Diego Fernández Piedra. Investigador contratado por el Ayuntamiento del Real Sitio de San Ildefonso (Segovia). [email protected]

Berta de la Vega Moreno. Coordinadora del proyecto Energy Control, de la Asociación Bienestar y Desarrollo, en Madrid. [email protected]

Deconstruyendo Modelos

El uso de sustancias psicoactivas sólo puede ser entendido como un fenómeno social complejo, alejándonos lo más posible de interpretaciones simplistas. Romaní (1999) ya defendió que “el consumo de drogas está conformado por variables psicológicas, médicas, bioquímicas, sociológicas, etnológicas, jurídicas, económicas, políticas, educativas, históricas y éticas”. Posicionamiento que no ha terminado de ser aseverado por las grandes disciplinas/instituciones que generan discursos explicativos, los cuales son plasmados en decisiones interventivas.

Estas decisiones epistemológicas sobre cuestiones tan complejas como ¿qué es una droga?, ¿qué es la dependencia?, etc. influirán no sólo en la manera de entender el fenómeno, sino en cómo tratarlo. Proceso que poco a poco irá conformando diferentes modelos explicativos, con importancia desigual dependiendo de aquellos factores sobre los que se sustente para su composición.

Romaní, en la misma obra antes citada, define modelo como “sistema cerrado, más o menos coherente, de un conjunto de discursos y normas debidamente jerarquizados, y formas de acción y procesos de institucionalización derivados de ellos”.

Molina y Romero (2001), lo definen como “la integración en una unidad de los aspectos ontológicos, epistemológicos y metodológicos de una forma determinada de práctica profesional”.

Domingo Comas definió este concepto como:

quienes dicen cuáles son los profesionales idóneos para actuar y por tanto los que deben tomar decisiones, cuál es la administración pública que debe gestionar los planes y programas, cuál es el perfil de las nuevas contrataciones y con qué lenguaje se va a devolver a la sociedad la información sobre lo que está ocurriendo y la respuesta que se está proporcionando”. (Comas, 2010).

Centrándonos en las drogodependencias Heinich (1975), comentó cómo el Modelo de intervención es aquel que se caracteriza por “proponer líneas de actuación práctica en relación con el fenómeno concreto”. Siendo este el que impera en el campo de las adicciones en la actualidad. Bien busquemos evitar su consumo, penalizarlo, reducirlo, etc. las actuaciones estarán vertebradas por unas líneas pautadas con anterioridad. Proporcionando no sólo una explicación sobre el proceso, sino esquemas de referencia sobre los que estructurar el cómo, quién, dónde, cuándo, para qué, etc. respecto a dicha intervención.

No pudiendo olvidar las reflexiones de Kuhn (1962), el cual explicó cómo los modelos generan “compromisos teóricos” que originan soluciones concretas a problemáticas determinadas. Influyendo de esta manera no solo en su definición, sino en su conformación y las condiciones para desplazarse por los distintos roles emergentes de él mismo.

Por consiguiente, estas construcciones generarán discursos sustentados en modos de comprender las adicciones, circunscribiendo las problemáticas suscitadas por ellas y denotando la necesidad de una reflexión/deconstrucción de éstos, para poder comprender mejor aquellas realidades definidas por sus discursos.

A continuación, vamos a mostrar los principales modelos explicativos que encontramos en la actualidad vinculados al fenómeno de las adicciones.

El modelo penal

Este fue construido sobre el “prohibicionismo” con el que se afrontó el control del comercio del opio con Filipinas, cerca del 1900 del siglo anterior. Sustentándose en la penalización de ciertas sustancias que adoptaron la nomenclatura de droga, sobre las que se prohibió el uso y comercio como cuenta Escohotado (1989). Igual proceso sufrieron la marihuana, heroína, etc. sobrellevando procesos de ilegalización similares.

Esta vía, implementada por EEUU, fue asumida como correcta por el resto de países contemporáneos. Con lo que este paradigma orientó su intervención desde una óptica jurídica/represiva. Orquestando sus acciones en torno al producto y su legalidad, con intencionalidad de proteger al individuo de aquellos aspectos negativos asociados al consumo de sustancias.

Esta explicación centra su atención en aquellas acciones asociadas al consumo de drogas. Significando estos comportamientos delictivamente, al estar vinculados con las drogas y su consumo. Marcando a su vez las diversas sanciones impartidas con la intención de erradicarlos.

Este paradigma subraya la responsabilidad individual durante el consumo, categorizándolo como algo reprobado socialmente. La consecuencia es que el individuo consumidor de sustancias ilegalizadas, dependiente o no, será percibido como un desviado (Becker, 1971), no siendo catalogado como tal por su conducta, sino como forma de control y poder.

Situación que otorga el papel de elemento “sancionador” al sistema judicial, el cual tiene una serie de herramientas con las que trata de detener los consumos. Tratar las drogas desde este prisma provoca, no sólo la criminalización/estigmatización de sus usuarios, sino la aparición de un mercado B para conseguirlas.

Romaní (1999), explica cómo éste modo de interpretar las adicciones es un potente elemento de control, el cual usa al drogadicto como “chivo expiatorio”, asociándole todo tipo de “maldades”, tengan o no relación con las drogas.

