Los juegos infantiles, según señalaba Montaigne, son los actos más serios de los niños; con ellos disfrutan a la vez que aprenden, crecen y se dan a conocer. Al analizar esta forma de diversión, los autores de un nuevo ensayo se dieron cuenta de la influencia que el consumo paterno de tabaco o alcohol, así como haber visto películas de adultos, puede tener sobre los más pequeños.

En vista de que la mayoría de los estudios sobre prevención del consumo de estas dos drogas legales se realizan en adolescentes, un grupo de expertos del departamento de ciencias psicológicas y cerebrales de la Universidad de Dartmouth (New Hampshire, EEUU) decidó llevar a cabo una investigación con niños de entre dos y seis años de edad.

El estudio de esta población plantea una serie de problemas ya que, como norma general, no saben leer ni escribir y tienen pocas habilidades lingüísticas. Por este motivo, los especialistas estadounidenses desarrollaron un modelo de análisis basado en un juego infantil y en una serie de entrevistas realizadas a los padres.

Pasar la tarde con un amigo

De dos muñecos previamente elegidos, cada niño tenía que escoger uno para que le representara a él y otro para que hiciera las veces de un amigo que iba a su casa a ver una película y a comer algo.

El juego comienza en el salón donde el investigador, que interpreta el papel del amigo, le pide al niño que compre algo de comida en una tienda. Ambos muñecos acuden al establecimiento donde pueden comprar todo lo que quieran hasta, como máximo, llenar el carro. En el caso de los niños de dos años la tarea se simplificó y sólo se les pidió que escogieran un muñeco y lo llevaran a comprar.

Además de fruta, cereales, postres, caramelos o medicinas, la tienda ofrecía seis paquetes de cigarrillos y nueve bebidas alcohólicas. Los niños compraron, como media, 17 de los 73 productos ofertados. El 28,3% (34 niños) adquirió cigarrillos, el 61,7% alcohol y el 24,1% ambos.

El papel determinante de los padres

Estos datos, que aparecen publicados en los «Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine», muestran que los niños eran más propensos a comprar tabaco o alcohol si sus padres fumaban o bebían (al menos una vez al mes), respectivamente. Haber visto películas de adultos o de mayores de 13 años también resultó determinante a la hora de añadir cerveza o vino al carro de la compra.

«Nosotros proponemos que las expectativas positivas, desarrolladas en los primeros años de vida, que unen el uso de tabaco y acohol con los acontecimientos sociales podrían promover individuos que fumen o beban cuando sean lo suficientemente mayores como para encontrarse ante este tipo de situaciones sociales», subrayan los expertos.

Y finalizan su argumentación destacando la necesidad de llevar a cabo programas preventivos dirigidos a los más pequeños y a sus progenitores.