Los trastornos alimenticios como la «bulimia, la anorexia y la ingesta compulsiva», por un lado; y la ludopatía, por otro, un trastorno mental que sólo afectaba a los adultos y que los expertos empiezan a detectar el incremento de casos entre los jóvenes de 18 a 20 años, son algunos de los problemas más importantes y comunes a los que, fruto de la ansiedad, se enfrenta la psicología clínica en la actualidad. Así lo pusieron de manifiesto ayer diversos especialistas en esta disciplina que intervienen en la Escuela de Psicología «José Germain», la cual se desarrolla esta semana en la UIMP, en su nueva edición, bajo la dirección conjunta de José Luis Pinillos y Helio Carpintero.

Un conjunto de problemas que podrían «atajarse fomentando la creación de una sociedad de valores en la que el individuo se afirme ante las dificultades». Los expertos consideran, además, que la «menor intolerancia ante el sufrimiento, el hecho de que ahora la gente pide ayuda», es una de las claves fundamentales ligadas a la atmósfera social tras la incidencia y tratamiento de los trastornos de salud mental de hoy en día.

En este sentido, el catedrático de Psicología Básica de la Universidad Complutense Helio Carpintero se refirió al papel «destructor de los modelos que los medios de comunicación presentan como vidas deseables, asentadas en conflictos sentimentales, o bien en golpes de suerte económicos más que en el trabajo y la realización personal».

Asimismo, apuntó que «el reto no es sólo encontrar remedios, sino fomentar formas de prevención que creen individuos con modos mentales más positivos para abordar las dificultades». Las cifras son reveladoras: en el caso de la ludopatía, entre un 2% y un 5% de la población tiene problemas graves con el juego, y, en el caso de los trastornos alimenticios, entre el tres y el cinco por ciento de la población está afectada por la bulimia, una enfermedad, además, difícil de detectar.

El catedrático de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad del País Vasco, Enrique Echeburua, uno de los máximos especialistas en el estudio de los trastornos del juego, alertó de la existencia de «una bolsa oculta de mujeres ludópatas que no reciben ayuda». El perfil del ludópata habitual hasta hace pocos años era el de un «adulto de entre 30 y 40 años, de una clase social media-baja, y un nivel cultural no excesivamente alto». Echeburúa explicó que la proliferación de las máquinas tragaperras en todo tipo de espacios, ha propiciado que se empiece a constatar en la actualidad «un corrimiento hacia los jóvenes de entre 18 y 20 años». En estos casos, los enfermos son «personas que no reconocen su dependencia», con lo que se hace más difícil su tratamiento.

Otro aspecto grave detectado por los especialistas radica en la existencia de un gran número de mujeres que tienen problemas con el juego y, sin embargo, no acuden a los centros de tratamiento. El profesor Echeburúa dijo que «en lugar de pensar que tienen un trastorno mental piensan que están afectadas por un vicio» y, por si fuera poco, la ocultación del problema, «supone que no puedan ser tratadas adecuadamente y de forma temprana».

Nueve de cada diez ludópatas que buscan ayuda para superar su adicción son hombres, pero la cifra «no refleja la realidad». A juicio de Echeburua, «uno de los retos que se plantea es considerar el juego como un trastorno mental, porque mientras a los viciosos se les margina, los enfermos reciben tratamiento». En el tratamiento, «un 80% de las personas que acuden al especialista se recuperan de su adicción».

Por su parte, la catedrática de Personalidad, de la Universidad de Barcelona, Carmina Saldaña asoció la incidencia de los trastornos alimenticios al «cambio en el estilo de vida, que favorece la aparición de depresiones y ansiedad, así como al cambio de valores, que crea un alto nivel de insatisfacción». Otros datos revelan que el tres por ciento de la población ingiere alimentos de forma compulsiva, mientras que un 0,8 por ciento de los ciudadanos sufren anorexia, cifras que se elevan entre adolescentes. Aseguró la especialista que «quienes padecen esta enfermedad tardan entre tres y cinco años en acudir a un especialista para recibir tratamiento, por lo que destacó la importancia del entorno, familiares y amigos, a la hora de «hacer consciente a la chica de que tiene un problema». Asimismo, aclaró que «no hay más pacientes, sino que los casos están mejor definidos».

Asimismo, Echeburúa llamó la atención sobre la peligrosa «tendencia a psicopatologizar, a crear categorías científicas» para realidades de la vida cotidiana. Una tendencia, desde los medios de comunicación, que convierte en nuevos cuadro clínicos comportamientos y reacciones que son lógicas. En este sentido, expuso, como ejemplo, el rechazo a denominar «síndrome postvacacional» lo que tan sólo es el enfado tras concluir el periodo de ocio y regresar a la vida laboral.