«Vivimos en una sociedad psicológicamente enferma, que fomenta lo que luego condena». Esta reflexión del doctor Enrique Rojas, es uno de los diagnósticos más lúcidos que un psiquiatra haya hecho sobre la crisis moral que padecemos en España. Cualquiera que se tome en serio los datos sobre el aumento de consumo de droga en la juventud, debería de partir de esta reflexión del Sr. Rojas.

No hace mucho, la ministra de Sanidad, Elena Salgado, presentó ante el parlamento español los datos ofrecidos por el Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías, limitándose a calificarlos de «muy preocupantes». La señora ministra se sintió sorprendida ante el dato de que seamos el país europeo con mayor consumo juvenil de drogas.

En los últimos 10 años se ha multiplicado casi por cuatro el consumo de cocaína y se ha duplicado el consumo de cannabis. Elena Salgado manifestaba desconocer las causas: «Eso es lo que vamos a tener que analizar, recabar más datos y ver cuáles son las razones. Lo que está claro es que estamos perdiendo terreno».

Pues bien, mientras la señora ministra nos anuncia que se dispone a comenzar un periodo de reflexión sobre el origen del problema, como si de un secreto oculto e inalcanzable se tratase, su gobierno continúa promoviendo lo que al mismo tiempo manifiesta que desea solucionar.

Es evidente que no estamos ya ante la «droga de la curiosidad», ni ante la «droga de la rebeldía»; sencillamente, nos enfrentamos con la «droga del vacío interior». Esta droga no es sino el fruto maduro de una sociedad enferma, en el sentido de que se impone por defecto de otros valores que dan plenitud y sentido a la vida. La droga no hace a nadie feliz; pero, a muchos, es lo único que les consuela de no serlo.

Analizamos someramente algunos de los factores contemporáneos que están en el origen del vacío interior de nuestra cultura:

Divorcio

Tiene gracia que aquella comparecencia de la ministra tuviese lugar tan solo tres días antes de la aprobación por parte del Consejo de Ministros del anteproyecto de ley para ampliar la ley del divorcio. ¿No se le habrá ocurrido a nadie estudiar la correlación entre la inestabilidad familiar y el consumo de drogas de los hijos?

Por una parte, se facilita el divorcio de forma que el matrimonio se devalúa en la práctica a la condición de mera pareja de hecho; y, por otra, se elevan a categoría de matrimonio otras uniones que no pasan de ser simples parejas de hecho. Es decir, estamos ante la «cultura de la apisonadora», donde se igualan los valores por debajo, que no por encima.

Pornografía

Todavía muy recientemente, la fiscalía hacía públicos los datos del impresionante aumento de la violencia doméstica en España. ¿Cómo entender este dato en una sociedad en la que tanto se ensalza la tolerancia?

Por supuesto que a nadie se le ocurrirá hacer un análisis sobre la influencia en este fenómeno de la proliferación de la pornografía en estos últimos diez años; a pesar de que es un hecho evidente que la pornografía ha contribuido decididamente a reducir a la mujer al grado de mero objeto satisfacción. Una vez que el sexo se ha divorciado del amor fiel, entonces se ha convertido en otra droga de consumo. Es más, es de sobra conocido que la promiscuidad sexual está muy unida al consumo de drogas como el éxtasis y la cocaína. Pero, no, estas cosas no se dicen.

Irreligiosidad

Tampoco parece que nadie esté dispuesto a hacer la reflexión del influjo que pueda haber tenido en el consumo de droga el alejamiento de las creencias religiosas. Sin embargo, todos hemos podido leer en estos años los estudios de Javier Elzo, en los que se ha concluido repetidas veces que la variable estadística que mejor explica la incidencia de la droga en la juventud no es el nivel económico, ni el nivel cultural, ni el lugar de residencia, ni tan siquiera el posicionamiento político -que tiene una notable incidencia-, sino que es la variable estadística de la adhesión a una fe religiosa.

Y, sin embargo, lo único que se le ocurre al gobierno es marginar y arrinconar un poco más la clase de religión, promocionar el cine antirreligioso, amenazar a los obispos cuando defienden valores morales y ridiculizar a la Iglesia como enemiga de la modernidad. En definitiva, en nombre del laicismo se está condenando a nuestra cultura a la orfandad moral y espiritual.

Pero es de justicia matizar que no cabe imputar solamente al gobierno socialista la responsabilidad de todos estos males. Ellos no han hecho sino acelerar un proceso que ya estaba en marcha. Fuera de algunas tímidas iniciativas, como aquella de la «ley del botellón», en los anteriores años de gobierno se ha caminado en la misma dirección. Entre todos se ha contribuido, por acción u omisión, a hacer realidad aquella profecía de Alfonso Guerra, «a esta nación no la va a conocer ni la madre que la parió».

Por eso, al contrario que a la ministra de Sanidad, a mí no me sorprenden para nada los datos que el Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías ha hecho públicos. Es más, teniendo en cuenta los antivalores que el liberalismo agnóstico imperante ofrece a nuestros jóvenes, lo único que me extraña es que no se droguen más.

¿Y dice la Sra. Elena Salgado que va a abrir una investigación para entender lo que está ocurriendo? Lo primero que tendrían que hacer es ponerse delante del espejo de la autocrítica y sacar las consecuencias; de lo contrario, continuarán fomentando lo que luego se verán obligados a lamentar.