Estas reflexiones se sustentan en la idea de mantener y garantizar la salud y la seguridad colectiva. Obviando explicaciones más realistas como las planteadas en Rose, O`Malley y Valverde (2006) y Fernández (2017), entre otros. Estos autores señalan cómo las explicaciones sobre las adicciones, responden más a un cambio en las formas de gobierno, que a la realidad sobre ellas. La pérdida de capacidad de gobierno ha generado nuevas relaciones y legitimidades, centradas en conseguir que los sujetos sean agentes implementadores de sus políticas. Es decir, ciertos dispositivos instruyen al agente social, para que este llegue a los dictámenes pautados por las instituciones gobernantes. De ahí que en campos como la medicina se argumente sobre la recuperación de la responsabilidad individual respecto a su salud, corporalidad, consumo de drogas, etc. Respondiendo más a una intencionalidad política, que a un proceso de recuperación de libertades.

El modelo médico sanitario

Según Romaní (1999), éste viene usándose desde la antigua Roma como metáfora de la “ciencia alopática”. Las explicaciones basadas en él, perdieron relevancia al aparecer el Modelo jurídico. Aunque, con el proceso descriminalizador del consumidor de drogas, recuperó todo el poder perdido.

La vuelta de la explicación biomédica suprimió la responsabilidad sobre sus actos, de aquel que decide tomar drogas. La adicción y el consumo, definidas como una enfermedad, son acciones realizadas sin intención directa por parte del individuo. Cosificando e instrumentalizando la afección, rebajando el estigma que porta el consumidor, el cual pasa de ser visto como un “malhechor” a un “enfermo”. Interpretándolo desde esta nueva categoría, el consumidor de drogas podría ser “diagnosticado” y “curado”, siempre a través de dispositivos creados para ello.

Éste modo de entender las adicciones aportó avances en el conocimiento de las características psicoactivas de las drogas y de su proceso bioquímico, dejando de lado otro tipo de consideraciones como las psicosociales.

El proceso de medicalización (construcción cultural por la cual sucesos, hechos, etc. reciben explicaciones y modos de intervención con clara determinación de lo biomédico) tuvo un papel importante en la configuración de este modelo. Al propiciar que las drogas dejaran de ser manejadas por sujetos y pasaran a ser objeto y tratamiento de la medicina. Centrándose en los daños que causa el consumo  en los individuos, con la última finalidad de la abstinencia.

De este modelo nacieron las principales clasificaciones de drogodependencia recogidas en los sistemas CIE y DSM. Cuyo énfasis se centra en explicaciones biologicistas e individualistas, dejando de lado otros aspectos de igual importancia.

Otra de las críticas hacia este sistema interpretativo, se centra en que definir el consumo de drogas desde situaciones particulares que pueden suceder o no, interpretándolo como un síndrome, soslaya su correcta comprensión. Con este posicionamiento, aquello que le sucede a una pequeña parte de quienes consumen drogas se generaliza al resto, aunque no hayan mostrado ningún tipo de problemática vinculada a su consumo. Proceso que, invisibiliza multiplicidad de posibilidades intermedias, respecto a las posibles relaciones con las sustancias.

Actualmente, estos dos modelos presentados, se encuentran imbricados entre sí en diferentes contextos sociales. Influyendo la preponderancia de uno sobre el otro, en diversas cuestiones económicas, sociales, culturales, etc.

El Modelo Médico y Penal, hasta la aparición de nuevos enfoques, funcionaron como referentes explicativos en el campo de las adicciones. Articulando e influyendo el estigma delincuente/enfermo en las creencias, modos asistenciales, etc. Actualmente se están cuestionando. Más aún con la aparición de otros, los cuales vamos a tratar de presentar a continuación.

Modelo Bio-Psico-Social

La imposibilidad de constreñir la adicción a los límites del cerebro lleva a la necesidad de incluir categorías psicológicas en el diagnóstico y definición de la adicción/dependencia”, como evidencia una de las principales ideas expresadas por Apud y Romaní (2016), que representa perfectamente a este paradigma.

Bertalanffy (1989), fue de los primeros investigadores en superar la simplificación del fenómeno de las adicciones en causa/efecto físico. Agregando la necesidad de conocer los elementos que interactúan entre sí y su relación, como parte imprescindible para comprender el fenómeno de las drogas.

Ya en la década de los ´70 del siglo pasado, los factores psicosociales despertaron gran interés. Fue en esta época cuando se planteó un modelo que no separase lo “corpóreo”, de lo psicológico y contextual.

Citando de nuevo a Apud y Romaní (2016), distintos estudios mostraron cómo la “personalidad” y el contexto social resultan centrales en la comprensión del fenómeno de las adicciones. Ejemplificado en Zinberg (1984), el cual en su estudio sobre el uso de la heroína en la guerra, muestra cómo éste estaba influido por el contexto. Ya que al acabar la guerra, el uso de esta droga remitió en gran número de sus usuarios. Siendo este trabajo el que expuso por primera vez, la relación sujeto/sustancia/contexto. Dando cabida en él a factores no sólo biomédicos, sino psicológicos y sociales.

Por lo tanto, este modelo no olvida lo biológico, ya que el organismo es entendido como una parte más del “sistema”. Destacando también lo psicológico al referirse a conceptos como autocontrol, emociones, etc. Sin olvidar factores económicos, culturales y éticos, para generar una “radiografía” lo más acertada posible sobre las drogodependencias.

