Nuestra sociedad conoce y utiliza tal cantidad y variedad de drogas que hasta a los profesionales nos resulta difícil mantenernos actualizados. Cuando ya crees saber lo suficiente acerca del éxtasis, resulta que empieza a hablarse de la ketamina; y cuando ya parece que manejas el significado de este anestésico veterinario de extravagante uso recreativo, va y aparece el GHB… y así año tras año, en una dinámica acumulativa que alimenta el mercado de las drogas con continuas novedades para que el ánimo del consumidor no decaiga. Las técnicas de márketing aplicadas al mundo de las drogas ilícitas. No existe publicidad ni promoción abierta de los productos, pero funciona con eficacia el boca-oreja, y los estímulos equívocos que decoran determinados escenarios nocturnos.

Es éste de las drogas un terreno resbaladizo, un mundo confuso, a menudo críptico, sujeto a ambigüedades y contradicciones de todo tipo. Y si resulta así para los profesionales, ¿qué ocurrirá con los profanos que, a fin de cuentas, son la inmensa mayoría de la población? ¿Qué ocurrirá con ese padre, con esa madre, con aquel educador, que se acercan bienintencionados a este tema, con voluntad de abordarlo positivamente en la relación educativa que mantienen con sus hijos o con sus alumnos? Cabe imaginar que, probablemente, huyan espantados ante tanta sustancia, tanto riesgo, tanta terminología más o menos científica, tanta ideología que se cuela de rondón, tanta moralina de andar por casa… ¡Cómo iba a extrañar que ante tamaño laberinto muchos adultos opten por desentenderse del asunto! Y no porque no les provoque inquietud la certeza de que sus hijos, sus hijas, viven expuestos inevitablemente a la oferta de la química recreativa. ¡Claro que les preocupa! Pero su interés se da de bruces con un galimatías incomprensible que les hace retroceder.

Y, sin embargo, el único modo probado de reducir los problemas que las drogas ocasionan es hablando sobre ello, convirtiéndolo en un motivo de debate social que nos ayude a reflexionar, por ejemplo, sobre si los gobiernos están haciendo lo suficiente y lo adecuado. Que ayude a los padres a descubrir modos de abordar el tema que animen a sus hijos a cuestionar las supuestas «verdades» que oyen en sus ambientes. Que invite a los profesores a explorar estrategias para que los adolescentes obtengan el máximo rendimiento académico de su paso por la escuela, pero sin desatender aprendizajes no menos relevantes, como aquellos que les capacitan para tomar decisiones inteligentes (formadas y autónomas) ante las drogas.

Necesitamos hablar de las drogas. Pero superando el morbo de la telebasura, el sensacionalismo chusco de los «reality-shows», el anecdotario banal de las sustancias de moda, para centrarnos en aspectos clave de la educación de niños y adolescentes. Hablar de tal modo que ayude a los adultos a descubrir qué necesidades tratan de satisfacer tantos jóvenes recurriendo a las drogas (a unas o a otras, que eso dependerá de las modas y las técnicas soterradas de márketing a las que antes aludíamos); a desarrollar estilos de vida que no precisen del recurso a las drogas para apuntalar una identidad titubeante o rellenar carencias de diverso tipo; a desplegar fórmulas de diversión que no pasen necesariamente, cada fin de semana de cada año, por las mismas prácticas (los mismos bares, las mismas borracheras, los mismos porros…) Hablar de las promesas que las drogas despiertan, y educar sobre maneras de obtener los mismos resultados sin recurrir a la química.

Hablar con los hijos y los alumnos, y, por supuesto, con las hijas y las alumnas, en cada caso de una manera diferente, porque diversas son las expectativas que sobre las sustancias proyectan unos y otras. Y es que si hace algún tiempo beber y fumar formaba parte sobre todo del repertorio masculino, en las generaciones más jóvenes las chicas están dejando atrás a sus compañeros, y empiezan a hacerse, también en este ámbito, con los primeros puestos. No ocurre así con las drogas ilícitas, aunque en el caso del cannabis también se produce un creciente acercamiento entre los usos y costumbres de chicos y chicas.

Pero no basta sólo con hablar con ellas y con ellos. También los adultos tenemos que hablar entre nosotros del lugar que queremos que en nuestra sociedad ocupen las drogas, unas y otras, legales e ilegales. Hablar para tomar decisiones cabales sobre si consideramos o no aceptable su venta a menores, y exigir a las administraciones el cumplimiento estricto de la ley; hablar sobre si resulta o no legítima la publicidad más o menos fraudulenta, más o menos subliminal, de productos psicoactivos; si consideramos o no tolerable que la contrarreforma educativa que la vigente Ley de Calidad representa haga poco menos que imposible la prevención escolar de las drogodependencias. Plantearnos, en definitiva, que, puesto que las drogas habitan entre nosotros y no parece probable su desaparición, nuestra sociedad debe sacar la cabeza de debajo de la tierra, contemplar con serenidad el panorama y poner el tema abiertamente encima de la mesa. No vaya a ser que, por inercia o comodidad, acabemos acostumbrándonos a una situación que, cada fin de semana, acarrea una considerable dosis de angustia y desconcierto para miles de familias.

¿Hablamos de todo esto o seguimos practicando la política del avestruz?

Firmado: Juan Carlos Melero

Director de Prevención de EDEX

Opinión publicada en: www.elcorreodigital.com