No soy partidario del consumo de drogas pero sí un empecinado antiprohibicionista. Tampoco pretendo con este escrito hacer apología del consumo pero sí aclarar un poco los mitos que los gobiernos están creando como parte importante de su política contra las drogas, basada principalmente en el miedo para crear una exagerada percepción del riesgo que no responde a la realidad. Si no estoy equivocado la primera medida restrictiva se aprobó en la Convención de la Haya el 23 de febrero de 1912, como colofón a la Comisión Internacional del opio de Shanghai de 1909; “para la supresión progresiva del abuso del opio, de la morfina, de la cocaína, e igualmente que de las drogas preparadas o derivadas de esas sustancias que den lugar o puedan dar lugar a abusos análogos”. Pronto se cumplirán los cien años y cien años de fracaso no les han bastado a la Instituciones Internacionales y a los Gobiernos para darse cuenta de su error y de la inutilidad de las medidas adoptadas que solo han contribuido a ir engrosando el gran negocio del narcotráfico, el consumo y el hacinamiento inhumano en las cárceles de todos los países.
Me voy ha centrar en el cannabis en oposición al tabaco y el alcohol. Es evidente que se trata de una droga injustamente satanizada, cuando en cambio es legal el alcohol que crea violencia y muertes, culpable de la inmensa mayoría de los accidentes mortales de tráfico, y el tabaco, también legal, adictivo hasta en grado máximo e indudablemente mortal como propagador del cáncer.
El alcohol atrapa y destruye, no a todos, pero a muchos de los que lo usan. Y mata alrededor de donde se consume, ni siquiera sólo a los que se lo beben. Y la prohibición ha demostrado su absoluto fracaso ahí donde se ha impuesto, en la triste y famosa Ley Seca en Estados Unidos, catorce años fueron suficientes para permitir la creación de muchas de las mafias que todavía operan en los mercados clandestinos y que adquirieron su mayor apogeo en aquella época.
La política que se está siguiendo con el tabaco es más racional, restringiendo el espacio público para fumar y se está eliminando la publicidad, sin prohibir ni la venta ni el consumo. Ese es un caso de regulación del mercado de un producto adictivo, dañino para la salud y con consecuencias sociales, pero a nadie se le ocurriría el desatino de prohibir completamente su consumo. El mercado negro surgiría de inmediato y las ganancias del crimen organizado se multiplicarían.
El cannabis es mucho menos dañino, nadie se ha muerto por sobredosis de THC, hay formas de consumirlo que evitan la combustión y los efectos de ésta en los pulmones, y es mucho menos adictiva. Su consumo no genera violencia ni peligro social como el alcohol y si es cierto que son un peligro al volante, no lo son tanto como los alcohólicos convertidos en Schumacher o Alonso. El cannabis no es la puerta de acceso a las demás drogas como ha sido constatado en Holanda con la permisividad de los coffe shops que han logrado separar el canal de distribución del cannabis del de las demás drogas y allí la prevalecía del consumo en las demás drogas es de la mas bajas de Europa y el incremento del consumo también. Es el canal de distribución, que en los demás países es el mismo, el que lleva a las demás drogas. No debemos olvidar que las primeras drogas que consume la juventud son el tabaco y el alcohol y nadie dice que el tabaco y el alcohol es la puerta a las demás drogas.
En un reciente estudio ingles por peligrosidad el alcohol esta en el puesto 5, el tabaco en el 9 y el cannabis en el 11. En otros estudios se clasifican: en dependencia física el alcohol la tiene muy fuerte, el tabaco fuerte y el cannabis débil. En dependencia física el alcohol muy fuerte, el tabaco muy fuerte y el cannabis muy débil. En toxicidad el alcohol fuerte, el tabaco muy fuerte y el cannabis muy débil. En neurotoxicidad, el alcohol fuerte y el tabaco y el cannabis no tienen. A la vista de estos datos se hace patente que el cannabis es bastante menos fuerte y peligroso que el tabaco y el alcohol y sin embargo estas últimas son legales y el cannabis es objeto de una campaña en su contra basada, muchas veces, en mentiras, exageraciones y falacias con el único objeto de crear un miedo exagerado que lleve a una percepción del riesgo magnificado y dramatizado que nada tiene que ver con la realidad.
No es aconsejable el consumo de ninguna droga, todas tienen, poco o mucho, efectos secundarios e indeseados, al igual que todos los medicamentos, pero como es utópico el pensar que después de convivir más de 5.000 años con las drogas podemos erradicar totalmente el consumo ya seria hora de derogar las políticas de prohibición y castigo e ir a otra de vigilancia y control de la producción, distribución venta y consumo que pudiera acabar con el narcotráfico, y las inmensas cantidades de dinero que se emplean en su represión destinarse a programas sociales, de “Disminución del Riesgo” y “Reducción de daños”, atención de los drogodependientes y su reincorporación a la sociedad y al mercado laboral.
El narcotráfico, gracias a las leyes prohibicionistas, ha ido aumentando año tras año (de 400 a 500 mil millones de dólares al año) y siendo el responsable directo de sobornos, corrupciones, muertes, asesinatos, blanqueo de dinero, soporte del terrorismo, trata de blancas y de inmigrantes clandestinos y trafico de armas, nadie ha pedido responsabilidades a la ONU y a los gobiernos por su ayuda y soporte a su creación y engrandecimiento gracias a establecer, mantener e incrementar las leyes prohibicionistas. Quizás seria ya hora de pedir responsabilidades a las Organizaciones Internacionales y los Gobiernos por el daño que han ocasionado a la sociedad como consecuencia de la aparición del narcotráfico y más después del fracaso de la famosa Ley Seca que debería de haberles servido de experiencia para no adoptar tácticas prohibicionistas. Es inaudito y creo que nunca visto en la historia de la humanidad que una política de continuo fracaso se este manteniendo a lo largo de casi un siglo.
Debería de empezarse con el cannabis adoptando la medida permisiva de Holanda con los cannabis cafés y ver si el efecto y resultados son positivos con disminución del consumo y de su incremento en la demás drogas para luego abordar una política más humana y efectiva en el resto de las drogas.
Muchos intelectuales, artistas e incluso políticos fuman cannabis habitualmente y no son ni mal vistos ni criminales a los que haya que estigmatizar. Incluso la inmensa mayoría de ellos tampoco son adictos necesitados de un programa de rehabilitación y los que lo requerirían lo necesitan más por el alcohol que por su consumo moderado de cannabis.
Dice el refrán “No hay mal que cien años dure” pero parece que dentro de pocos años se va ha desmentir tal aseveración.
Firmado: Joan Manuel Riera Casany
Voluntario Social