Borrell (2002), describe las intervenciones basadas en este modo de entender la adicción mediante las siguientes ideas:

Su objetivo es establecer una relación interpretativa, terapéutica, educativa, etc. a partir de este nuevo modo de comprender las drogas basado en lo médico, social y psicológico.

Esta triple visión capacita al modelo para intervenir en todos los campos de la vida cotidiana, gracias a su explicación en términos sistémicos y multifactoriales.

Sin olvidar que aunar lo bio/psico/social en las adicciones, convive con modelos de mayor tradición e imbricados con fuerza en el imaginario social y lo que esto supone. De ahí que rara vez se vea el desarrollo perfecto del modelo analizado en este apartado, encontrando centralidad de lo médico y complementariedad por parte de las otras dos disciplinas.

Modelo de gestión de placeres y riesgos

Como explicita Energy Control (2009), de igual manera que se lleva consumiendo drogas desde tiempos inmemoriales, parte de la población actual decidirá consumirlas bajo su propia responsabilidad. En Romaní (1999), encontramos que las adicciones definidas como “problema”, son un fenómeno característico de las sociedades contemporáneas. Marlat (1998) ya comentó cómo éstas han de ser comprendidas desde su realidad, no sobre utopías abstencionistas. Buscando de esta manera implementar respuestas prácticas, eficaces y acordes con el contexto actual.

Las metas planteadas desde este modelo, posibilitarán la llegada a los dispositivos asistenciales de aquellos usuarios que consideren que deben usarlos, en lugar de ignorar a aquellas personas que no se identifican con el concepto hegemónico sobre el drogodependiente usado en nuestra sociedad. Esto posibilitará la apertura de la red asistencial a una definición sobre las drogas más real, así como a una mayor cantidad de usuarios.

Como cuenta Wenger (2001) y explicita Fernández (2017), el modelo hegemónico sobre las drogas define el imaginario social, tipo de intervención, etc. manejado por un conjunto de individuos. Este determinismo explicativo obvia otros posicionamientos, provocando su invisibilización. Este “lobby” visible, conforma un “núcleo” que participa activamente del proceso salud/enfermedad/atención socialmente marcado como correcto. Ellos, a modo de profecía autocumplida, legitiman una de las posibilidades existentes dentro del consumo de drogas. Así pues, el dispositivo está generado para “atender” a un tipo de consumidor concreto, sustentándose en el modelo explicativo utilizado.

No podemos olvidar la posibilidad de que existan usuarios (periféricos) que participen de las dinámicas, pero sin la intensidad  del grupo anterior. Así como la aparición de otros individuos (externos) que prueban el sistema, pero lo rechazan al no sentirse identificados. Wenger hablaba de cierta movilidad dentro de estas comunidades, lo cual demostró Fernández (2017), en los grupos analizados en su tesis. Pero ésta, a nivel general dentro de las adicciones, tiene en las barreras de los estereotipos del “miedo” y la abstinencia, los principales obstáculos para la ruptura, apertura e inclusión del dinamismo realista, dentro de los modelos interpretativos de las drogas.

Asumiendo la gran cantidad de posibilidades y relaciones que se pueden tener con las sustancias, sin demonizar ninguna de ellas. Los objetivos comenzaron a variar de la abstinencia pura, a tolerar ciertos consumos. Devolviendo la responsabilidad de estos a los individuos y por ende, a reducir los problemas asociados a dichas prácticas. Es incuestionable que un enfoque centrado en la disminución de los riesgos, debería superar la estigmatización del uso de drogas. Esta interpretación de las drogas acarrea un lastre heredado de modelos anteriores. Definirlo a través de un concepto como “riesgo” evoca una visión eminentemente peligrosa sobre el fenómeno, al sólo mostrar su “peligrosidad”, omitiendo relaciones de bajo riesgo, placeres y recompensas. Lo cual puede llevar a plantear el siguiente axioma:

Si existen riesgos, promoviendo la abstinencia estos serán reducidos al mínimo”.

Esto no es cierto, al volver a circunscribir el consumo de drogas dentro de una economía de lo saludable. Olvidando que muchos de los consumidores no se guían por el mantenimiento de esta, sino por el placer que las sustancias les pueden proporcionar. Por lo que según el peso que tengan para cada persona el placer y lo saludable, se buscará una situación lo más compensada posible entre ellas. Gestión que debe ser realizada por el individuo, previa formación por parte de los distintos dispositivos existentes.

Por otro lado, ese afán por mostrar la “peligrosidad” de los consumos como estrategia de evitación basada en el miedo, lleva a gran cantidad de consumidores a estar desprotegidos ante sus propias conductas. Al no sentirse identificados con la información sesgada y negativizada ofrecida por el modelo hegemónico, ya que su experiencia con las sustancias es significada por ellos como placentera. Deslegitimando este modo de entender las drogas e ignorando su contenido. Enfrentándose al consumo de una manera desinformada y, por ende, desprotegida.

Este modelo entiende que el riesgo “cero” cuando se trata de consumo de sustancias, no existe. Resultando vital ofrecer información objetiva y sin moralismos sobre los riesgos que tienen tanto el consumo como todo lo asociado al mismo (hábitos, pautas, etc.).

