Tienen 21 y 25 años. Están en tratamiento en la Fundación Proyecto Hombre de Alicante, ubicada en Aguamarga, desde hace tres y siete meses, respectivamente. Son M. H. y S. M. -los dos de Valencia- y cuentan sus experiencias con las drogas desde que comenzaron a consumirlas con 16 y 14 años.

M. H. es el más joven de los dos. Entró en la Fundación hace tres meses, después de acudir tres veces a varias UCA sin que éstas pudieran hacer nada por su adicción. «A mí, personalmente, no me ayudó. Sólo hacían análisis y poco más. Es un tratamiento totalmente distinto al de aquí. Proyecto Hombre trabaja para cambiar de actitud».

¿Qué cómo y cuándo empezó a tomar drogas? «Pues saliendo de fiesta y con los amigos. Los fines de semana. Al inicio en pocas ocasiones. Hasta que le vas cogiendo el punto. Empecé con 16 años: porros, hachís y cocaína». ¿Por qué? «La timidez. La droga hacía sentirme más abierto».

Es el comienzo de una historia como tantas otras. De familias normales, como cuentan los dos jóvenes. «El perfil del adicto ha cambiado. Es totalmente distinto a la idea de gente marginal. Pero ves que hay gente que está, incluso, en peor estado y te sorprende. Cuando entré estuve muy sorprendido por la acogida, el trato de los compañeros, la actitud de la gente y la convivencia, que es completamente normal», explica M. H.

Del momento en el que se vio en un callejón sin salida, en el que ya no avanzaba, recuerda sus experiencias. «Mis padres se dieron cuenta de que consumía en una cena con unos amigos suyos. Fui al baño y salí con la cara manchada. Al día siguiente nos sentamos a hablar y, a pesar de todo, no reconocía el problema. Pasé un par de meses muy malos. Después llegó un momento en el que ya no lo negaba. Salía y consumía sin pensar en mi familia». Por ello, alerta de que «la droga puede con cualquier persona. En ese momento incluso más que al amor a mis padres. Me daban igual».

Al igual que su compañero en Proyecto Hombre, S. M. empezó a consumir por su timidez, lo que se unió a su relación con un grupo de mayor edad donde las drogas eran habituales. «Comencé enganchándome al alcohol. No sabía el daño que podía hacer. Después pasé por el hachís y por las drogas de diseño. Ahora estoy aquí por la cocaína. El motivo: dan temas de conversación y desparpajo, algo que para mí era importante».

En su caso, además, la dependencia sentimental en su personalidad agravó la situación. «El S. M. de hace siete meses no se permitía sentir. Tenía miedo y no aceptaba la realidad. Estaba en una ruina emocional. No hablaba ni con la familia ni con los amigos. Tenía mucho miedo. No pasaba más de cuatro días sin consumir y cuando vivía con mi pareja estaba días sin pasar por casa».

La droga le daba una euforia de la que carecía. Le hacía sentir mejor. Le llevaban a una realidad diferente. ¿Y ahora? «Tras siete meses estoy empezándome a sentir lleno. Yo diría que ahora me siento persona, como con mi familia. Es como haber recuperado los sueños y la ilusión que tiene un niño».

Dos recomendaciones sugieren. Una: No tapar las carencias de la vida con droga. Dos: Reconocer la adicción y tomar la decisión de luchar, que puede arreglar la vida del que es consumidor.