¿Afecta más el consumo de licor a mujeres que a hombres? ¿Cómo dejar el alcohol? Estos son parte de los interrogantes que se tratarán en el V Encuentro de las Mujeres de Alcohólicos Anónimos, que este año tiene como lema: «Hay una solución para ti, mujer».

Tres de ellas, de generaciones y estilos de vida diferentes, decidieron contar su historia, recordar el momento en el que pasaron la línea de ser bebedoras casuales a padecer la enfermedad del alcoholismo, y cómo llegaron a Alcohólicos Anónimos, organización que hoy solo tiene tres mujeres por cada diez hombres.

La intención de ellas es ser un espejo para quienes aún se niegan a reconocer que tienen una enfermedad con el alcohol, un problema que afecta tanto a hombres como a mujeres.

Según Aura Rocío Ramírez, psicóloga clínica y neuropsicóloga, «la concentración de alcohol en la sangre de la mujer es más alta, por lo que es más vulnerable a nivel fisiológico».

Agrega que la personalidad de un alcohólico se caracteriza por dificultades para solucionar problemas, baja autoestima, autocrítica implacable y dependencia oculta, entre otras.

Estas condiciones no suelen ser conscientes para el alcohólico, por lo que la adicción avanza en silencio. Así les sucedió a estas mujeres, que son testimonio de que es posible curarse.

Doble adicción y una vida engañosa

«Uno de mis momentos más críticos fue cuando, después de consumir licor y perico, empecé a sentir el corazón en la cabeza y creía que me iba a morir», cuenta Carolina, de 28 años, al tiempo que intenta controlar el temblor de su voz.

El otro fue un domingo en la mañana cuando se levantó en su cama con golpes en el cuerpo, sin recordar lo que le había pasado. De ese día solo sabe, porque le contaron, que la llevó a la casa su mejor amiga, la misma con quien probó el primer trago, a los 14 años.

En total, la adicción de esta mujer, de contextura delgada y ojos oscuros, tardó más de 10 años. Y de ese tiempo no sabe cuándo cruzó la línea, como lo dice ella.

Empezó muy pequeña, solo por ver qué pasaba; a los 18 años, el consumo incrementó, luego de la separación de sus padres; y a los 20, la sorprendió el perico. Desde entonces, se inició en una doble adicción.

«Nunca consumí drogas sin estar ebria y ahora entiendo que el alcoholismo me llevó a probar otras sustancias porque la droga me contrarrestaba la borrachera», cuenta, y agrega que para eso dedicaba los fines de semana, porque de lunes a viernes era otra, una trabajadora responsable y una buena hija.

Para ello, buscaba lugares oscuros, en los que no le importaba hacer lo que fuera, hasta despertar al lado de hombres que no conocía, todo por conseguir alcohol y perico. Fue así hasta que una compañera identificó la adicción de Carolina.

«Siempre lo negué, hasta que por una amiga terminé en Alcohólicos Anónimos, donde desperté. Me di cuenta de que me dolía el alma y el cuerpo y empecé a descubrir mi problema. No ha sido fácil», finaliza.

«Todo era  un motivo para beber»

Ni las súplicas de sus hijos ni los varios intentos de suicidio que tuvo fueron suficientes para que Bertha, una mujer que ahora tiene 62 años, dejara lo que por varias décadas consideró su mejor forma de pasar el tiempo: tomar licor hasta perder la conciencia.

«Me gustaba la cerveza porque no me emborrachaba rápido y no puedo decir cuántas me tomaba porque siempre perdía la cuenta. Pero sí recuerdo que podía empezar a las 9 de la mañana y terminar a las 10 u 11 de la noche», cuenta esta abuela de seis nietos, una mujer que no para de reírse, aun cuando al contar la historia debe secarse las lágrimas.

Añade que aunque sus hijos le reclamaban por su actitud, ella solo atinaba a decir: «Este es mi barco y si no les gusta se bajan. (…) No me daba ni pena ordenarles que mintieran si me llamaban de la empresa».

Cuenta que prefería sentarse con sus amigos hombres a estar con las mujeres. Fue así hasta que empezó a ver cómo sus hijos también empezaban a beber licor.

«Un día, cansada de intentar abandonar esa costumbre, decidí ir a Alcohólicos Anónimos. No hice promesas porque ya las había hecho todas y ni yo me creía», dice, orgullosa de que su nieta mayor, de 16 años, nunca la ha visto con una copa en la mano.

La mezcla entre soledad y alcohol

El día está soleado y Milena piensa que ahora sí aprecia los momentos así. «Como casi no dormía -dice-, sentía que la luz me afectaba. Prefería las noches para salir a la calle a comprar licor. No me podía faltar porque todo lo hacía bebiendo, desde oficio hasta pintar cuadros».

Antes de eso, recuerda esta mujer de 42 años, era una docente exitosa, diseñadora gráfica y licenciada en Artes Plásticas, con una maestría en Investigación Social con énfasis en Pedagogía. Así fue hasta que una separación y una mala relación sentimental la llevaron a perderlo todo y a sumergirse en el alcohol. «Llegué a tomarme una botella de coñac en media hora. No comía y solo dormía tres horas. Todo el tiempo pensaba en programarme para beber».

Agrega que el licor se lo quitó todo, desde el apartamento hasta el trabajo, por lo que tuvo que modificar sus costumbres: «Dejé de comprar cosas, pero no dejé de comprar cuartos de ron que pasaba a una botella para que no perdieran el sabor».

Aunque, como otros adictos, nunca atentó contra su vida, no quería vivir, y así fue hasta que un familiar la encontró tirada en el piso de su casa.

Desde entonces, fue, casi obligada, a Alcohólicos Anónimos, donde ya cumplió un año de abstinencia.

*Nombres modificados, por solicitud de las entrevistadas.

¿Cuándo y dónde?   
19 de noviembre.     
Calle 64 F No. 72A- 36, 
Bogotá
8:00 a.m. a 5:00 p.m.   
Entrada libre  
Información: 284-3428