Cada universidad o instituto universitario en Caracas tiene su «Aula 11».

Es por lo general un recinto simbólico fuera de los centros educativos, donde se citan los estudiantes para consumir licor en la vía pública, cercano a una licorería, abasto o a «los chinos». Allí las compran y beben a pesar de la prohibición de ingerirlas en los alrededores de los expendios de licor. Así lo constató a mediados de 2009 un monitoreo realizado por la Cátedra Libre Antidrogas (Cliad), del Instituto Pedagógico de Caracas (IPC), el cual también sirvió para comprobar que han cambiado las pautas de consumo.

Recorridos por los cinco municipios metropolitanos: Libertador, Sucre, El Hatillo, Chacao y Baruta, verificaron que «en los alrededores de las universidades o cercanos a ellas, los estudiantes se apuestan con la típica cava o guarnición de licores en la maleta de los carros, colocan la música a todo volumen y departen con sus amigos», suscribe el estudio.

Pero también lo hacen en plazas, parques, canchas deportivas, bulevares, estacionamientos, veredas y calles internas de las urbanizaciones, así como en callejones, escaleras en los barrios, y paradas de transporte público, «donde participan incluso menores de 18 años».

Además, no sólo cualquier rincón se ha vuelto propicio sino que a diferencia de otras generaciones, los muchachos están mezclando distintos tipos de licores al mismo tiempo.

POLICONSUMO

Hasta los años 80, los consumidores venezolanos de bebidas alcohólicas eran fieles a una marca o a una bebida en particular, no combinaban al mismo tiempo diferentes licores, asegura el coordinador del Cliad, Hernán Matute. Sin embargo, «ahora los jóvenes consumen de todo lo que les ofrezcan o haya, al mismo tiempo. Lo mezclan. Es el policonsumo, un fenómeno que se está notando con mucha intensidad. De una cerveza pasan a un trago de ron, de ron a whisky, de cerveza a vodka, de sangría a anís o a ginebra».

Los efectos del etanol, que es el característico componente de los licores, son distintos. En una cerveza hay de 3º a 5º grados, y de 20º a 30º grados contienen el vodka, whisky, ron o brandy. «En este momento los jóvenes están combinando etanoles provenientes de orígenes diversos. Esto tiene incidencia no sólo en estimular el alcoholismo, sino que genera disfunciones en órganos vitales como el hígado, los riñones, el corazón, el páncreas, y también ocasiona la disfunción eréctil, como todas las drogas».

El cambio en este comportamiento de consumo va describiendo una curva ascendente hacia la constitución de una generación de alcohólicos que dentro de 20 años, de acuerdo con el especialista, «estará sobre el 60% de los consumidores actuales, lo cual será atípico, insólito e imperdonable».

Muestra esto una realidad que, a saber, forma parte de la conducta preocupante de los caraqueños y quizá podría hacerse extensiva a los venezolanos, al exceder los estándares internacionales de consumo de alcohol. «Los niveles y porcentajes que se consumen de alcohol en Caracas son de los más altos del mundo per cápita», asevera.

De forma alarmante, los jóvenes son quienes llevan la batuta influidos por múltiples factores, que van desde el inicio precoz en el consumo (entre los 11 años y 13 años para los contactos iniciales), y al hábito abusivo, compulsivo y permanente entre los 15 años y los 18 años.

A esto se suma, de acuerdo con el especialista, la fácil disponibilidad del alcohol y el consumo simultáneo de otras sustancias (drogas) que hoy en día acompañan la ingesta.

REGAR LA VIOLENCIA

Al problema de salud que representa el consumo desmedido de alcohol en los jóvenes y de otras drogas asociadas, se añade la relación entre éste y la violencia.

«En sectores como Petare (este de la capital) y Catia (oeste de Caracas), en 8 de cada 10 mujeres que denuncian violencia en su contra o contra sus hijos, se confirma la presencia de alcohol y drogas.

Cuando se discrimina, el alcohol representa la mitad de la causa de la denuncia, es decir, en cuatro de esas ocho denuncias, el victimario consumió alcohol en gran cantidad. Y donde el consumo no es tan evidente, como en los sectores medios, la proporción oscila en 7 de cada 10 mujeres», subraya el investigador.

«Estamos ante la presencia de un grave problema que pronto nos explotará en la cara, y ni la familia, ni la educación, ni las instituciones del Estado están preparadas para afrontarlo».

Las consecuencias son imponderables, la falta de una cultura preventiva que apunte hacia el consumo responsable, pasa por evitar que la ciudad sea «un solo botiquín a cielo abierto».