Experimentar periodos de abstinencia es cada vez más habitual entre unos jóvenes que parecen ser más conscientes de las desventajas del alcohol que sus predecesores. “Mis intentos de dejar el alcohol temporalmente responden a una necesidad de aliviar un malestar que muchas veces me queda después de un fin de semana de beber mucho”, afirma Eric González (nombre ficticio).
Este joven de 27 años que prefiere restar en el anonimato ha limitado su ingesta en diferentes ocasiones —“he alcanzado desde un par de semanas a un mes de consumo cero”—, una decisión que va más allá de sortear la indisposición física de la resaca, el dolor de cabeza y el cansancio general. “Quería evitar un malestar mental que se manifiesta sobre todo como un estado de ánimo algo depresivo, o el empeoramiento de este cuando estoy pasando por un mal momento”.
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