En zonas de cultivo del departamento del Cauca (suroccidente de Colombia) un kilo de marihuana se consigue a un determinado precio en dólares, pero una vez puesto en Bogotá ese mismo kilo sube 270%. Los traficantes, que en la calle la distribuyen en gramos, terminan sacando una ganancia de 5.000% .
De esa magnitud es el negocio del tráfico de estupefacientes al menudeo, con el que se está financiando una tragedia urbana de nivel continental, cuyos principales protagonistas y víctimas son los jóvenes. Son ellos los clientes principales de los traficantes y también la mano de obra que utilizan para vender, sin consecuencias judiciales, la droga en las calles.
Enfrentar un negocio que tiene una rentabilidad de 5.000% entre el cultivo y el consumidor para las autoridades se ha convertido en un problema que demanda millones de dólares del erario público y el desgaste de una fuerza pública que no da abasto para controlar los expendios de alucinógenos, que se multiplican como hormigas en las ciudades.
El Grupo de Diarios América revisó el fenómeno en 11 ciudades de la región: San Juan de Puerto Rico, Ciudad de México, San José de Costa Rica, Montevideo, Quito, Buenos Aires, Río de Janeiro, Santiago de Chile, Lima, Caracas y Bogotá.
Una característica generalizada en las ciudades es la falta de información y cifras exactas sobre la medición del fenómeno, aunque en todos los casos las autoridades son conscientes de la gravedad del problema y la dificultad para enfrentarlo.
Las autoridades de Costa Rica afirman que el microtráfico tomó tal fuerza en los últimos ocho años, que cambió el papel del país en la industria de la droga.
«Pasamos de ser un país de tránsito a uno consumidor», reconoció Carlos Alvarado, director del Instituto Costarricense sobre Drogas.
En términos sencillos el microtráfico, o venta de estupefacientes al menudeo o al detal, es un negocio montado por las mafias para vender masivamente drogas ilegales por gramos, que es la dosis mínima, y que tiene como propósito cubrir el mercado interno especialmente en las ciudades. Por su tamaño, población y complejidad las capitales se han convertido en los centros de disputa preferidos de las mafias.
En el portafolio de drogas ilegales que ponen en las calles, la marihuana encabeza las ventas, el consumo y su influencia en los delitos. Después están la cocaína, los inhalables (como el pegante bóxer), la heroína y el bazuco que es la droga de peor calidad. En otras ciudades se llama crack o paco. Es el residuo de la base de coca, mezclada con químicos que la hacen altamente adictiva. En la lista figuran las drogas sintéticas que cada día ganan más mercado especialmente entre los estudiantes y en las zonas fiesteras.
En la estructura del narcomenudeo las mafias están en la cabeza y los jíbaros (vendedores) en la base. Entre esos dos extremos figuran los lugartenientes, los testaferros (que lavan el dinero) y los administradores de los expendios o puntos de venta (‘ollas’), que son los que reciben la droga al por mayor, la pesan, la empacan, la marcan y la ponen en la calle.
La primera característica del negocio, que les garantiza éxito a las mafias y dificulta el trabajo de la policía para su control, es la proliferación de expendios a lo largo y ancho de las ciudades. En Bogotá, una urbe de siete millones y medio de habitantes, la policía reconoce la existencia de 260 ollas. En Montevideo, Uruguay, se calcula que hay 960 ‘bocas’, como se llaman allí los expendios de droga.
De las once ciudades consultadas ninguna autoridad se atreve a calcular el número de individuos que integran el ejército distribuidor de drogas al detal, del que hacen parte personas de todas las edades, pero en particular menores de edad. Pasan inadvertidos entre la gente, a pie, en bicicleta o en moto; pueden estar en puestos de venta de dulces o a la entrada de los colegios, en la esquina de un barrio, en las zonas de fiestas o en sectores de consumo identificados por la policía por su decadencia y degradación.
La segunda característica que les ha dado resultado a los traficantes es el uso de menores de edad para cumplir el papel de distribuidores (jíbaros). Y las cifras lo confirman. En Bogotá, por ejemplo, entre enero y octubre de este año la policía capturó a 2.352 menores por tráfico de estupefacientes, 216 más que en 2012.
En 9 de cada 10 casos vuelven a la calle. Muchos evaden el castigo y alegan el porte de dosis mínima de droga que está permitida.
Las capturas y los operativos constituyen un desgaste permanente para las autoridades que rara vez cuentan con personal suficiente para enfrentar estos ejércitos distribuidores. Cada gramo de droga decomisado es rápidamente reemplazado por nuevos cargamentos, y cada capturado se releva en la calle muy frecuentemente por otro familiar. Padre, madre, esposa, hijos y primos constituyen empresas familiares que perpetúan el negocio en los barrios.
Y con el narcomenudeo también se sostienen e intensifican en el tiempo dos fenómenos que impactan la calidad de vida en las ciudades: el aumento de la violencia en las calles y el incremento imparable del consumo, especialmente entre la juventud.
Las estadísticas oficiales reflejan que en Bogotá entre 71% y 81% de los delitos de hurto, porte de armas, lesiones personales, tráfico de estupefacientes y daño en bien ajeno están relacionados con el tráfico de marihuana. De 1.042 homicidios reportados este año, 101 (9%) están directamente relacionados con el microtráfico.
En Quito, un informe del Observatorio Metropolitano de Seguridad Ciudadana dio cuenta del asesinato de 16 personas entre enero de 2010 y diciembre de 2012 por venganza en la Mariscal, uno de los puntos identificados de tráfico al menudeo. Y este año van 5 casos reportados por ajustes de cuentas.
México D.F., donde hay 9 millones de habitantes, no solamente es punto de paso; es también de envío y recepción de dólares producto de la venta al menudeo y exportación de cocaína a Estados Unidos y Europa. Allí las autoridades calculan que al menos 10% de un millón de personas, entre 17 y 25 años de edad que va de fiesta los fines de semana, compran drogas en las calles. Las bandas lo saben y por eso se pelean ese mercado.