El estudio “No soy una adicta”, de la Revista Adicciones, analiza cómo las mujeres chinas que consumen metanfetaminas (meta) interpretan su relación con esta sustancia y las razones que las llevan a seguir usándola. La investigación de Liu Liu y Wing Hong Chui, se basó en entrevistas a 49 mujeres que se encontraban en tratamiento obligatorio en instituciones de la provincia oriental de China, todas arrestadas al menos tres veces por consumo de drogas. El objetivo fue entender sus experiencias y percepciones sobre la adicción, así como los factores sociales y personales que condicionan su consumo.
Uno de los hallazgos centrales es que la mayoría de las entrevistadas no considera que la meta sea físicamente adictiva. A diferencia de la heroína, que sí es vista como “altamente adictiva”, la meta se percibe como una sustancia que puede consumirse de forma controlada y sin generar dependencia física. Muchas de las participantes aseguraron que podían dejarla cuando quisieran y que su uso no les había causado problemas graves. Sin embargo, más de la mitad reconoció experimentar una fuerte dependencia psicológica, describiéndola como una fuente de placer, energía y euforia difícil de sustituir.
El consumo de meta se justifica en gran medida por su función social. Treinta y ocho de las entrevistadas afirmaron que la utilizaban principalmente en contextos de convivencia con amistades, donde su consumo es un elemento central para mantener los lazos y participar en la vida del grupo. Algunas compararon su papel con el de invitar a té, café o una comida: un gesto de hospitalidad y disfrute compartido. En estos círculos, la meta no solo está normalizada, sino que se percibe como indispensable para la interacción social.
Además de su dimensión social, las mujeres señalaron motivos funcionales para su consumo. Entre ellos, aliviar el estrés, mejorar el estado de ánimo, combatir la soledad, mantener la figura y, en algunos casos, aliviar dolores físicos o tratar enfermedades menores. Dieciséis participantes destacaron el uso de la meta para perder peso, relacionándolo con ideales de belleza y presión social por la delgadez. También se mencionó su uso para contrarrestar el alcoholismo o recuperarse rápidamente de sus efectos. Estas funciones contribuyen a que las consumidoras no perciban su hábito como un problema, sino como una herramienta útil en su vida diaria.
El contexto socioeconómico de las participantes resulta clave para entender su consumo. Muchas provenían de entornos con bajo nivel educativo, empleos inestables o ausencia de trabajo. En estos entornos, el consumo de drogas está más normalizado y se convierte en una forma de pertenencia e integración. Esta situación refleja un fenómeno de “normalización diferenciada”, en el que ciertas conductas estigmatizadas por la sociedad general son aceptadas en grupos específicos.
A pesar de que las mujeres minimizan el potencial adictivo de la meta, varias reportaron consecuencias físicas y psicológicas negativas: insomnio, paranoia, alucinaciones, problemas cardíacos y pulmonares, depresión y pérdida de memoria. Sin embargo, estos síntomas no siempre fueron asociados por las propias consumidoras con la droga, lo que dificulta la percepción de riesgo y la motivación para dejarla.
El estudio concluye que se requieren intervenciones adaptadas al género y a las realidades sociales de las mujeres consumidoras. Además, las autoras recomiendan programas educativos sobre la meta y sus efectos desde la escuela, así como campañas en redes sociales que alcancen a mujeres jóvenes y a aquellas que abandonaron la educación formal. También proponen que los tratamientos incluyan estrategias para sustituir las funciones que la sustancia cumple en la vida de estas mujeres —como el alivio emocional o el control del peso— y que fomenten redes de apoyo y actividades libres de consumo.