Su interés por las drogodependencias comenzó a principios de los años 80, cuando Paolo Stocco (Venecia, 1957) era un joven psicólogo en prácticas de un Hospital Psiquiátrico italiano. Después de dos décadas de trabajo en centros de tratamiento de toxicómanos, este reconocido psicoterapeuta advierte que «la exasperación de la diversión» en que vivimos impide que la juventud advierta el peligro que acecha tras el consumo de ciertas sustancias tóxicas.

¿Las drogas sintéticas configuran una nueva realidad?

– El número de heroinómanos en Europa se mantiene estable. Sí se nota un aumento del consumo de cocaína entre los jóvenes y, sobre todo, de las drogas de síntesis. El problema que plantean es que vienen asociadas a la diversión. Bailar seis horas ya no es suficiente, ahora hay que hacerlo quince. Vivimos en la exasperación de la diversión.

¿No hay conciencia de peligro?

– Los chavales que las consumen no reconocen tener problemas. Aparentemente no afecta a la salud, y nadie tiene conciencia de estar drogándose. Además son pastillas acompañadas de una gran propaganda, con símbolos como sonrisas o elefantes, que ocultan su carácter nocivo.

¿Qué hay tras esta VI Copa de Europa de Fútbol Sin Drogas?

– Una forma de disfrute y de diversión a través de la cual los pacientes pueden reencontrarse con su propio cuerpo. Conviven con otros profesionales y todo ello les permite aumentar la autoestima.

Hablando de deporte, ¿cuál es el arraigo del doping en él?

– Afecta a mucha gente. Nos estamos olvidando del valor educativo que siempre ha tenido el deporte y ahora prima exclusivamente el rendimiento.

¿Se pueden señalar responsables?

– Entrenadores y padres proyectan en sus hijos aspiraciones e incluso sus propias frustraciones, lo que acaba generando en los chavales mucha presión al verse obligados a responder a las expectativas creadas. Las asociaciones deportivas se están convirtiendo en un rígido sistema de selección en base al rendimiento.

Cada vez el listón está más alto…

– Sí. Al final se acaba recurriendo a sustancias que permiten mejorar ese rendimiento. Poco a poco se va abriendo en estas personas una mentalidad en la que se asocia fármaco con mejora.

No demos mensajes equívocos. Parece como si el deporte fuera una vía de entrada a la droga…

– No, desde luego que no. Me refiero a los casos en que se tiende a buscar soluciones farmacológicas para mejorar el rendimiento y que tanto está afectando al mundo amateur en su tendencia imitativa del mundo profesional. Hay que fomentar la idea del deporte como disfrute y no tanto como competencia. De lo contrario, el deporte se acaba convirtiendo en un elemento de sufrimiento.

¿Qué importancia tienen las comunidades terapéuticas?

– Enorme. Son lugares transitorios, protegidos del ambiente externo, en los que tanto toxicómanos como un número creciente de alcohólicos encuentran un espacio en el que compartir experiencias, acompañados de todo tipo de técnicas farmacológicas que les ayudan a superar el problema con la droga.

Hay afectados que desconfían de estos centros…

– La clave está en la motivación. Acudir a un centro de tratamiento residencial implica una gran motivación, aunque parte de la responsabilidad también recae en la propia comunidad terapéutica, que hace muy poca propaganda de sí misma.

¿No se sabe vender?

– No. Protección social no equivale a exclusión social, pero existen estereotipos que asocian a las comunidades con colegios o prisiones que no son ciertos.

¿La droga no oculta cada vez más otro tipo de enfermedades mentales?

– El tema de las pastillas, por ejemplo, está asociado a desórdenes de tipo psiquiátrico. Hay personas con una predisposición previa, que recurren a las comunidades terapéuticas para detener su consumo pero que también deben reestructurar su vida en otros órdenes. Son cuestiones distintas.

¿Qué otros perfiles acuden a las comunidades terapéuticas?

– Están cobrando relevancia las personas entre 50 y 60 años que consumen alcohol, con un fuerte deterioro físico. Con ellos hace falta bucear y reconstruir más allá de la droga.