Pregúntele a un alcohólico que trata de vivir un día y éste le dirá que beber compulsivamente es una enfermedad y punto. Después de todo, eso es lo que el gran libro de los alcohólicos anónimos, editado en 1939, dice y es lo que todo el mundo ha creído desde entonces.

Sin embargo, la tecnología está haciendo que médicos y terapeutas vean las cosas bajo otra luz, y no es la primera vez. Con la ayuda de técnicas de imagen nuevas y sofisticadas, los científicos pueden ver dentro de los cerebros de los alcohólicos en el momento exacto cuando están siendo tentados por pensamientos acerca de cervezas heladas, martinis secos o cabernet franceses completamente maduros. La nueva ciencia muestra justamente la forma en que el alcohol modifica el sistema de cableado de los circuitos del cerebro, inhibiendo la capacidad de sentir placer actuando con cordura, reemplazándola por un impulso de comportamiento intensamente desadaptado y destructivo. James West, director emérito del centro Mery Ford en el rancho Mirage, California, dice que «el alcoholismo es una enfermedad que interfiere con la vida del hogar, las relaciones personales y eventualmente con la salud. Es algo biológico, pero también psicosocial».

Buenos tiempos

El panorama es aterrador, pero las buenas noticias son que está cambiando la manera en que los médicos y especialistas piensan acerca del tratamiento del alcoholismo. Hasta hace poco, creyendo que no había nada que ofrecer, los doctores habían dejado tal tratamiento a los consejeros, alcohólicos regenerados y clérigos; el resultado ha sido una batería de terapias, algunas con buenos resultados y otras simplemente buenas intensiones.

Ahora los médicos están teniendo un gran momento. El área más prometedora de la investigación está en las nuevas drogas que se dirigen a regiones específicas del cerebro para ayudar a aliviar la ansiedad por el licor. Una de esas drogas, la primera de este tipo, llamada Naltrexona, ha demostrado ser una promesa para inhibir la terrible tentación de beber un trago y ha sido aprobada por la administración de alimentos y drogas de los Estados Unidos, por lo cual ya se encuentra disponible a la venta con prescripción. Otras dos drogas que también pueden ayudar a aliviar la ansiedad por beber están a prueba.

Sin embargo, hasta quienes proponen el tratamiento farmacológico dicen que las drogas no son la respuesta absoluta, pues la mayoría de los alcohólicos continuarán requiriendo apoyo o los programas de los doce pasos para ayudarse a confrontar el daño que pudieran haber causado o la mejora que tengan que desarrollar. Así como el Prozac obtuvo practicantes médicos integrales interesados en la depresión, las drogas antiansiedad podrían reclutar a más doctores interesados en el tratamiento del alcoholismo. Keith Humphreys, psicólogo e investigador de la universidad de Stanford, dice que «los especialistas quieren tener la capacidad de hacer algo médicamente».

Historias que espantan

La nueva tecnología de imágenes cerebrales será la clave para determinar la cantidad y la propiedad de la eficacia con que los doctores pueden ayudar. Casi 14 millones de individuos en los Estados Unidos son alcohólicos o abusan del alcohol y son borrachines arrastrados o bebedores empedernidos, rebeldes insensatos o bribones encantadores. Ellos hacen sonar el cristal Louis Roederer lleno de champaña o sorben cerveza Budweiser en vasos plásticos, pero se dicen a sí mismos que no son alcohólicos porque nunca beben antes de las cinco de la tarde, pueden arreglárselas para llegar al trabajo todos lo días o porque la cena está servida siempre a tiempo.

Pero sus excusas no pueden tapar el daño que hacen, pues María rodó por las escaleras con su bebé en los brazos, Pedro ha tenido cinco esposas y la misma cantidad de divorcios, Ana tomó un traguito de Vodka y luego se llevó por delante a unos niños de cuarto grado con su carro, Silvia, quien fuera una persona tímida, se desnudó para bailar por dinero, Juan cometió asalto a mano armada, Alicia amenazó a su esposo con un cuchillo de cocina y Carolina se escabullía en las cocinas después de la cena para beber las últimas gotas de vino de los vasos sucios. Todos ellos son alcohólicos reformados que hoy se avergüenzan de estas colecciones de espanto.

Para los alcohólicos activos la bebida hace desaparecer la razón y distorsiona el juicio, dañando la conexión entre el comportamiento y las consecuencias. Hace desaparecer los matrimonios, las amistades, las carreras y deja a los hijos en el aire pues para estas personas el amor y la lógica no pueden ir de la mano junto al alcohol.

Y este daño no se limita a los demás ya que con el tiempo la adicción se convierte en una prueba enervante para los bebedores. María, quien ha estado sobria por 17 años, recuerda que «siempre prefería beber en vasos opacos de manera que mi esposo no supiera lo que estaba tomando y ponía vodka en el vino, pues éste era más aceptable. Siempre estaba pensando en lo que iba a beber y el momento en que lo haría, por lo cual escondía las botellas para que mi esposo no supiera la cantidad que había tomado. Era algo que me dejaba exhausta.»

