El concepto de «juventud» se ha vuelto complejo y con códigos difíciles de descifrar. En la actualidad, los jóvenes tienen otros valores, otra forma de pensar, de comunicarse y de vivir. En general, tienen más estudios que los que tuvieron sus padres, pero, sin embargo, en un importante número están desempleados. Se relacionan mejor con la tecnología que los adultos, pero les siguen cerrando las puertas laborales porque no tienen experiencia. Les cuesta más independizarse y permanecen con los padres. Además, son la población que se enfrenta a más situaciones de alto riesgo: accidentes, violencia, drogas, tabaco y alcohol, infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados y trastornos alimentarios.
Por otra parte, y como consecuencia del vértigo en que se vive, nada parece estable, lo que añade más complejidad al asunto. Al respecto, y como bien lo ha señalado el escritor Javier Abad Gómez, las verdades permanentes, la dignidad de la persona y la importancia de la familia parecen perder valor. Algo de culpa tienen los que promueven una cultura sin esfuerzo, el materialismo y el relativismo, los que persiguen la búsqueda del placer sin límites y el facilismo. Influyen también el consumismo, la cultura de comprar y tener cada vez más. El problema es que cuantas más cosas se tienen, muchas de ellas inútiles, mayor es la tendencia a la decepción. El consumo produce una saturación muy rápida. Estamos formando una generación cuyas expectativas son muy pobres, precisamente porque está saturada de objetos, de cosas y de bienes. Llegamos al punto en que surgen el desinterés y la apatía.
La ética ha quedado relegada y los valores se han subvertido. El jefe de familia parece haber perdido la autoridad sobre sus hijos. Muchos jóvenes dicen no necesitar consejos ni recomendaciones; se consideran aptos para todo. Desconocen la autoridad y se otorgan una libertad que asumen como derecho, cuando en realidad tendría que ser un deber para con ellos mismos. La familia es la primera escuela que tiene la persona. De ella toma elementos para sus patrones de conducta. Los padres son los responsables iniciales en la educación y formación de los hijos, y para cumplir con su cometido necesitan comunicarse con ellos y entre sí, sobre la base de la confianza y el entendimiento.
Por consiguiente, hay que fortalecer el núcleo familiar como espacio fundamental del desarrollo de las personas. La familia natural, basada en la unión de marido y mujer, es la unidad fundamental de la sociedad y muchos males sociales modernos provienen de su fractura, causada, por ejemplo, por la inestabilidad conyugal y el devaluado vínculo entre padres e hijos. A ello debe sumarse la acción de agentes externos. Nos estamos refiriendo, entre otros, a sitios inadecuados en Internet, a la procacidad y vulgaridad de muchos programas de radio y televisión, a la deformación del lenguaje y a la ausencia de políticas para cultivar valores esenciales en la niñez.
Las drogas y el facilismo han hecho que buena parte de la juventud renunciara al uso de la voluntad y de la inteligencia: de esos valores se evaden con los estupefacientes. Por consiguiente, hace falta promover una educación que exija más la voluntad, que desarrolle una inteligencia inquisitiva, crítica. Se debe enseñar a pensar y a argumentar con un lenguaje lógico y coherente. También a que los conocimientos se fundamenten en conceptos seguros. El compromiso con nuestros jóvenes debe consistir en formar personas con valores nobles, capaces de pensar por sí mismas, de actuar por convicción, de tener un sentido crítico y de asumir responsabilidades. La familia, en su condición de agente de cambio, tiene un rol preponderante que cumplir: el de hacerse escuchar para elevar el nivel académico y de exigencia de la educación, moralizar los medios de comunicación y poner límites al desenfreno de la juventud.
La manera como los jóvenes enfrenten las vicisitudes y los desafíos que les plantee la vida no será producto del azar. Por el contrario, será el resultado de una dedicación plena, inteligente, paciente y afectuosa, que posiblemente no valoren en lo inmediato, sino en el futuro.
Firmado: Enrique A. Antonini
Abogado
Publicado en LA NACION