Hablar de los aspectos negativos de las drogas, posibilita la aceptación de este posicionamiento como el correcto por la mayoría de los individuos, ya sean usuarios de sustancias o no. Esta omisión del lado positivo del consumo, no sólo funciona como parte de la creación del “problema de la droga”, sino que obvia aquellos motivos por los que la mayoría de los agentes sociales se inician en el consumo. Presentando la realidad de las drogas no sólo desde lo “malo”, sino entendiendo que se puede educar y responsabilizar a los usuarios sobre su propio consumo.

Modelo Sociocultural

Romaní (1999 y 2001), promueve entender el fenómeno de las drogas como un “hecho social total”, concepto que recupera de Mauss (1971). Refiriéndose a ellas como algo construido socialmente, dotándolo de variabilidad según la sustancia, el individuo y el contexto.

Este modelo plantea las variables socio-culturales como las dominantes para comprender el fenómeno de las drogas. Al ser centrales en el proceso de conformación de subjetividades, expectativas, modos de vida, normas, pautas de consumo, etc. respecto a las adicciones. Como ya hemos comentado, el paradigma de partida influirá en los modos de pensar, actuar, sancionar, asistir, etc. De ahí que este modelo plantee la centralidad de lo social.

Romaní (1999), comentó cómo la intervención en drogas desde el modelo penal y médico no ha sido fructífera. Al ser un fenómeno complejo y multivariable, debe incorporar otras disciplinas que capten dicha diversidad. Disciplinas como la antropología, son capaces de elaborar un discurso sobre esta realidad con perspectiva holística. Posibilitando la comprensión de realidades complejas.

El problema de las drogas y su estudio, como metáfora de la sociedad actual, servirán como elemento de análisis y conocimiento de otras problemáticas sociales. Con lo que, podremos conocer y desencadenar cambios en otros hechos sociales que conviven en nuestro contexto.

Otros modelos

Como explica Pons (2008), no debemos olvidar otros modelos explicativos sobre las adicciones. Aunque si bien son utilizados en la actualidad, son aplicados en menor medida.

  • El modelo de la distribución del consumo, el cual incide en la oferta y disponibilidad de las sustancias.
  • El modelo de reducción de daños, que implementa políticas dirigidas a aminorar las consecuencias adversas producidas por el consumo de drogas en personas con usos normalizados y definidos socialmente como negativos.
  • El modelo de la privación social, analiza condiciones económicas y su vinculación con las drogas.
  • El modelo de los factores socioestructurales, que asume que el fenómeno de las adicciones es un estilo de vida, relacionado con grupos de referencia.
  • El modelo de educación para la salud, definiendo el consumo como un problema genérico, superable con políticas educativas.
  • El modelo psicológico, que entiende el consumo de drogas como un comportamiento más, pudiendo ser explicado e intervenido como cualquier otra conducta.

Un recorrido por la historia asistencial

Los Modelos Explicativos y la variabilidad de la propia problemática, provocan que las intervenciones terapéuticas en este campo hayan cambiado en los últimos años.

Según Pinell (2004), sobre el año 1880, el uso sin prescripción de drogas empezó a llamarse “toxicomanía”, acercando a personas con “manías propias según cada sustancia”, al uso de dispositivos asistenciales en ciertos países germánicos. Ocurriendo de manera similar, en España a finales y principios del siglo XIX y XX.

El uso de este imaginario, según Santodomingo (2009), consolidó el vínculo entre medicina, enfermedad y drogas. Generando en España, en 1955, un organismo llamado Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica. El cual gestionó tanto la atención con sus propios recursos, como la actividad preventiva y asistencial de las adicciones. Provocando la todavía existente relación inefable entre trastorno psicológico y drogodependencia, denominada actualmente patología dual.

Seguidamente, en 1961, en Madrid comenzó a funcionar el llamado Dispensario Antialcohólico, dedicado inicialmente al tratamiento del alcoholismo. Para terminar asumiendo individuos con problemáticas relacionadas con otras sustancias.

Fueron tiempos en los que el Modelo Médico imperaba con su potencialidad al máximo, vinculando el tratamiento de las adicciones a las estructuras sanitarias que ya existían en ese momento.

El autor antes citado añade cómo durante este período, aparecen en España los primeros grupos de Alcohólicos Anónimos en Madrid y Valladolid. Ampliando posteriormente sus actividades, convirtiéndose en instituciones estructuradas y proliferando/difundiendo este tipo de actividad no sólo al consumo de alcohol, sino a otras conductas.

En 1972 empezaron a usarse en recursos hospitalarios y ambulatorios, los programas libres de drogas. Buscando la abstinencia sin la mediación de ningún fármaco. Siendo este el principal elemento diferenciador respecto a los tratamientos psiquiátricos.

Unos años más tarde, como alternativa al tratamiento sin ingreso, comenzaron a aparecer las llamadas comunidades terapéuticas. Surgiendo propuestas como el Centro Italiano de Solidaridad y Proyecto Hombre en el país transalpino, caracterizándose por este tipo de intervención.

De manera similar, Cáritas Diocesana comenzó a ofrecer programas preventivos, terapéuticos y educativos. Los cuales se caracterizaban por la permanencia en ciertos lugares concretos, preparados para realizar este “proceso sanador”.

