Nota: Artículo de Opinión extraído y traducido de Social.cat

La consideración de determinadas conductas como un problema, es una construcción social y cultural, que surge de criterios políticos y morales. Por este motivo, en general, cuando se habla de comportamientos problemáticos de los adolescentes suele aparecer el concepto de riesgo fundamentalmente asociado al consumo de drogas.

Generalmente, se entiende el riesgo como la posibilidad de que se deriven daños no deseados de una determinada acción. Sin embargo, es habitual obviar que esta probabilidad pueda no producirse, estableciendo una relación directa de causa-efecto y dando por hecho que el daño aparecerá inevitablemente. Así, se naturaliza una visión del riesgo como sinónimo de peligro que hay que combatir, a la vez que se construye un discurso disciplinario que convierte en problema algunas conductas que desafían la normatividad dominante. Esta asociación entre riesgo y peligro conlleva además un cierre a todo diálogo posible con los adolescentes.

Los discursos moralizantes no tienen en cuenta que hay factores estructurales como las desigualdades sociales, de clase, de género, etc. que imponen determinados comportamientos que ejercen una incidencia negativa en la salud de jóvenes y adolescentes. Así, se pone en evidencia que no son tanto las conductas o los consumos en sí mismos los que son problemáticos, sino los contextos y las condiciones en los que se producen estos consumos.

En este sentido, el antropólogo Oriol Romaní (2016), establece una distinción entre los conceptos de comportamiento de riesgo y situación de riesgo. La idea de situación explica mejor la importancia del contexto, en el que el comportamiento «se nutre y en el que actúa».

La exposición a las conductas de riesgo (los niveles de consumo así lo demuestran) no se evita por disponer de mayor información. La cuestión esencial es que ésta no pretenda moralizar y sea realista en relación al uso de las drogas y sus efectos, entendiendo que estas prácticas suelen ser para los adolescentes un camino elegido para la integración social en su grupo de iguales.

Teniendo en cuenta esto, una aproximación al fenómeno desde una posición ética -que no moral- puede dejar espacio a un trabajo educativo que tenga en cuenta la libre decisión de las personas, entendiendo que el consumo de determinadas sustancias puede darse desde de una elección subjetiva, que incluye fines de sociabilidad, de ocio, de placer, etc.

En relación a esto, es interesante tomar en cuenta la influencia que los actuales modelos de consumismo imponen en las conductas. Bauman, en Los retos de la educación en la modernidad líquida, destaca como hoy el consumismo se caracteriza no ya por la acumulación de cosas, sino por el breve disfrute de estas cosas. Desde esta visión puede pensarse de otra manera la relación que algunos adolescentes establecen en relación al consumo, entre otras cosas, de las drogas.

Esto no significa de ninguna manera que se pueda banalizar la forma de tratar el tema, las drogas no son inocuas y una aproximación a ellas requiere de un necesario aprendizaje. Este podrá ser potenciado o no, dependiendo de la perspectiva desde la que se ejerza la mirada sobre la noción misma de riesgo. Para llevar a la práctica esta aproximación, hay dos grandes perspectivas (Rodríguez, 2010). Una es la perspectiva de los daños, aquella que asocia las drogas exclusivamente a los daños y perjuicios que su uso generará, mientras que, en cambio, la perspectiva de la ganancia plantea un equilibrio entre daños y beneficios. Esta visión, a diferencia de la primera, entiende que el riesgo puede ser interpretado de múltiples maneras, ya que cada grupo social y cultural, tiene su particular concepción sobre la valoración del riesgo a partir de la cual definirá los «parámetros y umbrales asumibles y tolerables». Para la mayoría de adolescentes, el principal beneficio es ser parte del grupo y responder a sus expectativas, mientras que el principal riesgo es quedar excluido del grupo para no participar de las mismas conductas.

Una aproximación educativa al tema de las drogas con los adolescentes, debería rechazar necesariamente la «demonización» (que se ha mostrado históricamente ineficaz) para incentivar, mediante la formación y la información realista una relación consciente, con conocimiento de causa y libremente elegida o rechazada, pero nunca desde la imposición o la prohibición.

Aquí surge una cuestión fundamental, saber escuchar las demandas de los adolescentes. A veces, el hecho de ponerse en riesgo, es una forma de demandar que les prestemos una atención que sienten que no tienen, por lo que deberíamos leer estas conductas como un grito en lugar de como una disrupción o una anomalía que debe ser enfrentada o patologizada. En la base de los malestares adolescentes hay una serie de problemas en los que deberíamos centrar nuestra atención, lo que supone al mismo tiempo, cuestionar profundamente algunos de los valores que la sociedad capitalista actual promueve.

Se trataría, en definitiva, de establecer diálogos sobre los riesgos reales desde la proximidad, para que no sean percibidos por los adolescentes como un discurso en contra de ellos, sino con ellos.

Bibliografía

  • Rodríguez, E. (2010) “Sin riesgos no hay beneficios: una lectura en el contexto de los consumos de drogas” En: Romaní, O. (coord.) Jóvenes y riesgos ¿Unas relaciones ineludibles? Barcelona: Bellaterra.
  • Romaní, O. (2016) “Adolescencia, juventud y drogas”. En: Pié, A. (coord.). Adolescencia, juventud y salud mental. Barcelona: UOC.