Los martes, viernes y los domingos, entre quince y veinte personas se reúnen en el número 2 de la rúa Hospitalillo. De esos encuentros de hora y media sacan la fuerza que necesitan para mantener, un día, una semana más, su compromiso de no volver a beber alcohol. A muchas de estas reuniones llega gente nueva que desaparece al cabo de dos o tres reuniones. «Muchos vienen por presiones familiares», explica Amador, uno de los miembros, «y cuando recuperan lo que habían perdido no vuelven». El programa, que ayer mismo cumplía 74 años en todo el mundo, es muy efectivo, pero «mientras no haya una decisión interna» no permite al alcohólico liberarse de su adicción.
Consta de «doce pasos para la recuperación del individuo», que debe ir cubriendo con ayuda de un «padrino», un socio con más experiencia, y que le permiten ir restableciendo su universo sentimental y «reparando el daño causado» por culpa de su adicción. Los grupos «no tienen jefes, son totalmente democráticos» y cada uno opera de forma autónoma, siguiendo «doce tradiciones para garantizar su buen funcionamiento». Los mandamientos del programa se completan con los «doce conceptos del servicio mundial» que, entre otras cosas, establecen los cauces de relación entre grupos y la voluntad de ayuda para la recuperación de otras víctimas del alcoholismo.
La convicción personal es el primer paso de un proceso que, según explica Amador, «te lleva a descubrir que el alcohol no es el problema, no es más que un síntoma» de una enfermedad que «es mental, física y espiritual».
El primer objetivo es «lograr no beber», con el apoyo del grupo. «Llegas pensando que eso es lo más difícil, pero te das cuenta de que no, lo realmente difícil es mantenerse», apunta Amador. Después viene la recuperación, «empezar a hablar de tus propios sentimientos» e ir reconstruyendo una vida.
«Empecé con 11 años, para ser del grupo»
Amador no tiene reparos en dar su nombre. «En la medida en que lo compartimos damos lo que a su vez nos dieron a nosotros», explica. Su historia con el alcohol y las drogas empezaron a los once años, «con un porro, unas copas, que me hacían sentirme parte del grupo». Lo que «empezó como un juego» acabó condicionando toda su juventud, y «a los diecisiete años empecé con la heroína, a robar a mi familia, a vender droga y a cometer atracos».
De esa época, en la que estuvo a punto de ingresar en prisión, recuerda que «nunca me sentía integrado si no estaba colocado». «Llegas a perderle el sentido a la vida», convirtiéndose en «un manipulador nato» que, ya desde hace tiempo, no encuentra placer en las drogas. «Sufrimos muchísimo estando en actividad», explica, ya que «con la primera dosis vuelven los complejos, la culpabilidad».
Ahora que lleva «años sin consumir» ve como un logro «poder meterme en ambientes donde hay consumo sin tener miedo». Compartir su historia le permite, además, recordar a donde no quiere volver .
CLAVES
Encuentros tres veces por semana
En Santiago, donde la asociación existe hace catorce años, se celebran reuniones los martes y viernes de ocho y media a diez de la noche, y los domingos de seis de la tarde a siete y media. El único requisito es querer dejar de beber .
Desde Ohio a todo el mundo en 74 años
Alcohólicos Anónimos nació en Ohio, de la mano de un corredor de bolsa y un cirujano, en 1935. En setenta y cuatro años se ha extendido por todo el mundo, a través de grupos autónomos que se agrupan en áreas.