El punto exacto en que el abuso del alcohol cruza la línea a la adicción es aún un misterio, pero John Schwarzlose, presidente del centro Betty Ford, tiene su propio criterio acerca de ello: una persona que abusa de la bebida puede ser detenido una vez al manejar bajo la influencia de la bebida y eso puede ser aterrador, manteniéndolo sobrio; sin embargo, para un alcohólico la vergüenza no es suficiente. Dice que «dos o más veces manejando en ese estado hacen a un adicto.» Pero esto generalmente es una distinción sin sentido para los familiares, las personas queridas y los jefes, pues saben que beber en exceso puede arruinar vidas por medio de los engaños, las promesas rotas, los trabajos perdidos, los accidentes automovilísticos y una retahíla de tragedias personales.

El alcoholismo es una enfermedad que puede comenzar con un primer trago y con sólo ese aparece la piedra en el zapato, llevando a unos a un futuro de adicción y a otros a una vida de tragos placenteros y moderados. Los cerebros de las personas genéticamente predispuestas al alcoholismo pueden ser incapaces de producir la dopamina natural adecuada, uno de los químicos que hacen sentir placer.

Predisposición genética y ambiente

Para ellos, el primer trago es un golpe de químico y goce, nunca antes se habrían sentido tan fuertes y entonces es amor a primera vista. María dice «la primera vez que me emborraché tenía once años. Estaba trabajando de niñera con una amiga e irrumpimos en el bar de su padre; luego tuvimos una guerra de comida y nunca en mi vida me había divertido tanto.»

Sólo una de nueve personas continua en el camino hacia el alcoholismo, pero aquellos que sucumben están desproporcionadamente relacionados con la bebida y se estima que entre un 50% y 60% de los que se vuelven alcohólicos tienen una predisposición genética. Mark, de 51 años de edad y quien fue tratado en Operation Par Village en Largo, Florida en el año 2001, dice «mi padre era alcohólico; trabajaba y bebía arduamente.» Sin embargo, el ambiente también juega un papel importante, pues Abel recuerda que «cuando era niño solía llevarle las cervezas a mi padre, sorbiendo los primeros tragos en mi camino desde la nevera y me encantaba el sabor.»

Eso es porque el licor se dirige al centro de la emoción y el placer en la mente, llamado el núcleo acumbeo, el cual también se encarga de la gratificación del hambre, la sed y el sexo. Como otras drogas adictivas, es en ese lugar donde el alcohol incrementa la concentración de dopamina, químico que produce placer en los circuitos de reforzamiento del cerebro.

Sin embargo, una investigación reciente muestra que la bebida también abre las puertas de los químicos que hacen sentir bien, incluyendo a la serotonina. Distorsiona los niveles de glutamato, el cual puede hacer sentir a la persona elevada y luego interfiere con otros componentes que hacen sentir cansancio. Enoch Gordis, antiguo director del instituto nacional del abuso del alcohol y el alcoholismo, llama al licor «la sustancia más dañina y esparcida que tenemos en la sociedad.»

La nueva investigación muestra que una vez que comienza el proceso de beber en exceso, el alcohol empieza a reformar el cerebro sin tomar en cuenta la historia familiar. Raymond Anton, director científico del centro Charleston de investigación del alcohol en la universidad médica de Carolina del Sur, dice que «aún en las personas que no son susceptibles, el uso crónico puede causar adicción.»

De acuerdo con el Instituto Nacional del Abuso del Alcohol y el Alcoholismo, las personas que brindan varias veces en la semana, cinco o más tragos en un día para un hombre y cuatro o más para la mujer, están claramente en riesgo y pueden sufrir de otras consecuencias, como mala concentración, reflejos retardados, sueño intranquilo y presión sanguínea elevada. Sin embargo, no existe evidencia que beber de manera moderada, dos tragos para un hombre y uno para la mujer, altere la química cerebral.

Camino al alcoholismo

Las personas generalmente empiezan su camino hacia el alcoholismo en su adolescencia o comenzando los 20; sin embargo, el estrés de la vida más adelante, como un divorcio a los 30, la pérdida de un trabajo a los 40 o la muerte de un ser querido en cualquier momento de la vida, también puede empujar hacía ello. En este punto, la amígdala o parte del cerebro que lidera la función de ayudar al cuerpo a reaccionar al estrés, puede calmarse con la bebida.

A pesar de que estos bebedores pueden empezar tarde en su vida, beber demasiado también produce alteraciones cerebrales parecidas. Ana, de 48 años, no bebió mucho hasta que se divorció a los 30 años. Al principio bebía simplemente por el alivio y la diversión de las fiestas, pero pronto estaba bebiendo casi todas las noches. Dice «me quedaba hasta tarde en la calle y me encontré perdiendo mis empleos.»

Como quiera que comience, la bebida en exceso eventualmente le roba al alcohol su valor de amenaza al cerebro porque el deseo se vuelve una necesidad y el bebedor requiere cada vez más licor para alcanzar el mismo nivel de sensación elevada hasta que llega el momento en que ésta ha desaparecido. Diana, quien ha estado sobria por más de 16 años, dice que «hubo una época en mi vida que los químicos hicieron algo por mí, pero luego, un mágico día, dejaron de hacerlo y pasé una gran cantidad de tiempo tratando de rehabilitarme.»