mi historia. Pero ahora tengo una rutina. Y la sé: lunes y viernes cocinando, martes ordenador, miércoles… ¡algo! Cada día hay algo para hacer. Cuando estoy con vosotras, la tina no está en mi mente. En dos meses con vosotras he aprendido que cuando pongo el foco en algo constructivo, no necesito Tina. Necesito hacer algo constructivo con mi vida, no buscar la próxima pipa».
Jay no es el único que pone sobre la mesa la importancia de tener una motivación o una rutina cuando hablamos de la relación que existe entre calle, consumo y tiempo. Mucho tiempo. Es un tema que ya ha salido en varias ocasiones. Mientras se está con el grupo hay que mantener el lugar cuidado, y eso implica también a nivel relacional. Tener un espacio de encuentro seguro, que puedan hacer suyo y compartirlo. Tener un horario fijo o una actividad diaria a la que acudir está teniendo consecuencias directas en su calidad de vida, y esto quieren cuidarlo. «Tienen ganas, se despiertan pensando en qué vamos a hacer hoy, en qué propuestas pueden hacer, qué vamos a cocinar, de qué vamos a hablar o dónde vamos a ir; porque también estamos haciendo salidas culturales como ir a conciertos, a exposiciones de arte…», resalta Lanzas.

Jay explica que está muy contento porque se siente mejor de salud. Una de las trabajadoras del proyecto le acompañó al médico y la medicación le está haciendo efecto. Julia Molins.
Peck, como le llamaban en el barrio de Chile donde se crió, llegó a Barcelona hace 30 años. Ingeniero de profesión y padre de dos niñas, su vida dio un giro inesperado hace dos años, cuando se quedó en situación de calle. «Consumo para tapar vulnerabilidades, para evitar el hambre, el frío. Es más barato consumir que intentar comer todos los días, ¿entiendes? Ahora las drogas son muy asequibles. Mi mente no las quiere, pero mi cuerpo las necesita». A día de hoy es un habitual del proyecto. «Llevo tres días sin consumir para poder estar con Natalia en el taller». Peck acude a cocina dos veces a la semana, a clases de batería, y está esperando a entrar en un curso de robótica. Todo esto comenzó hace tres meses cuando se enteró que podía ayudar a montar una exposición fotográfica en el Casal del Raval y, desde entonces, ha estado muy presente en el proyecto. Acaba la entrevista diciendo algo que resuena a muchos de los que están presentes. «Fuimos parte de la calle, pero no somos la calle».
Es lunes, las siete personas que han venido hoy a la cocina comunitaria del mercado de Sant Antoni están limpiando después de comer. «Cuando vengo aquí puedo hacer cosas normales, como lavar los platos. Lo echaba de menos», comenta Jay mientras limpia la cocina. «Hay mucha gente en este taller, pero aquí sientes que existes». A las cinco todo limpio. Un cigarro a la salida y se despiden. «Hoy ha sido día tranquilo, a ver qué tal mañana».

Retrato de Peck minutos antes de entrar al próximo taller. Julia Molins.

Para Dani el tiempo que pasa en el huerto es muy importante. Natural de Honduras, explica cómo en su país cultivaba arroz y frijoles, mientras elige el sitio donde quiere que se le tome el retrato. Julia Molins.

Son las cinco y media de la tarde y uno de los encuentros ha finalizado. Juan se despide subiendo las escaleras de Mercado de Sant Antoni, Barcelona, con su Maleta Azul, donde carga con toda su casa. No quiere llegar tarde al comedor social y de ahí directo a buscar un lugar donde dormir. Julia Molins.
*Foto de portada: Bay quita las malas hierbas de la parcela del huerto que les toca cuidar. Comenta que ha tenido malos días y que por eso no ha venido a otros espacios del proyecto. El huerto es su lugar favorito y se aprovecha este espacio con él para realizar seguimiento y tramitar diferentes gestiones. Julia Molins.