En España, según Comas (1992), al inicio de los ´80 este recurso se consolidó, duplicando el número de personas que se decidían por él. Mostrando un cambio en la tendencia interventiva y sus recursos, el cual deviene de la irrupción de nuevos modelos explicativos sobre las drogas que, poco a poco, fueron ganando terreno. Novedades sustentadas no sólo en aspectos cuantitativos (crecimiento exponencial de personas que consumen drogas), sino también en realidades cualitativas (distinto imaginario sobre las drogas usado a nivel institucional y los agentes consumidores).

Coetáneamente a la consolidación de las comunidades terapéuticas y continuando con Santodomingo (2009), España comenzó a implementar dentro de los programas de reducción de daños, actuaciones centradas en usuarios sin deseo y/o posibilidad de abandonar el consumo. Buscando reducir el daño que estas han producido y mejorando su calidad de vida.

Basándose en la experiencia Dole y Nyswander con metadona en adictos a opiáceos y sus resultados, algunos programas libres de drogas fueron reemplazados por el uso de esta sustancia como sustituto de la heroína. Provocando resistencia inicial tanto por parte de los profesionales, como de los medios de comunicación.

En 1935, explica Massó (2014), la metadona sólo puede ser distribuida previa petición del “carnet extradosis”. Herramienta generada como estrategia de control para la administración de opiáceos en pacientes terminales.

Hubo que esperar hasta los noventa para que se sentasen las bases de los programas de metadona actuales y, hasta mediados de ésta década, para flexibilizar su acceso. Terminando de ser asumido como un tratamiento “correcto”, tras la aparición del virus del VIH. Situación que facilitó la implementación de esta respuesta terapéutica, al ser efectiva para reducir conductas de riesgo que podían transmitir esta enfermedad, como es el caso de la venopunción.

Pero, lejos de generar dinámicas de consumo cero, provocó la sustitución de la heroína por esta sustancia, cronificando gran parte de los beneficiarios de dichos programas.

En 1979 se abrió el primer Centro de Atención al Drogodependiente, ubicado en el centro de Madrid para, posteriormente, ir abriendo espacios similares en todos sus distritos.

En ellos, aunque inicialmente se ofrecía intervención médica centrada en la abstinencia, se trabaja con los usuarios de manera individual e interdisciplinar. Sin que la erradicación del consumo sea la finalidad principal.

Estos centros del Ayuntamiento y sus homólogos de la Comunidad, conforman la base de la red asistencial sobre drogas de la región de Madrid. Incluyendo no sólo dispositivos interventivos, sino de información, prevención, reducción del riesgo, integración, etc. Gestionados todos ellos por el Plan Nacional sobre Drogas (PNSD). Creado en 1985 con el objetivo de contar con una institución gubernamental, dedicada exclusivamente a la problemática de las drogas en España.

Junto a estas dos redes, coexisten otras tecnologías como: asociaciones, ONG’s, etc. Las cuales son, en su mayoría, coordinadas por la Unión Española de Asociaciones y Entidades de Atención al Drogodependiente. Entidad creada el mismo año que el PNSD, con la finalidad de ofrecer un marco institucional que representara la disparidad asistencial sobre drogas que existía en España, fuera de lo institucional.

Según Martínez y Pallarés (2013), en la década de los ´90, las pautas de consumo se modificaron. La heroína comenzó a menguar en relación a la aparición de otras sustancias (estimulantes y drogas de síntesis), a la par que creció la utilización de cannabis y alcohol. Generando variaciones no sólo en los patrones de consumo, sino en el imaginario social sobre las drogas y, por ende, en los recursos interventivos y modelos explicativos.

Según se consolidan estos cambios, varios grupos sociales sufren un descenso en el nivel de preocupación vinculado con las drogas. La falta de referentes reales sobre la supuesta “maldad” de estas y el deterioro de sus consumidores en ámbitos recreativos, mitiga gran parte del estereotipo negativo asociado al consumo. Las drogas y su uso no son una afección o una anomalía social, como definían los modelos médico y penal. Sino más bien prácticas recreativas en las que los jóvenes asumen ciertos riesgos, los cuales están dispuestos a asumir. Estos consumos, al ser significados como un signo identitario de este tipo de población, serán abandonados al convertirse en adultos.

Este posicionamiento generó la aparición del Modelo de Gestión de Placeres y Riesgos en el cual, como ya hemos comentado anteriormente, tienen cabida consumidores responsables de sus actos. Manifestando un posicionamiento lo más equilibrado posible, entre los beneficios y perjuicios que las drogas aportan. Sustentando dicha decisión en el saber experiencial y no en referentes teóricos.

Estas modificaciones provocaron un cambio interventivo y en el imaginario de las drogas, según el cual el usuario ya no es un enfermo, vicioso y dependiente.

Sustentado en este modo de interpretar las adicciones, nace el proyecto Energy Control. Implementándose en Barcelona en el año 1997, como una acción conjunta entre profesionales y personas asistidas en el Centro de Atención y Seguimiento a las drogodependencias de Sants, gestionado por la ONG Asociación Bienestar y Desarrollo.

Esta variación interventiva fue provocada por dos cambios ocurridos en este período:

  1. La llegada de jóvenes con perfiles diferentes al centro. Cuyas principales características son corta edad y consumos de fin de semana vinculados al ocio.
  2. La aparición de diferentes iniciativas en Europa que abogan por una intervención desde la reducción de riesgos. Sobre todo en espacios vinculados a la música electrónica donde, de manera mayoritaria, se consume MDMA.

