En el “Foro Mundial contra la corrupción” celebrado en Washington a instancias de la administración del presidente Clinton, en 1999, justo cuanto este estaba a punto de separarse del poder fue numerosa la asistencia de representantes de los dos mundos, de 89 países en total. Y ahí, gente esclarecida del mundo perpetuamente en vías de desarrollo, harto conocedora del asunto, planteó claramente el problema de la doble responsabilidad en la comisión del delito que más abunda en los intercambios internacionales, el delito de la corrupción. Los representantes de Argentina y Bolivia se esmeraron en dejar sentado que si bien era indispensable para la realización de tal delito la participación de funcionarios gubernamentales, se requería la invitación a delinquir de parte de quienes ofrecían la contraprestación en dinero. Quienes así tientan a los funcionarios dispuestos a corromperse son por lo regular grandes transnacionales, que operan siempre bajo banderas de determinados países.

Ante la evidencia de esta doble responsabilidad, los representantes del mundo de las transnacionales, además de su cándido asombro, manifestaron su conveniencia de combatir los perversos hábitos de esta fauna, que tan libremente ha logrado crearse en todas las áreas del planeta asiduos clientes. Particularmente aquellas transnacionales que se ocupan de traficar armas, realizar construcciones y comercializar el petróleo, de donde manan continuamente esas tentaciones a delinquir. Pero no se tiene noticia de que transnacional alguna haya sido tocada por sanción o siquiera censura de cualquier género. Todo lo opuesto.

Alemania, parece que deduce de los impuestos que cobra a sus transnacionales el monto de lo que hayan invertido para obtener los favores de los corruptos funcionarios con los que han negociado. Francia, ha resultado imbatible en materias de sobornos y comisiones, particularmente —como lo hemos visto en estos últimos días— en sus relaciones con los sufridos países de América Central, de cuya emancipación del yugo estadounidense el país galo siempre ha estado pendiente. Y los españoles, por su parte, han mostrado en Argentina y Venezuela que ya están a la par de los más desarrollados países de la Unión Europea.

En definitiva, este asunto de la globalización de la corrupción se asimila cada vez más al tráfico de drogas ilícitas. Aquí también se trata de una doble responsabilidad, la de los países que consumen los estupefacientes naturales y la de los países que los producen, también todos en permanentes vías de desarrollo. Pero en materia de droga, se ha hablado de legalización y eso sí es verdad que no puede hacerse con la corrupción, pues obviamente, los encargados de aplicar la ley serían igualmente tentados por el Mefisto transnacional.

Firmado: Oswaldo Barreto

Profesor de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela

Publicado en TalCual 27-10-2004