La mayoría de centros para el consumo supervisado de drogas ofrecen la posibilidad de realizar el cribado del virus de la hepatitis C (VHC) y de efectuar la derivación correspondiente, pero muy pocas proporcionan tratamiento para esta infección, lo que indica que estos espacios podrían desempeñar un papel más importante a la hora de reducir la transmisión del VHC y también los resultados negativos asociados a la hepatitis C. Esta es la principal conclusión de un estudio presentado en la 22 Conferencia Internacional sobre el Sida (AIDS 2018) celebrada en Ámsterdam (Países Bajos) a finales de julio, llevado a cabo por un equipo de investigadores holandés cuyo objetivo fue analizar qué tipos de pruebas de la hepatitis C, tratamiento y otros servicios de salud y apoyo proporcionan las instalaciones para el consumo supervisado de drogas. Esta información se recopiló mediante una encuesta online.

El VHC, el virus de la hepatitis B (VHB) y el VIH se propagan con facilidad a través del uso compartido del material de inyección de drogas, y las tasas de estas infecciones son elevadas en las personas usuarias de drogas inyectables.

Las sobredosis de drogas también constituyen un motivo de creciente preocupación, circunstancia que empeora por la introducción del fentanilo y otros opioides que son mucho más potentes que la heroína.
La aparición de los antivirales de acción directa frente al VHC (DAA, en sus siglas en inglés) altamente efectivos y bien tolerados ofrece la oportunidad para expandir el tratamiento contra la hepatitis C más allá de los especialistas en enfermedades hepáticas. Los modelos matemáticos, y las primeras evidencias materializadas en la realidad, sugieren que proporcionar tratamiento a suficientes personas podría eliminar la hepatitis C como amenaza para la salud pública. Las personas que se inyectan drogas constituyen uno de los grupos expuestos a un mayor riesgo de infección, por lo que son un objetivo clave al que dirigir los esfuerzos.

Las salas de consumo de drogas, conocidas en algunos países como instalaciones de inyección supervisada, permiten a las personas usar drogas bajo la supervisión de personal capacitado, que puede administrar naloxona (Narcan®) si es necesario para revertir una sobredosis de opioides. Con la provisión de jeringuillas estériles y otros utensilios para la administración de drogas se puede prevenir la transmisión del VIH, el VHB y el VHC. Por otra parte, estas salas reducen el consumo de drogas en la calle y la eliminación inadecuada de jeringuillas, además de ofrecer a los usuarios un punto de entrada para buscar tratamiento de sus adicciones así como atención médica.

Los espacios de consumo supervisado tienden a ser útiles para las personas más vulnerables que se inyectan drogas, incluidas aquellas que se enfrentan a problemas de salud mental y falta de vivienda. La investigación ha demostrado que estas salas de consumo supervisado reducen las conductas de riesgo y los daños asociados al consumo de drogas, incluidas la sobredosis y la transmisión de enfermedades infecciosas.

En la actualidad, existen alrededor de 100 salas de consumo de drogas en todo el mundo, la mayoría de ellas en Europa. Ámsterdam (Países Bajos) fue una de las ciudades pioneras en este concepto en los años ochenta. Australia tiene un centro de inyección supervisado en Sydney e intenta abrir otro en Melbourne. Insite de Vancouver, la primera instalación de América del Norte, atendió a más de 7.300 usuarios en 2017. Varias ciudades están hoy en día compitiendo por abrir el primer sitio de consumo supervisado en EE UU, incluyendo San Francisco, Nueva York, Filadelfia y Seattle. A pesar del gran número de personas que se inyectan drogas en Londres y en otros lugares, Reino Unido actualmente no tiene salas de consumo de drogas.

El estudio en cuestión, realizado en 2016, recopiló la información mediante una encuesta online e incluyó 49 espacios de consumo supervisado de drogas. La mayoría estaban situados en los Países Bajos (20 salas operativas, 8 de las cuales se incluyeron en el estudio), Alemania (26 salas operativas, 17 de las cuales formaron parte de la investigación), Suiza (18 salas operativas, 7 de ellas formaron parte del estudio), España (15 salas operativas, 9 de ellas incluidas en la investigación). Dos de las seis salas en Dinamarca, las dos salas en Francia y el único espacio de consumo supervisado en ese momento en Australia, Canadá, Luxemburgo y Noruega también participaron (Canadá ha abierto más espacios de este tipo).

