Como excusa, la de que se debe laborar desde que sale el sol hasta que
la luna llegue a la mitad del cielo es perfecta. Perfecta si se quiere
huir de la casa, de la pareja, de esa sensación de hueco en el pecho que
se traduce en la inundación de los ojos. Pero imperfecta desde el punto
de vista de la salud, porque oculta una adicción que lo es tanto como
otras, aunque todavía goza de prestigio: la adicción al trabajo. Y que,
además, se roba la energía, la vitalidad, el bienestar.

Una persona que ingiera alcohol en cantidades industriales será mal
vista. Ni hablar si consume cocaína o marihuana, si gasta sus días en
los bingos, si no para de comprar hasta que acaba con el centro
comercial, si sus dedos y su mente no se separan de Internet. Todas las
anteriores forman parte de las adicciones comportamentales, porque están
asociadas con trastornos de conducta y no con el uso de sustancias,
aclara Pedro Delgado, médico psiquiatra y director de residencia de la
organización Humana.

En cambio, los seres workaholic pueden gozar de la admiración de sus
compañeras y compañeros de faena, de sus jefas o jefes. Ciertas
organizaciones adoran un personal así. Por eso, el problema (otra
adicción comportamental) suele pasar inadvertido, a menos que la familia
proteste por tantas ausencias. «Esta es una adicción encubierta, porque
el hábito de trabajo es socialmente aceptado», agrega el especialista.

La mujer o el hombre «se vuelca en su oficio de forma compulsiva porque
recibe compensaciones, refuerzo social, reconocimiento», explica Ester
Reinoso, psicóloga del Instituto Nacional de Prevención, Salud y
Seguridad Laborales, adscrito al Ministerio del Trabajo. Este trastorno
contemporáneo, no obstante, todavía no es considerado por el Inpsasel
como una patología ocupacional. No existen reportes ni estadísticas.

Colapso paulatino

«Trabajar para vivir y no vivir para trabajar», recomienda la conseja
popular. Los sujetos workaholic hacen exactamente lo contrario: viven
para trabajar, hasta que el cuerpo no les da para más. Una cosa,
advierte Reinoso, es quedarse un tiempo más en la oficina o en la
fábrica porque urge terminar una tarea, y otra, muy distinta, es
prolongar la jornada («me voy a quedar un poco más») de forma rutinaria.

«Si por la naturaleza de tu profesión debes laborar 14 horas diarias, la
decisión no es tuya, sino externa. Gente de escasos recursos se ve
obligada a trabajar en dos y tres sitios para sostener al grupo
familiar», sentencia Delgado. «Pero si requieres trabajar incesantemente
aunque puedes evitarlo, por una necesidad interna que escapa de tu
control, se convierte en un problema médico que cae en el campo de la
compulsión».

Razones biológicas, psicológicas y sociales se suman para dar como
resultado un individuo workaholic. «Hablamos de predisposición
constitucional; de asumir estas conductas para tratar de resolver
situaciones difíciles; de un ambiente que facilita», enumera el
psiquiatra. Por ejemplo, «grandes trasnacionales y organizaciones le
exigen a su personal grandes dosis de sacrificio, y quienes tienen
alguna vulnerabilidad ceden mucho más fácilmente».

Alguien que padezca de adicción laboral sufrirá cada vez que le
correspondan las vacaciones.

Deseará que el fin de semana se acorte y la semana se alargue. No
disfrutará de los ratos de ocio. No hallará la forma de desconectarse.
Extrañará su silla y su escritorio. Si le toca una jornada liviana, se
sen tirá malísimo. Jamás dirá que no. Se hallará fuera de lugar en la
casa. Extrañará el estrés y los horarios.

Esto no es un episodio de fiebre. No es una condición aguda, sino un
proceso crónico que va carco miendo la salud. Perjudica el sistema
cardiovascular, el sistema inmunológico. Reduce el rendimiento. Puede
concluir en el karoshi, o síndrome de muerte súbita por exceso de
trabajo. «El sujeto, debido al exagerado número de horas que labora,
puede presentar un infarto y morir», acota Reinoso.

