Son mujeres, madres, esposas, hermanas, abuelas, amas de casa, trabajadoras, y tienen un problema: son adictas al alcohol.

Según Bartolomé Cañuelo, director provincial del servicio de drogodependencia de Cruz Roja, «no existe un perfil concreto, hemos tenido desde adolescentes de 18 años hasta ancianas que superaban los 70. Tampoco existe ningún indicador social ni económico», y añade que «cuando una persona bebe para solucionar una situación, ese individuo tiene un problema. Lo más difícil es reconocerlo y pedir ayuda, algo que hasta hace poco tiempo estaba mal visto en la sociedad que se produjera entre la población femenina».

Cruz Roja ofrece una terapia gratuita, distinta y pionera desde hace 21 años para tratar los problemas de alcoholismo exclusivamente entre el género femenino. Cañuelo explica que «el proyecto se basa en introducir a seis mujeres, junto a una monitora durante las 24 horas del día, en un apartamento e intentar ayudarlas a superar su adicción e integrarlas en el mundo que se encontrarán al finalizar la terapia». Las pacientes pueden permanecer hasta un máximo de seis meses, aunque según Isabel Maiyo, monitora, no suelen superar los tres meses. Dentro del apartamento, realizan las tareas domésticas y talleres de autoestima, ya sean grupales o individuales. Sin embargo, fuera de la vivienda, se les obliga a realizar otras acciones para enfrentarse a la realidad exterior, como buscar trabajo.

Sin embargo, las protagonistas son ellas, las pacientes. Como es el caso de Marta, Ana y María. No son sus nombres verdaderos, al contrario que sus historias, que sí lo son.

Marta empezó su periplo de terapia en terapia con 34 años, ahora tiene 55 y vuelve a intentarlo. Admite que «yo no bebía de joven, pero rompí con mi pareja y comencé a consumir». Según Cañuelo, «es habitual, en las mujeres, que comience la adicción a causa de un acontecimiento reactivo». Por otro lado, María explica que «es una enfermedad crónica, aunque la sociedad lo tache de vicio. Ves las consecuencias en tu cuerpo y repercute en tu estado de ánimo», a lo que Marta añade que «llegas a un momento que quieres salir de este círculo sin fin, estás desesperada, los que te rodean no siempre te apoyan y te agarras a cualquier resquicio de esperanza».

Las tres mujeres coinciden en que este problema ataca directamente a la propia dignidad de la persona y a la relación con los demás. Marta lo describe argumentando que «te conviertes en un ser inseguro, inmaduro y degradado, dejas de ser madre, te olvidas de todo lo que más quieres».

A Ana le faltan apenas dos días para terminar la terapia. Comenzó a beber porque fue una víctima de los malos tratos. Ella misma comenta que «te sientes sola y triste, sin contar los efectos más tangibles, como el daño al hígado. Sin embargo, tuve suerte y mis hijos me sirvieron de apoyo para afrontar todo esto».

A la hora de aconsejar al resto de mujeres, Ana es rotunda cuando afirma que «no se debería tomar ni la cerveza sin alcohol, la otra viene después». Por otro lado, María hace un llamamiento alegando que «se puede superar, es una enfermedad y no hay que tener vergüenza a la hora de reconocerlo para pedir ayuda», y se dirige a todas las adolescentes afirmando que «el alcohol es un depresor que te elimina todo resto de lógica de tu mente. No hace falta beber nada para disfrutar, una persona se divierte más cuando es consciente de que se está divirtiendo».