Las campañas de prevención del consumo
de drogas por vía intravenosa y de las enfermedades
infecciosas asociadas podrían mejorarse
gracias a un mejor conocimiento de las
motivaciones de los propios usuarios para
iniciarse en este tipo de consumo. Ésta es la
principal conclusión de un estudio cualitativo
que ha analizado las razones a las que aluden
los jóvenes usuarios de drogas de Ámsterdam
para explicar su decisión de iniciarse o no en
el consumo por vía inyectada.

Los resultados
del estudio indican que, sorprendentemente,
el miedo a la transmisión de enfermedades
infecciosas, que es, obviamente, uno de los
mensajes más utilizados en las campañas de
prevención, es mencionado sólo por una minoría
de los entrevistados a la hora de explicar
por qué se decidieron, o no, a utilizar esta vía
de consumo.

Los cincuenta jóvenes de entre 18 y 30
años que participaron en el estudio aluden a
otras razones, de diversa índole, para explicar
su decisión de no inyectarse, y, alternativamente,
otros motivos que les empujaron a
hacerlo.

Las principales razones disuasorias a
las que aludieron las 32 personas que nunca se
habían inyectado fueron: el miedo a las jeringuillas
y a las agujas, mencionado por dieciocho
usuarios; el miedo a traspasar un «límite»
y adentrarse en un camino sin retorno, al que
aludieron dieciséis personas; la apariencia, es
decir, el miedo a la decadencia física, mencionado
por siete de los entrevistados; el miedo
a estropearse las venas, tener que pincharse
repetidamente y los abscesos cutáneos, que
preocupaban a seis personas; y, finalmente, el
miedo a las enfermedades –incluidas las enfermedades
infecciosas–, que fue mencionado
por sólo cinco de los 32 usuarios que nunca se
habían inyectado.

Los dieciocho entrevistados que se habían
inyectado en alguna ocasión, por su parte,
indicaron diversas razones que les habían
motivado a iniciarse en esta vía de consumo.

La razón más frecuente resultó ser el deseo
de conseguir un efecto más intenso y más placentero
de la droga, que fue mencionada por
once de los dieciocho entrevistados. Muchos
de los que mencionaron este motivo aludieron
también a la tolerancia adquirida: puesto que
el fumar o el esnifar la droga ya no les producía
la misma sensación que al principio, habían
decidido inyectarse.

Otra causa subyacente a
este deseo de un efecto más intenso fue la
necesidad de «olvidarse de todo», de «perder
la consciencia». La segunda razón más frecuente
para iniciarse en el consumo inyectado,
mencionado por siete personas, fue la simple
curiosidad. Los consumidores consideraban
que, tras un tiempo, habían desarrollado un
interés «natural» por probar los efectos de
la vía inyectada.

Las razones económicas, y
la creencia de que otras formas de consumo,
como la inhalación, echan a perder gran parte
de la sustancia, había sido un motivo desencadenante
para cinco de los dieciocho individuos,
y la misma proporción mencionaron que el
hecho de conocer a otras personas que se
inyectaban había influido.

Finalmente, tres
de los dieciocho entrevistados aludieron a «la
ausencia de peligro» e incluso llegaron a mencionar
que inyectarse podía ser más saludable
que esnifar o fumar la droga.

La conclusión más importante que se
infiere de estos resultados es que las campañas
preventivas desarrolladas hasta el
momento, la mayoría de ellas centradas en
dar a conocer el peligro de transmisión de
enfermedades infecciosas que conlleva el
consumo de drogas por vía inyectada, han
sido relativamente ineficaces, puesto que sólo
una minoría de los drogodependientes alude
a esta razón como motivo para no inyectarse.

Los autores del estudio consideran en ese
sentido que las campañas de prevención se
podrían mejorar si
se incluyeran en ellas,
además del riesgo de infección, alusiones a
las agujas, la necesidad de pincharse repetidamente,
el daño a las venas y arterias o
los abscesos cutáneos, cuyo poder sugestivo
parece ser mayor. También parece importante,
en vista de que produce cierto temor a los
propios consumidores, aludir a la decadencia
física y el estereotipo del «yonqui», y al hecho
de que una vez iniciada, resulta difícil abandonar
la vía inyectada.

Por otra parte, añaden los autores, es
importante que las campañas de prevención
compensen o contrarresten el efecto de las
razones a los que los propios consumidores
aluden como motivación que les empujaron
a inyectarse.

La investigación ha demostrado
que el deseo de conseguir un efecto más
intenso de la droga puede provenir de una
necesidad de automedicación, ante una situación
personal difícil o dolorosa. Los autores
señalan, en este sentido, que es importante
incrementar el apoyo psicológico a los drogodependientes,
más allá de los cinco minutos
que se les ofrecen actualmente, aseguran, en
los programas de metadona.

Las razones económicas, por su parte,
pueden ser rebatidas fácilmente, mediante el
mensaje de que la tolerancia siempre aumenta,
al margen de la vía utilizada, por lo que
el ahorro que supone el hecho de inyectarse
nunca podría ser permanente. También conviene
resaltar que otras formas de consumo,
como la inhalación, pueden ser tan eficaces
como la inyección, siempre que se realicen
correctamente. La educación de los usuarios
por vía intravenosa, por último, puede
resultar una opción adecuada para evitar que
éstos inicien a otros usuarios. Aunque se han
realizado ya algunas intervenciones de este
tipo, es un campo en el que queda mucho
por hacer.