El mundo puede ponerse de cabeza, puede limitarse el contacto social, escasear la comida, estar aislados durante meses, pero el apetito por el consumo de sustancias se mantiene. Cinco consumidores nos cuentan sus experiencias de consumo durante el confinamiento.

La emergencia sanitaria que se ha desatado a partir de la aparición del COVID-19 y su inevitable llegada a Colombia ha hecho que la vida se transforme en muchos sentidos. En Bogotá los hábitos de consumo ya han comenzado a cambiar en lo que va corrido desde que se decretó el simulacro de aislamiento distrital y la actual cuarentena obligatoria.

Producto de la mixtura entre el distanciamiento social y el pánico colectivo, la nueva “normalidad” se ha convertido en largas filas a la entrada de los supermercados y, adentro, la desolación de las estanterías vacías de productos de primera necesidad. En las calles, además de los trabajadores que viven del diario, sólo quedan personas con hambre y sin hogar, mientras una mancha naranja de rappitenderos pinta el paisaje de esta nueva ciudad fantasma.

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