En el siguiente apartado explicaremos la metodología y trayectoria de este proyecto, al considerarlo una experiencia asistencial clave para comprender la evolución de los distintos modelos explicativos sobre las drogas.

La ley seca y Energy Control. Un oxímoron dentro del panorama interventivo

Un oxímoron es  la combinación, en una misma palabra o expresión, de dos términos de significado contradictorio. Encontrando maravillas como altibajo, muerto viviente, claroscuro, etc. y otras realidades que pueden ser explicadas con este concepto que no lo son tanto. Una de ellas es la coexistencia a nivel social e institucional de políticas y dispositivos asistenciales sustentados en el prohibicionismo más duro, con instituciones y recursos para los cuales el consumo de drogas está tolerado y normalizado.

Este conglomerado interpretativo, dependiente de uno o varios de los modelos explicados en este artículo, genera espacios donde recibir, intercambiar e incorporar saberes y modos de interpretación respecto a un concepto concreto de salud y de las adicciones. Legitimando cada uno de ellos una vertiente interventiva concreta. Con lo que, a modo de ejemplo de la contradicción antes remarcada, vamos a presentar dos experiencias interventivas contrapuestas.

  • La ley seca :

En 1920 se instauró la ley Volsted, conocida como “ley seca”, que prohibía la producción y venta de alcohol en EE.UU. Pero esta decisión no emerge del propio país, sino que se importó de Inglaterra. Allí en el siglo XVIII, John Wesley (clérigo y teólogo anglicano), insistió en sus discursos en generar cambios en la vida cotidiana. Siendo uno de ellos el abandono del consumo de alcohol. Cuando este postulado religioso llegó a América del Norte, se intentó asumir. Con el paso del tiempo, fueron varios los grupos protestantes que defendían la abstinencia a esta sustancia, apareciendo las primeras asociaciones con esta finalidad.

A mediados del siglo XIX la Ley Maine prohibió la venta de alcohol. Y ya en el XX, los abstencionistas consiguieron prohibir las tabernas en 21 estados. Para posteriormente, apelar al recorte en gastos relacionados de manera directa o no con este consumo y al impacto que este tenían en sus votantes, para que en 1920 (tras dieciocho enmiendas constitucionales) se prohibiera la venta y consumo de alcohol en USA.

Más allá de la explicación de este suceso como una metáfora social sobre la pugna existente en EEUU entre minorías étnicas, inmigrantes y otros habitantes con posicionamientos morales moderados. Esta prohibición incrementó los ingresos en prisión y los crímenes vinculados con el alcohol. Mientras que su consumo no sólo se mantuvo, sino que agravó las consecuencias en la salud de aquellos que bebían licores clandestinos. Fomentando el auge del mercado negro y el enriquecimiento de aquellos que lo controlaron.

Esta y otras sustancias fueron definidas como un elemento extraño que menoscaba la integridad de los individuos, por las élites conservadoras dominantes de la época. Sin pasar por alto que aquellas sustancias perseguidas, eran consumidas por minorías o grupos contrarios a su ideología. El opio era usado por chinos, la marihuana por mejicanos, la cocaína por afroamericanos del Sur de USA y el alcohol, por irlandeses y planteamientos religiosos contrarios al protestantismo. Con lo que la prohibición del alcohol y otras drogas en EEUU, respondió más a una estrategia de aculturación, que a la verdadera alarma social, política y de salud que existió realmente.

Trece años después, el 5 de diciembre de 1933, el senado derogó la ley. El no descenso del consumo y la aparición de otros de mayor riesgo, mostraron cómo la prohibición no lo mitiga, sino que favorece la sustitución por otros y/o por sustancias similares que pueden suponer un riesgo mayor para la salud.  Incrementando a su vez la aparición de estigmas que negativizan el consumo, alejados de toda explicación realista del fenómeno.

En la actualidad, pocos recursos y decisiones políticas respecto a las drogas se sustentan en el prohibicionismo puro. Encontrándolo todavía en el Modelo penal y, en pequeños retazos, en recursos sanitarios como los programas de abandono del consumo de máxima exigencia. En los cuales, prohíben el uso de cualquier droga, bajo pena de expulsión.

En España, sin llegar a ser un suceso similar,  encontramos ejemplos parecidos en la llamada “ley anti-botellón” y “ley anti-tabaco”. La primera desde el 2002 y la otra desde el 2006, muestran decisiones políticas del gobierno español para limitar el consumo de ciertas sustancias a través de la prohibición. En estos casos, cómo en la “ley seca”, han sido múltiples las adaptaciones de los consumidores para mantener dichas conductas. Evidenciando altas prevalencias de consumo. Mostrando, una vez más, cómo las decisiones desde la prohibición no surten efecto.

  • Energy Control:

Como ya hemos señalado, en el año 1997 nace este proyecto, con un enfoque pionero en el panorama interventivo nacional.

Los dispositivos asistenciales de la época, centraban sus intervenciones en:

  • Personas que habían desarrollado una dependencia, sin distinguir entre aquellos que querían abandonarla y los que no.
  • En la prohibición/represión de ciertos usos.
  • Intervenir desde la prevención centrada en el no inicio/retraso del consumo.

