Nota: artículo revisado y traducido de Social.cat

Desde la medicina tradicional amazónica se entiende que algunas enfermedades tienen un origen espiritual. Esto quiere decir que, cuando hay algún tipo de perturbación anímica, se manifiesta patológicamente en la mente, el corazón y / o el cuerpo de la persona, afectando también al campo energético y a la propia alma. Así pues, entienden que hasta que no se sane a nivel espiritual no se detendrán estos síntomas. Quizás se podrá frenar temporalmente o rebajar la intensidad del cuadro, pero si el mal espiritual perdura, saldrá por algún otro lugar.

Para los amazónicos y para muchas otras comunidades del mundo existe la dimensión espiritual, la cual es inmensamente vasta, antigua y poblada de seres inteligentes, de signos positivos y negativos, que batallan desde los anales de los tiempos, jugándose la supremacía entre el bien y el mal. Sostienen que en el mundo espiritual no hay grises, a diferencia de la dimensión humana, en la que todos tenemos lados más o menos luminosos. Para ellos, estos seres invisibles e intangibles interactúan con el mundo material beneficiando o perjudicando a las personas.

Desde su visión, tomar drogas, sin rituales de protección adecuados, tiene como consecuencia la infestación. El consumo hace que se abra el campo energético corporal, que viene a ser como el escudo protector de las interacciones con el mundo espiritual. Entonces, queda un grieta en el muro defensivo, que es aprovechada por aquellos seres. Infestan parecido a un parásito con diferentes niveles de gravedad. Entonces, toman el control interfiriendo en el funcionamiento y, entre otras acciones, potencian el consumo de drogas, ya que esto deshace el campo energético de quien se nutren.

No sólo tomando drogas se puede infestar a una persona, procedimientos con el Reiki u otras propuestas New Age también las consideran igualmente nocivas. Al manipular los campos energéticos, sin rituales protectores adecuados, se deja abierta esta atmósfera humana a una suerte incierta, normalmente turbia.

La única defensa es el ritual -tanto para no ser infestado como para desinfestar-, pero desde su perspectiva, un ritual no se puede inventar, ya que es tecnología espiritual revelada. Se trata de algo muy concreto y preciso, que tiene ciertos elementos, fases y criterios, aprendido de una forma lenta y sacrificada.

Para nuestra cultura, estos planteamientos se suelen considerar folclóricos, medievales, acientíficos, fantasiosos, supersticiosos, inútiles y, como mucho, representaciones simbólicas, arquetípicas o mitologicas, pero al fin irreales, es decir, que no existe la dimensión espiritual ni el alma. En cambio, para ellos forma parte de lo cotidiano más cercano, por ello, desde occidente, se suelen considerar como pueblos primitivos y atrasados. Para ellos, una planta, una piedra, el agua, la tierra o un animal, tienen alma.

En Europa, la crisis entre el paradigma espiritual y el científico, entre los s. XVI y XVII, contribuyó – quizás también por los abusos de la iglesia-, a negar todo aquello que no se podía demostrar, pero en el fondo esto no deja de ser una fuente de error. La ciencia avanza cuando demuestra lo que no había podido demostrar tiempo atrás, pero no quería decir que no existiera por ser indemostrable: la fuerza de la gravedad funcionaba antes de que se supiera ni que existía. Es campo científico el descubrir nuevas formas de entender y medir los fenómenos de la vida, por extraños que parezcan, superando paradigmas anteriores.

En este sentido, el Dr. Joan Oró, uno de los científicos catalanes más brillantes del s. XX, que buscaba en la NASA la partícula más pequeña, ante la pregunta de si al final no se encontraría con Dios, respondió: «no puedo hablar de eso, son cosas que no puedo demostrar». Es decir, en ningún caso hizo una negación de Dios, sino que presentaba los propios límites y los límites de la ciencia. Complementariamente, el Nobel de física W.D. Phillips Leer, afirmaba que creía en Dios gracias a la ciencia, no a pesar de ella. En cualquier caso, la actitud científica pura sería observadora y con apertura mental, no negacionista.

Paralelamente, una de las consecuencias de la revolución científica vino de la psicología freudiana, donde definitivamente la palabra psique se tradujo como procesos mentales, cuando en su origen significaba alma o espíritu. Este hecho condicionó la visión del ser humano, ya no tenía parte inmaterial, era materia o no era. Se liquidó al alma.

