«La principal novedad del nuevo régimen disciplinario militar, que sustituye al vigente desde 1986, es el endurecimiento de las sanciones previstas para el consumo de alcohol en los cuarteles.» (Editorial, El País, 30 de Agosto, 1997)

La muerte de un cabo por el disparo de un sargento presuntamente ebrio y, sobre todo, el impacto que tuvo este suceso en la opinión pública, justifica una vez más «extremar la persecución de estas conductas, hasta el punto de prever la máxima sanción posible, la expulsión de las Fuerzas Armadas, para quienes se embriaguen habitualmente» (tres o más episodios de este tipo en dos años). Una vez más se recurre a medidas drásticas, más para acallar la opinión pública que para buscar respuestas a un problema complejo como es el del alcohol, que afecta no sólo a las fuerzas armadas sino a otras instituciones publicas (a todas), entre las que destacaría el sistema educativo.

Pero la solución, por supuesto, no está en la expulsión. Es más cómodo descargar toda la responsabilidad del sistema en el individuo con problemas de alcohol (alumno o profesor) que revisar la responsabilidad del sistema y poner en marcha una política seria y comprometida de prevención y tratamiento de los problemas relacionados con el alcohol.

Sin embargo, a pesar de la existencia de abundantes datos sobre los efectos negativos del alcohol en la sociedad en general, con especiales consecuencias en adolescentes y jóvenes, no parece que el sistema educativo haya tomado conciencia de la gravedad de esta problemática. Mitos relativos a la bondad del alcohol como alimento, como tónico, como estimulante… se mantienen con todos los honores en la familia, en la escuela y en toda la sociedad. Y este mensaje se transmite a niños, adolescentes y jóvenes con palabras y con hechos, sin que el sistema educativo en general se cuestione ante las posibles consecuencias de esta droga. Precisamente la sustancia de iniciación en el consumo de drogas es normalmente el alcohol y esta iniciación se realiza, sobre todo, durante el periodo escolar, apareciendo también las primeras borracheras en no pocos casos durante este periodo educativo.

El fenómeno del alcohol es tratado con parcialidad en los centros educativos, como un reflejo claro de las actitudes sociales vigentes. Del alcohol y de su parte positiva (económica, religiosa, social, etc.) se habla y se escribe incluso en los textos en uso en los centros, sin grandes cuestionamientos críticos. La escuela está marcada tanto por la tremenda influencia de los medios de comunicación social con expresas referencias positivas al alcohol como por una publicidad agresiva, que llega incluso a las puertas de los centros educativos, cuando no penetra dentro por medio de actividades escolares patrocinadas por empresas alcoholeras, como por la inoperancia de los gobiernos que priman los intereses económicos de grandes empresas frente a la salud de los ciudadanos.

La escuela, de todas formas, es una institución que tiene como meta la educación de los individuos a ella confiados. Aunque es verdad que la institución escolar se encuentra limitada por todo tipo de condicionantes, no puede renunciar a un objetivo que la define: la consecución del desarrollo integral de la persona. Es aquí donde aparece con toda su fuerza la responsabilidad que el educador tiene: «enseñar a vivir de forma sana y autónoma».

Los objetivos básicos de la educación sobre el alcohol coinciden con las metas de toda educación, al pretender también, como meta final, el desarrollo integral de los seres humanos. Por esta razón, la educación sobre el alcohol pone su fuerza en conseguir, sin represiones de ningún tipo, cambios aceptables en la conducta de cada individuo, de forma que disponga de unos conocimientos, unas actitudes y unos valores en relación con el alcohol que le permitan desenvolverse y crecer de forma sana y responsable en nuestra sociedad.

La educación escolar sobre el alcohol no tiene otra meta que conseguir o colaborar en el pleno desarrollo del individuo y, por esta razón, con su intervención educativa va más allá de la información y de los métodos educativos tradicionales desacreditados por sus resultados. En definitiva, se pretende conseguir que los individuos tengan capacidad de tomar decisiones saludables, analicen sus propios valores, en este caso, en relación con la problemática de esta droga, y sean capaces de ponerlos en práctica en diversas situaciones, resultado que no se conseguirá sin un pleno compromiso de la comunidad educativa. En este sentido, el sistema educativo está comprometido con los individuos que consumen o que pueden consumir alcohol, con los que sufren las consecuencias de su abuso o del abuso de otras personas con las que convive, con los que demandan el alcohol y con los que ofertan esta sustancia.

Fdo.: Amando Vega
Departamento de Didáctica y Organización Escolar
Universidad del País Vasco.