Sin embargo, la irrupción de nuevos modelos interpretativos sobre las adicciones, evidenciaron la necesidad de maximizar el objetivo interventivo y sus procedimientos. La aparición de nuevos espacios de consumo, frecuentados por población que define su relación con las drogas positivamente, mostró la necesidad de implementar nuevas políticas. Dicho grupo maneja representaciones sociales sobre las adicciones alejadas del estereotipo hegemónico, manteniendo relaciones nunca vistas con ellas.  Necesitando nuevos modos de intervención, acordes con su realidad.

En este contexto aparecen los programas de reducción de riesgos, donde se enmarca Energy Control. Proyecto cuyo objetivo no es sólo reducir el “daño” producido en las personas por el consumo de drogas, sino disminuir la posibilidad de que este ocurra.

Esta iniciativa al principio, planteaba un objetivo principal en sus acciones fundamentalmente informativo. Tratando de hacer llegar, tanto a la población general como a la usuaria de drogas, recomendaciones dirigidas a reducir los daños asociados al uso de MDMA, principalmente. Centrándose en: mantener una correcta hidratación, dosificaciones, cómo actuar ante una intoxicación, etc.

Progresivamente, fue ampliando su actividad. Implementando diferentes dinámicas dirigidas a cubrir el consumo de otras sustancias (cocaína, alcohol, ketamina, etc.), patrones de consumo y conductas de riesgo asociadas. Pasando de intervenir en contextos concretos y con herramientas limitadas (como podían ser mesas informativas en espacios de ocio), a realizar acciones en los propios espacios de ocio mediante pruebas de alcoholemia, análisis de sustancias, formación a instituciones-organizadores de fiestas, talleres dirigidos a jóvenes y adolescentes en contextos educativos y el uso de nuevas vías de contacto y comunicación con la población destinataria (internet, teléfono, etc.). En definitiva, la metodología fue adaptada a la nueva realidad, línea que se acabó convirtiendo en uno de los principales ejes  que definen este proyecto.

Paralelamente, su presencia fue ampliándose en el ámbito nacional. Estableciendo delegaciones en Barcelona, Madrid, Andalucía y Baleares.

Otra de sus características es el empoderamiento de los usuarios a través del uso de estrategias de “gestión de placeres y riesgos”. Como explica Hidalgo (2003), se trata de un acercamiento adecuado a la pluralidad de relaciones con las drogas. No se debe olvidar que existen agentes sociales que deciden consumir drogas sin pensar (al menos no de manera determinante) en los posibles daños que pueden ocasionarles. En esta toma de decisiones prima la búsqueda de “placer”, asumiendo la posibilidad de desarrollar ciertos perjuicios para el individuo. El papel de Energy Control será ofrecer información para que la anterior decisión, cause la menor cantidad de estos.

Otra característica central del proyecto, es el tipo de intervenciones que ofrece. Las cuales se sustentan en establecer una relación entre el profesional y sus usuarios, cercana a la igualdad. Esta disposición, favorece el acercamiento e implicación por parte de la población consumidora que decide utilizar programas de reducción de riesgos y la institución. Favoreciendo esta paridad construida, el intercambio de saberes entre usuarios y expertos del programa de Energy Control.

La cercanía interventiva, el trabajo con voluntarios captados en los espacios de trabajo, el trato de “tú a tú”, etc. proporciona contextos de intervención singulares para asumir e intercambiar prácticas, pautas, “consejos”, modos de interpretar, etc. sustentados en la reducción de riesgos. Buscando a su vez defender un modelo significativo sobre las adicciones, no peyorativo. Siempre sin olvidar que este tipo de programas perpetúan una visión negativa de las adicciones. Pues, implícitamente en su modo de comprenderlas, lo hace desde los riesgos asociados al consumo.

Conclusiones

Evidentemente, el principal objetivo de este texto no era sólo enumerar diferentes posibilidades significativas en el ámbito de las drogas, sino mostrar parte del proceso epistemológico que ha influido en estos cambios y reflexionar sobre la situación actual.

No hace falta ser una gran conocedor de esta realidad para comprender cómo, actualmente, es imposible encontrar una respuesta asistencial sustentada en un sólo modelo. Lo cual nos lleva a abogar por la idea de la coexistencia en el panorama interventivo actual, de diferentes respuestas ante la problemática de las adicciones. Con preponderancia de las explicaciones bio-jurídicas. Siendo la tradición positivista aquella que provoca esta descompensación.

Aunque como hemos visto, a través de la aplicación de soluciones como la reducción de riesgos y daños, la llegada de nuevas lógicas interpretativo-asistenciales al fenómeno de las adicciones es un hecho.

Esta convivencia de modelos queda plasmada en la actual oferta interventiva que presentan las sociedades contemporáneas. Siendo referida por Menédez (2005), como pluralismo asistencial. Encontrando en él imbricadas culturalmente tanto dinámicas individuales, según las cuales cada agente social selecciona un dispositivo según sus intereses y afinidades, como otras que muestran la intencionalidad de cada dispositivo por captar individuos. Evidenciando lógicas neoliberales que centran los intereses de estas respuestas interventivas. Generando discursos desde la incompatibilidad asistencial, falsos logros, postularse como la posibilidad acertada, etc. respondiendo a una estrategia de pervivencia por su parte. Sin que ninguno de los procesos terapéuticos sea excluyente.

