Están íntimamente asociadas en el imaginario colectivo: desde la absenta para Toulouse-Lautrec y los bohemios franceses del siglo XIX hasta el LSD para Steve Jobs y los prohombres de Silicon Valley. La relación entre las drogas y las profesiones creativas ha sido ensalzada desde tiempos inmemoriales e incluso algunos han justificado la genialidad de William Shakespeare a su uso pionero del cannabis. Pero desengáñese: si quiere expandir su creatividad hasta límites insospechados, las drogas son la peor forma de hacerlo.
No es que sea la peor sino que su efecto en la creatividad es entre escaso y nulo, según un meta-análisis de 84 estudios publicados desde el año 2000 que han llevado a cabo Paul Hanel, psicólogo de la Universidad de Essex (Reino Unido), Jennifer Haase, científica computacional de la Universidad de Humboldt de Berlín, y Norbert Gronau, informático de la de Postdam (también en Alemania).
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