En la práctica, entre los usuarios de alcohol y otras drogas es recurrente y curioso que haya una gran negación de la idea de Dios y, en menor grado, de la espiritualidad. Cuanto más consumo, más contundente es la negación. Dicho sea de paso, Freud también era un gran consumidor de cocaína y tabaco a la vez que negacionista. Para los amazónicos, esta reacción sería algo lógico, porque la principal amenaza para los seres infestadores vendría desde un procedimiento sanador espiritual. Así que, para sobrevivir, potencian el pensamiento negacionista. En ese sentido, para los exorcistas católicos, la gran victoria del diablo es hacer creer que no existe (la negación), así no habrá defensa.

Por añadidura, es interesante conocer que la Universidad de Oxford actualiza cada cierto tiempo el volumen «Handbook of Religion and Health» donde resumen alrededor de 12 mil estudios científicos que relacionan la salud con la espiritualidad. Concluyen, con datos muy concretos, que la práctica religiosa – excluyendo los fundamentalismos- aporta grandes beneficios a la salud: entre otros, la curación y la prevención de las drogodependencias. Hecho que, de alguna manera, coincide con las tesis amazónicas.

Quizás algunos consideran que la espiritualidad es tan sólo autosugestión, pero eso no es lo que piensan los amazónicos y, en cualquier caso, los investigadores de Oxford opinan favorablemente desde el punto de vista de la salud. Sin embargo, quien no tenga fe en el mundo espiritual, ni quiera moverse ni un milímetro del racionalismo científico, ni soporte las creencias amazónicas, tal vez aceptaría, en el caso de la adicción, el concepto de fuerzas psíquicas autónomas. Es decir, que partes de la mente toman el control de la persona, más allá de su voluntad, emitiendo potentes impulsos desde zonas profundas y arcaicas del cerebro, para que se consuman drogas. En otras patologías como la psicosis sí se ha aceptado este concepto, ¿por qué no en los consumos de drogas? A menudo los adictos afirman haber hecho cosas como si fueran otras personas, como si no se reconociesen a sí mismos. Lo mismo suelen opinar sus familias y amistades.

Imaginemos por un remoto momento que fuera cierto el paradigma amazónico, entonces quedaría cuestionado lo del «libre» uso de drogas o el mítico «tú decides» o que se puede «gestionar» o el «soy consumidor de drogas, no adicto», que vienen a ser símiles evolucionados y muy aceptados del ya desenmascarado «yo controlo». Consecuentemente, quedarían en suspenso casi todos los planteamientos preventivos y de tratamiento en los que nos apoyamos.

Podríamos preguntarnos sobre quién gestiona el consumo, si se es libre o quien decide exactamente: ¿un diablo infestador o una fuerza psíquica autónoma o uno mismo? O ¿hasta qué punto cada parte? ¿Somos tan libres como creemos? ¿Qué nos hace creer y por qué que somos tan libres? ¿No es chocante que quien consume drogas crea que está haciendo un acto de libertad, siempre con la cantinela «tomo porque quiero»?

Por otra parte, si los amazónicos tienen razón, a nivel de tratamiento sólo estaríamos persiguiendo la zanahoria (síntomas mentales, corporales, emocionales, comportamentales y déficits educativos y sociales), lo que representa un gran negocio y un mejor entretenimiento, pero en ningún caso se estaría cerca de entender la curación. Es decir, si alguien se cura en este sistema no sería gracias a él, sino a pesar de él. Un milagro (tan solo suerte para los ateos).

Quizás pueden hacer reír todos estos planteamientos, pero si tenemos en cuenta que, por un lado, el Centro Takiwasi del Perú es posiblemente el más eficaz del mundo en la curación de adictos basándose, entre otras, en las ideas amazónicas. Y, por otro, que el sistema de atención y prevención convencional dista mucho de los resultados del primero, entonces no hace tanta gracia. Sobre todo cuando lo que se juega no es sólo la salud de un desconocido, sino, por ejemplo, la de la propia hija.

Al fin, como dice el Dr. Mabit, Director del centro Takiwasi, no es tan importante si estos planteamientos parecen medievales o acientíficos, sino si son ciertos.