La gran mayoría de estos dispositivos, superviven económicamente de las subvenciones y/o de sus integrantes-afiliados. Estableciéndose entre ellos, competencia asistencial por la captación de beneficiarios.

La presentación “histórica” de diferentes modelos explicativos muestra no sólo la variación en la manera de interpretar las adicciones, sino cómo actualmente esta elección influye en la manera de comprender, intervenir, vivir, “curar”, etc. una relación de adicción.

En la convivencia de modelos, el contexto significativo influye en la preponderancia de uno sobre otro. Ejemplificado esta situación, en sucesos tan alejados (epistémica y temporalmente) como la “ley seca” y “Energy Control”. Mostrando soluciones dispares, sustentadas en paradigmas explicativos específicos de cada momento. Los cuales determinan el modo de comprender, intervenir y relacionarse, para situaciones tan diferentes y a la vez tan iguales.

Encontrando actualmente cómo la permeabilidad asistencial propicia que, en ninguno de los contextos, encontremos un solo modelo influyendo únicamente. De ahí que, en la actualidad, convivan dispositivos en los que prime una interpretación centrada en el prohibicionismo (incautación de droga por parte de la policía), programas en los que el consumo sea “tolerado” (Energy Control y su análisis de sustancias) y experiencias sustentadas sincréticamente en varios de los posicionamientos citados a lo largo de este artículo (Centro de Atención al Drogodependiente).

Bibliografía

Apud, I y Romaní, 0. (2016). “La encrucijada de la adicción. Distintos modelos en el estudio de la drogodependencia”. En Health and Addictions, 16(2), pp (115-125).

Becker, H. (1971). “Los extraños: sociología de la desviación”. Buenos Aires. Tiempo Contemporáneo.

Bertalanffy, L. (1989). “Teoría general de los sistemas: Fundamentos, desarrollo, aplicaciones”. México. Fondo de Cultura Económico.

Borrell i Carrió, F. (2002). “El modelo biopsicosocial en evolución”. Barcelona. Medicina Clínica.

Comas Arnau, D. (1992). “La política social en drogodependencias”. En: Moreno L, Pérez-Yruela M. “Política social y Estado del bienestar”. Madrid. Ministerio de Asuntos Sociales.+-

(2010). “Modelos de Intervención en Adicciones: La Lógica de las Políticas sobre Drogas”. En Revista Proyecto Hombre, 72, pp (15-21).

Escohotado, A. (1989). “Historia general de las drogas”. Madrid. Alianza.

Energy Control (2009). “La gestión de placeres y riesgos”. En Formació DEIP 2009, pp (9-16)

Fernández Piedra, D. (2017). “Narcóticos Anónimos y Centros de Atención al Drogodependiente: un análisis antropológico de dos recursos asistenciales”. Tesis doctoral. Madrid. Universidad Complutense de Madrid.

Heinich, R. (1975). “Tecnología y administración de la enseñanza”. México. Trillas.

Hidalgo Downing, E. (2003). “I Choose: Droguin”. Interzona. Revista de Cultura y Drogas. Nº 3.

Kuhn, T.S. (1962). “La estructura de las revoluciones científicas”. México D.F. F.C.E.

Marlatt, G. A. (Ed.). (1998). “Harm reduction: Pragmatic strategies for managing high-risk behaviors”. New York.  The Guilford Press.

Martínez Oró, D y Pallarés Gómez, J. (2013). “Riesgos, Daños y Placeres: A modo de introducción de un manual para entender las drogas”. En “De riesgos y placeres: Manual para entender las drogas”. P.p (23-36).

Massó, P. (2014). “Un aleph en el callejón del gato. Espacio, cuerpo y ritual: una antropología de los tratamientos de heroína para la adicción a opiáceos en la biopolítica de la reducción de daños”. (Tesis doctoral). Tarragona. Universidad Rovira i Virgili.

Mauss, M. (1971). “Sociología y Antropología”. Madrid. Edita: Tecnos.

Menéndez, E. L. (2005). “Intencionalidad, experiencia y función: articulación de los saberes médicos”. En Revista de Antropología Social, 14, pp (33-69).

Molina Molina, Mª L. y Romero Saint Bonnet, Mª C. (2001). “Modelos de intervención asistencial, socioeducativa y terapéutica en Trabajo Social”. Costa Rica. Universidad de Costa Rica.

Pinell, P. (2004). “Dicctionaire de la pensée médicale”. Paris. Presses Universitaires de France.

Pons Diez, Xavier. (2008). “Modelos interpretativos del consumo de drogas”. Polis, 4(2), 157-186. Recuperado en 02 de agosto de 2019, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-23332008000200006&lng=es&tlng=es.

Romaní, O. (1999). “Las Drogas. Sueños y razones”. Barcelona. Ariel.

(2001). “Drugs` an analyzer of contemporary societies”. En: Medical Anthropology at Home. Second Meeting. (Mimeo). Tarragona, Universitat Rovira i Virgili.

Rose, N., O`malley, P. y Valverde, M. (2006). «Governmentality”.  Annual Review of Law & Society. 2, pp (83-104).

Zinberg, E. (1984). “Drug, Set and Setting: The Basics for Controlled Intoxicant Use”. Londres. Yale University Press.