A partir de la publicación de la última columna, varios correos electrónicos de atentos lectores hicieron surgir la cuestión del «después» de las adicciones. ¿Existe tal cosa o un adicto siempre será un adicto? ¿Puede hablarse de «cura» en las adicciones, simplemente de períodos de remisión? Los asuntos planteados son complejos, porque implica entrar a analizar varios aspectos de las adicciones y del comportamiento adicto. Uno de ellos consiste en si la adicción es un síntoma, presente en diversas estructuras clínicas o es en sí misma una estructura. Es decir, si es una forma de organización permanente del funcionamiento psicológico en la cual la «soldadura» a una sustancia es la marca distintiva. Sobre este asunto no existe un consenso. Lo que sí puede decirse es que la adicción, síntoma o estructura, deja una huella en quien la padece.

Básicamente es la experiencia de buscar y encontrar una sustancia que les permite sentir aturdimiento, y un alivio ficticio y pasajero de un malestar. Aunque hay personas que logran sobreponerse, la experiencia de que estas cosas existen y que están al alcance de la mano perdura. Piénsese entonces en una sociedad como la nuestra que ha hecho del alcohol el bien más fácil y ubicuo de acceder y se entenderá la dificultad que pueden experimentar muchas personas que han padecido de adicciones. Manejamos valores ambiguos sobre el tema, hay adicciones «buenas» y «malas» y se soslaya el hecho que en toda cultura hay mecanismos para estimular la evasión de la realidad.

Luego, y más difícil de entender aún, es la existencia de la compulsión a la repetición que los seres humanos tienen, la tendencia a reiterarse en patrones de comportamiento a veces reñidos con toda lógica consciente. Este aspecto compulsivo, que sólo se comprende si se accede a los resortes inconcientes que lo sustentan, explica por qué tantos tratamientos de «rehabilitación» tienen estadísticas altas de reincidencia. Enfocar el tratamiento como un entrenamiento para volver a los cánones de deseabilidad social implica una gran sobresimplificación de la problemática.No hay tratamiento que pueda obviar el malestar frente a la existencia, ni que ponga a salvo a nadie de tener conflictos y dificultades. Lo que el psicoanálisis puede hacer con estas personas es demostrarles la existencia de otros modos de dar salida al sufrimiento. Hay quienes se benefician y en ellos se instalan formas de elaboración de sus conflictos que los apartan de tener que acudir a sustancias tóxicas para ello. Pero en otros, el fantasma de la repetición acecha constantemente bajo la forma de preferir aturdirse a la dolorosa lucidez.