Tomado de Bitácora Médica, octubre 25, 2010
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El quinto elemento al examinar un paciente es ver si tiene dolor, pues este síntoma es muy frecuente en muchas enfermedades y a veces no se le pregunta al paciente o no se palpa una determinada región del cuerpo para descubrirlo. Muchas veces sólo se limita el examen a la toma de los signos vitales básicos  que nos enseñaron en las escuelas de medicina: la tensión arterial, el pulso, la frecuencia respiratoria, y la temperatura.

En esta era de gran variedad de analgésicos (aines, opiodes, anestésicos, antidepresivos, anticonvulsivantes con efecto en la modulación del dolor, esteroides, etc.) en el mercado farmacéutico y en la competencia entre laboratorios, es necesaria una dosis de AMOR; pues estudios recientes reflejan cierta mejoría del dolor físico en ciertos estados de distracción como en el deporte o al estar enamorados, es por eso que transcribo algo relacionado con este tema; sobre todo porque en la fisiopatología del dolor están involucrados muchos de los neurotransmisores cerebrales comunes en los estados emocionales y algunos de los medicamentos o analgésicos  interactúan como moduladores del dolor  con estos neurotransmisores cerebrales y en regiones muy comunes del encéfalo, compartiendo los mismos receptores.

Científicos de  la Universidad de Rutgers (EEUU), han descubierto que el amor es un cóctel de hormonas y  neurotrasmisores: adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina y vasopresina, que ponen en funcionamiento tres regiones concretas del cerebro: el área ventral tegmental, el núcleo accumbens y el núcleo caudado.

Según estos especialistas, la primera fase del amor (deseo) está guiada por la segregación de hormonas sexuales tanto de hombres (testosterona) , como mujeres (estrógenos). Estas sustancias producen en el organismo sensaciones similares a las que sienten los consumidores de opiáceos. La adrenalina, por su parte, es la responsable de que el corazón se acelere, la boca se seque y las manos se empeñen en sudar por su cuenta.

Sólo en un segundo momento (atracción), se pone en juego la dopamina, la sustancia que segrega nuestro organismo en situaciones placenteras, como las relaciones sexuales, comer chocolate o un chute de cocaína. En su tarea de unión emocional con la persona amada, la dopamina tiene dos aliadas clave: la serotonina y la oxitocina.

El amor es un fármaco milagroso. Y una droga potente. Literalmente. Investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford aseguran que los sentimientos que provocan las pasiones amorosas pueden ser increíblemente eficaces para aliviar el dolor, con un poder calmante similar al de los analgésicos o incluso al de drogas como la cocaína.

«Cuando las personas están en fase de apasionamiento, hay alteraciones significativas en su estado de ánimo que influyen en su experiencia del dolor», explica Sea Mackey, autor principal del estudio, que se publica online en PLoS ONE. «Estamos empezando a identificar algunos de esos sistemas de recompensa en el cerebro, y a reconocer cómo influyen en el dolor», apunta. Un sistema en el que está involucrada la dopamina, un neurotransmisor que influye en el estado de ánimo, la recompensa y la motivación.
“Los recientes conocimientos han demostrado un papel central para la neurotransmisión dopaminérgica en la modulación de la percepción del dolor y la analgesia natural [reducción del dolor] en regiones supraespinales dentro [del cerebro], incluidos los ganglios basales, insula,  parte anterior del cíngulo en la  corteza temporal, tálamo y  sustancia gris periacueductal”. Fuente: Expertos de Neurotherapeutics. Mayo.2008.

El premio Príncipe de Asturias del año 2010 fue dado a tres científicos (dos hombres y una mujer): dos norteamericanos y uno israelita, graduados de bioquímicos, además de genetista y psicólogo uno de ellos y fisióloga-bióloga el otro. Ellos han trabajado e investigado en la comprensión del dolor y otras sensaciones como el frío o el calor. Sus trabajos investigan los receptores, canales y mecanismos moleculares que regulan esta sensación. Pero, sobre todo, abren una puerta esperanzadora al desarrollo de una nueva generación de medicamentos más eficaces para combatir el dolor cuando se convierte en un problema crónico, uno de los retos de la medicina.

Uno de ellos, Linda Watkins, descubrió un nuevo agente del dolor, las células nerviosas no neuronales denominadas células gliales, claves en los estados de dolor patológico y en los que se producen después de una lesión nerviosa. Sus investigaciones han sido fundamentales en el estudio de las causas por las que algunos tratamientos analgésicos actuales, actuando exclusivamente sobre la neuronas, no consiguen atenuar con éxito el dolor.

Asimismo, sus trabajos han determinado cómo todas las clases de analgésicos opioides activan las células gliales haciendo que liberen sustancias neuroestimulantes, que suprimen los efectos calmantes de este tipo de fármacos y desarrollen la tolerancia a los mismos, la dependencia e incluso la depresión respiratoria. Linda Watkins ha descubierto que estos efectos no se producen a través de los receptores opioides clásicos sino a través de un receptor distinto, denominado TLR4, que resulta clave en la activación glial, lo que constituye una nueva diana farmacológica.

Si tenemos algún dolor, vamos a tratar de amar, para ver si se nos calma en algo y así reducir la dosis de analgésico. Todavía la industria farmacéutica  no ha inventado una “pastilla” que contenga el sustrato amor para calmar el dolor físico o el dolor del alma. Sólo el amor verdadero y amar a Dios hacen posible muchas cosas.

Firmado: Dr. Rubén Darío Lopera
Médico cirujano de la Universidad Central de Venezuela. Especialista  de   Neurocirugía en el  Hospital  Central  de  Barquisimeto (estado Lara, Venezuela).