Consumir drogas es reforzante cuando la persona tiene dependencia de las mismas. Por contra, dicho consumo suele acarrearle paralelamente graves consecuencias en todos los aspectos, por lo que ese momento agradable acarrea muchos más momentos desagradables. Al final, el consumo produce un «enganche» importante, y lleva a la persona a no aceptarse a sí misma, a infravalorarse y, en suma, a ser infeliz.

Ser feliz, entendido en este sentido, o más feliz que antes, se consigue siendo la persona lo que quiera ser, pero no dependiendo de una sustancia. En tal caso no es libre; es dependiente. Ser uno mismo, poder elegir, implica controlar a la sustancia y no al revés, que la sustancia le tenga controlado.

Cuando una persona tiene control personal, cuando siente que lo que hace lo hace porque quiere hacerlo y lo hace cuando quiere, entonces tiene un sentido de libertad que implica sentirse bien consigo misma y feliz. Ello se aprecia en estar más contento, dar importancia a las cosas sencillas, redescubrir el mundo de su entorno y, en suma, aceptarse mejor a sí mismo. Este es el camino de ser más feliz. Y, ser feliz, es más sencillo de lo que parece y el conseguirlo está dentro de nosotros mismos, no fuera, ni en los productos químicos ni en las conductas adictivas. Nuestro organismo nos permite gratificarnos y ser nosotros los que guiemos esa gratificación y no que nos venga impuesta de fuera y que no la podamos controlar.