Entre los espacios de consumo supervisado incluidos en el estudio, el 67% fueron administrados por organizaciones sin ánimo de lucro, el 40% por gobiernos, el 7% por particulares y uno por una iglesia. La financiación proviene, principalmente, de fuentes locales o municipales (71%), seguido de fuentes estatales o regionales (36%) y gobiernos nacionales (13%). La mayoría de las salas de consumo (57%) estaban ubicadas junto con otros servicios utilizados por personas usuarias de drogas intravenosas, el 30% eran instalaciones independientes y el 20% instalaciones móviles.

El número promedio de visitas por día fue de 80 y los espacios, en promedio, tenían 12 estaciones o puestos para el consumo de drogas. La mayoría de los usuarios los usaban para inyectarse drogas, pero algunos también fumaban, inhalaban o aspiraban por la nariz drogas.

Las salas de consumo tenían un promedio de siete empleados remunerados cada una y uno no remunerado o voluntario en el espacio durante un día típico. El 80% empleaba enfermeras, el 78% incluía trabajadores sociales, el 44% tenía médicos en el sitio, el 28% educadores de salud y el 22% contaba con consejeros pares pagados.

Casi todos los espacios de consumo ofrecen distribución de jeringuillas, condones y derivaciones para servicios de salud, tratamiento de adicción de drogas u otros cuidados. Una cuarta parte proporcionó terapia de sustitución con opioides en la sala (por lo general, metadona o buprenorfina), mientras que el 70% remitió a los usuarios de drogas a otro lugar para tomar dicha terapia. La mayoría (89%) proporcionó el manejo de las sobredosis en la sala, aunque el 26% hizo derivaciones externas para esto; el 37% ofreció naloxona para llevar.

Dos tercios de los espacios supervisados proporcionaron pruebas de detección del VHC in situ y counselling previo y posterior a la prueba. La mayoría ofreció folletos, asesoramiento u otros recursos educativos sobre la hepatitis. Se estima que al 80% de los usuarios se les realizaron pruebas y que el 60% resultaron ser positivos al VHC (mediana en todos los sitios). Poco más de la mitad (54%) proporcionaron pruebas del VIH.

Una cuarta parte de las salas ofrecía monitorizar la salud del hígado (pruebas de fibrosis en sangre o FibroScan) y un 11% adicional tenía previsto hacerlo. Sin embargo, únicamente dos espacios supervisados (4%) proporcionaron tratamiento contra la hepatitis C en la sala y solo uno planeó hacerlo. Hay, asimismo, diez programas que actualmente ofrecen o planean ofrecer tratamiento fuera de la sala de consumo supervisado de drogas. Los espacios que empleaban enfermeras o médicos y aquellos que ofrecían terapia de sustitución con opioides tenían más probabilidades de proporcionar tratamiento médico de la hepatitis C en la sala.

En cuanto a otros servicios, la mitad de los sitios ofrecieron apoyo para la autogestión de la salud (en torno a una dieta saludable, la obesidad, etc.) y el 44% proporcionó atención a la salud mental. La mayoría de los espacios de consumo supervisado ofrecían café o té y un lugar para que los clientes cargaran sus teléfonos, mientras que el 78% proporcionaba instalaciones de cuidado personal como duchas y lavandería.

Cuando se preguntó a los responsables de los espacios de consumo supervisado de drogas cómo aumentarían la capacidad con financiación adicional para servicios relacionados con el VHC, más de la mitad dijeron que contratarían más personal, el 46% que ofrecerían más capacitación del personal, el 41% que financiarían materiales educativos, el 26% que emplearían trabajadores de apoyo y el 24% que desarrollarían servicios de derivación. Un programa, asimismo, indicó que compraría un escáner FibroScan para medir la elasticidad o rigidez hepática.
Las salas de consumo de drogas o instalaciones de inyección supervisada proporcionan una amplia gama de servicios sociales y de salud en un entorno seguro para las personas usuarias de drogas inyectables, y algunas de ellas ya ofrecen servicios relacionados con el VHC, concluyeron los investigadores.

Los recursos financieros adicionales para el personal cualificado y el desarrollo de capacidades son esenciales para mejorar la capacidad de los servicios relacionados con el VHC, añadieron los investigadores. Y concluyeron indicando que estas instalaciones deben considerarse como un proveedor de tratamiento del VHC de umbral bajo para las personas que se inyectan drogas a nivel comunitario y, en consecuencia, se deberían buscar acuerdos innovadores.

FuenteAidsmap / Elaboración propia (gTt-VIH). 
ReferenciaSchatz E, et al. Study on drug consumption rooms on current practice and future capacity to address communicable diseases like HCV. 22nd International AIDS Conference, Amsterdam, abstract TUAD0101, 2018.