En el marco de las eternas dualidades dietéticas, la del alcohol es una de las más llamativas. Vivimos totalmente acostumbrados a mensajes enfrentados, tanto que a estas alturas algunos ya se ponen de medio lado. Dudamos de si huevos sí o huevos no, de si la leche y el pan son venenos o alimentos fundamentales, de si es mejor el aceite de oliva o el de coco, de si la fruta es buena buenísima o mala malísima… Hay decenas de ejemplos: de hecho, para cada argumento que promocione el consumo —o la abstinencia— de un determinado alimento, existe el correspondiente contraargumento. Sin embargo, las bebidas alcohólicas, aun viviendo y reproduciéndose en el mismo sindiós, tienen sus particularidades. La principal es que, actualmente, la evidencia científica que alerta de sus peligros es abrumadoramente consistente y, al mismo tiempo, encontramos mensajes complacientes e incluso netamente positivos al respecto de sus beneficios sobre la salud.
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