En el mundo cada vez se encienden menos cigarrillos. La tasa de personas fumadoras ha experimentado un ligero descenso en los últimos años, pasando de un 22,7% de la población en 2007 a un 19,6% en 2019, según el Atlas del Tabaco elaborado por Vital Strategies y la Universidad de Illinois. Este retroceso obedece a medidas como la adopción de límites a la comercialización, las campañas de sensibilización, la prohibición de fumar en lugares públicos y, sobre todo, la imposición de elevadas tasas a la importación, lo cual repercute en el precio de la cajetilla. Sin embargo, en muchos países africanos la tendencia es inversa y el tabaquismo aumenta. La estrategia de esa industria es clara: los países menos desarrollados, con impuestos más bajos y población muy joven, son su objetivo.

Mamadou Diagne se apoya en un muro de una casa a medio construir del barrio de Ouakam, en la capital senegalesa. Con parsimonia, este joven comercial de una empresa de seguros saca un mechero del bolsillo y enciende su primer cigarrillo de la mañana. Asegura que fuma unos cinco o seis al día más o menos. “Los compro sueltos en la tienda que está junto a mi casa. A mi mujer no le gusta que fume, sobre todo por los niños, así que los disfruto en la calle”, dice mientras exhala el humo. Comprarlos no le supone un gran esfuerzo: una cajetilla de una conocida marca de tabaco estadounidense cuesta algo más de un euro, un precio irrisorio comparado con el de la mayoría de los países desarrollados, y que apenas se ha movido en los últimos años.

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