Los videojuegos son programas que, a través de un sistema interactivo, permiten al usuario vivir experiencias o disfrutar de actividades de forma virtual. Se trata de una forma de ocio que comenzó a extenderse de forma imparable a partir de la década de los ochenta hasta formar el próspero mercado de hoy. La calidad de los videojuegos ha ido aumentando desde los primeros arcades, en los que tan sólo se exigía una rápida capacidad de respuesta, hasta los actuales, en los que se simulan situaciones con gran realismo.
Por este motivo, el jugador se implica cada vez más en las historias o situaciones que recrea el juego. La interactividad de estos juegos es tan alta que ya permite participar a varios jugadores simultáneamente, en vivo o a través de Internet. Estadísticas recientes demuestran que uno de cada cuatro adolescentes españoles hace uso de videojuegos de forma habitual. Su difusión es más amplia entre los niños que entre las niñas, pero la tendencia es a igualarse cada vez más.
Lo malo
La idea habitual es que los videojuegos tienen efectos nocivos para niños y adolescentes. Sin embargo, estudios recientes demuestran que estos efectos perjudiciales dependen mucho del contenido de cada juego y del tiempo dedicado a ellos. El efecto nocivo directo más conocido son los casos de epilepsia fotosensible. Un porcentaje de niños, generalmente con antecedentes de esta enfermedad, puede sufrir crisis provocadas por los destellos y cambios de intensidad de luz de algunos juegos. Este efecto adquirió notoriedad hace años al producirse varios casos en Japón -no con un videojuego, sino con una serie televisiva de dibujos animados-. Los videojuegos no causan la epilepsia, sino que pueden desencadenarla en sujetos predispuestos.
Por otro lado, están ampliamente descritos los efectos perniciosos derivados de un uso excesivo. Como en otras adicciones, el problema aparece cuando el objeto de la adicción se antepone a otros aspectos de la vida ordinaria, como el deporte, la lectura o el contacto con los amigos. Esto puede llevar a una ruptura con la vida social y a un aislamiento de consecuencias muy negativas para el niño. La atención puesta en el juego genera agotamiento del sistema nervioso con síntomas de depresión o ansiedad. El rendimiento académico se resiente, apreciándose defectos en la capacidad de atención y un desinterés llamativo por las actividades escolares. En los casos más graves puede darse incluso un síndrome de abstinencia cuando no pueden jugar o se les priva de su uso.
El uso excesivo de los videojuegos se ha relacionado también con la aparición de obesidad por excesivo sedentarismo. En realidad, el uso de videojuegos consume más calorías que otras actividades similares, como ver la televisión, gracias a la tensión muscular derivada del juego. En cualquier caso, conviene que los videojuegos se unan a la práctica del deporte y a una dieta sana y sin exceso de azúcares. Otras consecuencias relacionadas con el empleo continuado de videojuegos son la aparición de molestias oculares, como irritación o sequedad, debido a la atención que se presta a la pantalla. También pueden producir dolores de cabeza, especialmente en niños con problemas visuales no corregidos y dolores musculares en la mano y muñeca por exceso de esfuerzo o malas posturas con el mando.
Los efectos perjudiciales sobre la salud del niño dependen también del contenido de los videojuegos, ya que no todos los que hay en el mercado están pensados para un público infantil. Hay títulos que pueden resultar nocivos para el desarrollo psicológico del niño por sus contenidos de violencia, sexo o discriminación. No hay que olvidar que el desarrollo de la personalidad se puede ver influenciado por modelos o estereotipos que pueden extraerse de un libro, película o videojuego. Por último, mencionar que cada videojuego puede durar tan sólo unas pocas semanas o meses y que hay que concienciar al niño del desmesurado coste económico que supone adquirir nuevos juegos.
Lo bueno
También se han descrito ciertos efectos positivos del empleo correcto de videojuegos. El intercambio y el juego entre varios participantes favorece el contacto social. Es otra forma de mantener o propiciar el contacto entre amigos, como en cualquier otra afición. La consecución de un determinado objetivo por parte del niño para concluir el juego estimula la constancia en el esfuerzo. El menor perderá en muchas ocasiones, con lo que se aumenta la tolerancia frente al fracaso y la conciencia de intentarlo de nuevo cuando no se consigue algún objetivo.
Además, la necesidad de ser rápido en la toma de decisiones disminuye la aparición de un carácter dubitativo. Los videojuegos también son beneficiosos a la hora de favorecer la coordinación visual y manual. Estimulan la memoria y la capacidad para retener conceptos numéricos y mejoran la percepción espacial. El uso moderado de consolas facilita el contacto posterior del niño con el entorno informático.
Como ocurre con muchas actividades, el uso de los videojuegos puede ser beneficioso o perjudicial dependiendo de cómo los empleemos. En primer lugar es importante limitar su uso, dedicándole un espacio determinado en el horario del niño. Pueden resultar muy útiles si los utilizamos como premio cuando acaban una tarea o ayudan en casa.
Es fundamental que los padres estén al corriente de los contenidos de los juegos que llegan a casa. Cada producto incluye las indicaciones sobre edad recomendada o contenidos. En cualquier caso, es bueno estar presentes cuando el niño estrena el juego. Podemos incluso participar en él para fomentar la comunicación y el contacto con los hijos, aunque nos lleve un tiempo.
Los videojuegos pueden tener su lugar como una faceta más de la educación, que se verá completada con otras actividades como el arte, el deporte o la lectura. Para ello hay que vigilar las posibles anomalías que podamos observar en el comportamiento del niño, como un uso compulsivo de la videoconsola, cambios en el comportamiento y en el rendimiento escolar o abandono de otras actividades o aficiones.