Xabier Arana presentó ayer en Donostia el volumen Globalización y drogas; políticas sobre drogas, derechos humanos y reducción de riesgos, que recopila las ponencias presentadas en un seminario que reunió a expertos de diferentes países en el Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati.
¿Las políticas prohibicionistas reportan algún beneficio desde el punto de vista de la salud pública?
– Sabemos muy claramente a quien no benefician; a los consumidores, a los que se ha visto como enfermos o como amorales, pese a ser personas, sujetos de derechos. Tampoco benefician a quienes queremos profundizar en procesos democráticos y que no se utilicen las drogas como método de control social.
La eficacia de las políticas de tolerancia cero no parece resistir el más mínimo análisis.
– Es una huida hacia adelante. Sucede por ejemplo con el uso terapéutico del cannabis. ¿Por qué no se puede analizar este uso? ¿Por qué en Estados Unidos el consumo está penado con cárcel y en Holanda lo venden en las farmacias?
¿La reducción de daños es la alternativa?
– Las drogas han estado, están y van a seguir estando entre nosotros, por lo que es mejor ayudar y aprender a convivir con las drogas que decir no. Todos tenemos en nuestras casas medicamentos que utilizamos en determinados momentos, y también sabemos hacer un uso lúdico de las sustancias. A veces habrá problemas pero lo importante es educar a la gente en un uso responsable de las sustancias.
¿Regulación frente a represión?
– Soy partidario de regular el uso de las sustancias y no de criminalizar ni sancionar el consumo. Se puede empezar por el cannabis para ir hacia otras sustancias. Esto no es la panacea sino una política que puede ayudar a reducir los efectos secundarios.
¿Cuáles son?
– Los primarios, sean sustancias legales o ilegales, son consecuencia del consumo: si todos los días bebo un litro un vodka, en poco tiempo mi hígado estará tocado. Los secundarios son los derivados de la actual política: adulteración, corrupción, falta de derechos de los consumidores, creación de mafias, etcétera.
Las estadísticas constatan un mayor consumo de drogas, sean ilegales o no.
– Hoy por hoy una sustancia ilegal no representa ningún problema para cualquier persona, sea joven o mayor, si tiene dinero y quiere consumirla.
¿Qué sentido tienen los mensajes institucionales a la juventud cuando los propios Estados obtienen ingentes ingresos fiscales a través de drogas que «pueden matar» como el tabaco o el alcohol?
– El Plan Nacional de Drogas ha insistido en el mensaje «di no a las drogas», que constituye un reduccionismo ideológico. Los ciudadanos decimos sí y no a las drogas continuamente: me encanta el café, pero sé que si lo tomo por la noche, luego no voy a dormir; cuando vamos a una sidrería hacemos la misma elección, porque pensamos que igual nos va a tocar un control de alcoholemia; la farmacia que todos tenemos en casa no la utilizamos irracionalmente. El mensaje no puede ser decir no, sino aprender a saber utilizar las drogas de forma responsable. No se trata de fomentarlas, sino de promover un uso responsable para prevenir usos problemáticos.
¿Los Gobiernos no pecan de paternalismo al tratar al ciudadano como menor de edad?
– Es injustificado. Todos sabemos disfrutar de determinadas sustancias. Aquí hay campañas públicas de promoción del vino, el txakolí, la sidra…y hay problemas de alcoholismo, pero eso no significa que haya que prohibir su consumo. A veces comparo esta situación con la del tráfico. Tiene que estar regulado para que cada conductor no vaya por su lado, hay gente que conduce con exceso de velocidad y pone en riesgo a los demás, pero la mayoría de la gente conduce más o menos racionalmente. Con las sustancias debería ser igual.