Aun cuando puede aquejar por igual a hombres y mujeres, ellos suelen ser
presas fáciles porque el trabajo es muy importante en su vida, detalla
Delgado. En Venezuela, de acuerdo con la experiencia del médico, se
observa mayoritariamente en varones de 30 a 45 años de edad.

Síndrome de abstinencia

Las personas adictas al trabajo pueden darse cuenta de que algo anda mal
al percibir que están dedicando más tiempo del debido a su empleo;
cuando comienzan las discusiones en la casa, con las amigas y amigos por
esta causa; cuando el cuerpo protesta con dolores de cabeza, úlceras
gastrointestinales, males del corazón.

«Una vez que el individuo busca ayuda especializada, lo primero que
hacemos es la evaluación neuropsiquiátrica, para saber si hay una
condición orgánica que esté influyendo», refiere Delgado. «Exploramos
igualmente las circunstancias psicológicas».

Cualquier ser humano que decida abandonar, por ejemplo, la cocaína,
enfrentará un conjunto de síntomas (apatía, deseo intenso de volver a lo
habitual, fatiga, debilidad, ganas de dormir, entre otros) conocidos
como síndrome de abstinencia. Quienes son adictas o adictos al trabajo,
también. Es por eso que, al iniciar sus vacaciones, no aguantan el
celular apagado, no renuncian a la computadora ni en la orilla de la
playa y llaman a la oficina todos los días.

Ese síndrome de abstinencia se trata con medicación para disminuir la
ansiedad. Mediante psicoterapia cognitivo-conductual se intenta
modificar los patrones de conducta. Posiblemente se requerirán acciones
adicionales, como rotar a otro departamento o cambiar de trabajo. Es
difícil curarse de la compulsión laboral, pero se puede controlar.

Acoso y agotamiento

Otras afecciones son frecuentes en el campo de trabajo: el sín drome de
agotamiento emocional (o burnout) y el mobbing o acoso laboral.

1)»Quemadas» y «quemados». Ester Reinoso prefiere utilizar la expresión
síndrome de agotamiento emocional en vez de burnout. El Instituto
Nacional de Prevención, Salud y Seguridad Laborales ha recibido
denuncias principalmente de los estados Aragua y Anzoátegui. Las
psicólogas y psicólogos del Inpsasel determinaron que 5 a 10 años de
responsabilidades consecutivas son un factor de riesgo.

El trastorno aqueja, con frecuencia, a trabajadoras y trabajadores de
los sectores salud y educación, comenta Reinoso. «Se ve una actitud de
abandono, insensibilidad y desinterés ante las demandas de pacientes, de
alumnas y alumnos», puntualiza. Está vinculado con expectativas
personales y profesionales no cubiertas, gran deman da y poca capacidad
de respuesta de los servicios. Reposo médico y apoyo psicológico y
psiquiátrico ayudan a superar el cansancio.

2) Acosadas y acosados: En el instituto (oficinas de la Región Capital y
del estado Vargas) se reciben 6 a 8 reportes semanales de mobbing. El
acoso se define, señala la psicóloga, como toda intimidación,
humillación y maltrato que sufra una persona por parte de su superior
inmediato o compañeras o compañeros de labor. Al sujeto le asignan
20.000 tareas o ninguna; le niegan los permisos médicos; le hacen la
vida imposible.

¿Las causas? Competencia, envidia, perversiones. ¿La palabra clave?
Abuso de poder. ¿Las consecuencias? Enfermedades autoinmunes, ansiedad,
depresión, gastritis, dolores musculares. ¿La solución? Psicoterapia,
fármacos. El Inpsasel interviene para poner fin a la persecución y
conseguir la reubicación en otra área.