Redacción-

La diferenciación entre usuarios de opioides recetados y aquellos que obtienen drogas en el mercado ilícito es una práctica intrigante, pero en última instancia, contraproducente. A pesar de las diferencias en la causa de su consumo, ambos grupos comparten más similitudes de las que podríamos imaginar. La superposición entre pacientes que enfrentan dolor crónico y aquellos que recurren a opioides ilícitos por necesidad demuestra la necesidad de solidaridad y un enfoque colectivo para aliviar el sufrimiento humano. Ambos grupos merecen respeto y empatía, y el camino hacia el cambio reside en la unión de sus luchas.

La etiqueta de «drogadicto» perpetúa estigmas injustos y deshumanizantes. Los usuarios de opioides ilícitos merecen igual consideración y acceso a atención médica y recursos. La criminalización ha limitado sus oportunidades de empleo y vivienda, perpetuando el ciclo de sufrimiento. El desafío reside en cambiar la narrativa y ver a todos los usuarios de drogas como seres humanos con potencial y valor inherentes.

La unión de aquellos que buscan alivio del dolor y aquellos que luchan contra la adicción es fundamental. Ambos grupos desean ser tratados con dignidad y tener acceso a tratamientos adecuados. La integración de opciones de tratamiento en el sistema de salud convencional es esencial para eliminar el estigma asociado con el consumo de drogas. Los enfoques de reducción de daños pueden ser aliados naturales en esta lucha, abogando por la atención compasiva y regulada para los usuarios de drogas.

La dicotomía entre drogas «médicas» y «recreativas» es problemática y simplista. La sociedad tiende a considerar que las drogas naturales son inherentemente seguras y saludables, lo que es un error. La legalización de sustancias menos estigmatizadas, como los psicodélicos, no debería perpetuar la idea errónea de que son completamente seguras. Es esencial considerar los riesgos inherentes y promover la educación sobre el consumo responsable.

La prohibición y la criminalización obstaculizan la reducción de daños relacionados con las drogas. Limitan el acceso a herramientas esenciales, como kits de prueba de drogas y jeringas, y perpetúan la discriminación. La legalización parcial, que privilegia ciertas drogas sobre otras, no es la solución. La verdadera liberación solo se logrará cuando se abandone la distinción entre drogas «buenas» y «malas», y se priorice la salud pública y la autonomía individual.

La solidaridad entre usuarios de drogas, independientemente de sus razones para consumirlas, es crucial para acabar con la prohibición. En lugar de dividirse en facciones, los defensores de la legalización de los psicodélicos y aquellos que buscan el fin de la guerra contra todas las drogas deberían unirse en una causa común. La abolición de un sistema opresivo y su reemplazo por enfoques centrados en la salud beneficiará a todos los involucrados. El cambio solo será posible a través de la colaboración y la empatía, y es hora de superar las distinciones y luchar juntos por un futuro más justo y compasivo para todos los usuarios de drogas.

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