La educación actual está llena de retos a los que no es fácil dar respuestas, sobre todo cuando las posiciones de los partidos políticos se enfrentan entre sí. Es lo que sucede con la Educación para la Ciudadanía. Mientras unos ven en esta asignatura un paso más en el compromiso social de la escuela antes los problemas de hoy, otros se enfrentan con la propuesta del gobierno llamando a la rebelión de los profesores o la objeción de conciencia al entender que se trata de un adoctrinamiento.

De todas formas, todos parecen estar de acuerdo en que es necesario educar para la convivencia y la ciudadanía, dados los problemas de la sociedad actual. El problema está en qué contenidos y en cómo realizar esta tarea dentro de la escuela. Surgen entonces todo tipo de propuestas, desde las más revolucionarias a las más conservadoras, pasando por las que se mueven entre corrientes ideológicas muy dispares. No ha de extrañar que la Educación para la Ciudadanía como nueva área de conocimientos que introduce la LOE en el sistema escolar tras ser aprobada por el Parlamento el 6 de abril de 2001, se haya convertido en una campo de batalla con muchos frentes abiertos.

Muchos son los cambios sociales que han modificado las maneras de percibir el mundo y, en consecuencia, también las formas en que las personas nos relacionamos y convivimos. Entre estos cambios resaltan por su importancia:

  1. La globalización tanto de las actividades económicas como de las relaciones políticas, de las comunicaciones y las tecnologías, que provoca una inseguridad creada por la falta de control de los intercambios e influencias económicas y culturales, ajenas a los propios intereses y tradiciones.
  2. La flexibilidad, la rentabilidad y la competitividad en los procesos de producción y en el consumo que provoca que la estética se imponga sobre la ética y las formas al contenido, todo en función de su mayor rentabilidad. Se mitifica el consumo y el conocimiento se considera como un valor mercantil más.
  3. El relativismo y la diversidad, que caracterizan el desfondamiento de la racionalidad. El relativismo ha facilitado la aceptación de las personas diferentes, lo que da lugar a la diversidad de pensamientos y de culturas. Pero tratar la diversidad ignorando las desigualdades es hacer un análisis falseado de la realidad social.
  4. Las transformaciones en las relaciones humanas, fruto de los continuos cambios que se producen en la sociedad actual, que dan lugar a una sensación de inestabilidad en las organizaciones sociales y en las relaciones interpersonales. Los cambios en las relaciones familiares y en el tiempo de dedicación a la propia satisfacción, están dando lugar al nacimiento a un narcisismo personal que trasciende el simple egocentrismo.
  5. La aceleración del cambio tecnológico y científico, que provoca una gran incertidumbre sobre las posibilidades del porvenir. Los cambios no son analizados de manera crítica, sino asumidos de forma mecánica. La autonomía personal se vuelve débil ante las imposiciones de determinadas maneras de vivir.
  6. La incertidumbre ante el futuro, consecuencia de aspectos señalado: relativismo, cambios tecnológicos, transformaciones en las relaciones humanas o la dificultad para comprender el tiempo y el espacio. Han variado nuestras expectativas sobre el porvenir (Cifuentes, 2006).

En este nuevo contexto social, las respuestas educativas en los centros educativos ya no pueden ser las mismas, pues las preguntas han cambiado. Habrá que a pensar en los escolares como ciudadanos, como consumidores, usuarios de servicios, receptores de información, con derechos y deberes, futuros votantes y actuales actores de la democracia en su medio familiar, en su ciudad o en su país, sin olvidar la sociedad global. Y en este marco habrá que tratar todos esos problemas que preocupan en la sociedad actual, como puede ser el de las drogas. Porque la cuestión drogas más que un problema personal es un fenómeno eminentemente social que tiene mucho que ver con el malestar de las personas, con las condiciones sociales que arrastran al consumo y al tráfico de diferentes sustancias incluidos el tabaco, el alcohol y los medicamentos, con el mercado que ha convertido las drogas en una mercancía más, con la carencia de respuestas a las necesidades personales y sociales los individuos, con las pocas esperanzas de conseguir un mundo mas justo y saludable.

La educación para la ciudadanía debe enfrentarse con esta nueva situación. Debe basarse en el respeto a la diferencia, pero también en la denuncia de las desigualdades como formas de injusticia. Los derechos humanos, la cooperación y la solidaridad son aprendizajes fundamentales. Desde esta educación debe trabajarse el proceso mediante el cual el niño o la niña aprenden a conocerse, a aceptarse a sí mismos y a distinguir sus posibilidades y sus limitaciones personales. Pero este proceso no es sólo individual, sino que debe hacerse a través de la interacción con los demás, en el grupo, formando los conceptos de libertad, igualdad y responsabilidad.

Se entiende así que los alumnos de ESO deban aprender a identificar y aportar soluciones a problemas de los medios urbanos como «racismo, enfrentamiento por el uso de los espacios comunes, tribus urbanas y botellón», como señalaba no hace mucho el Diario de Noticias de Álava (2006). Con la educación para la ciudadanía se puede contribuir no sólo a la prevención de conductas problemáticas, sino también a promocionar contextos saludables, pues lo personal y lo social suelen ir de la mano.

Los jóvenes están sometidos a presiones, ambientes e ideologías que dificultan el ejercicio de su ciudadanía y cada vez hay menos espacios que escapan al dominio del mercado, desde las relaciones personales al tiempo libre, la vida privada, la cultura, los sentimientos, el mundo de la espiritualidad… La sociedad mercantilista dominante busca la dependencia en las personas más que la autonomía y el sentido crítico. Esta orfandad en valores y motivaciones es de tal tamaño que desplaza a un lugar secundario la cuestión de si se recuperarán en versión religiosa o laica, en formato público o social; más bien busca un compromiso unitario y convergente, que evite convertir la situación de la juventud en tierra quemada, como señala García Roca (2007). En este sentido, entiendo con este autor coherente y legítimo que el Parlamento español se haya propuesto “capacitar a niños y jóvenes para el desarrollo de la ciudadanía” e “incluir una nueva área que aborde de manera expresa los valores asociados a una concepción democrática de la organización social y política”.

Pero son muchas las preguntas que pueden surgir: ¿estamos promoviendo respuestas a las necesidades de los jóvenes y de la sociedad?, ¿qué sucedería con la Educación para la Ciudadanía, que desde algún tiempo figura en los planes de estudio de la mayoría de los países de la Unión Europea, si se hace desde la centralidad del interés supremo del menor, y desde sus necesidades básicas? (García Roca, 2007), ¿qué es lo que ha de aprender hoy un ciudadano?. ¿cómo asumir pedagógicamente el trabajo de evitar a nuestros jóvenes el desaliento o indiferencia social?, ¿de qué forma prepararles para convivir en democracia o para conseguir un equilibrio entre la libertad personal y la responsabilidad solidaria? (Mayordomo, 1998), ¿cómo tratar el tema de las drogas desde la ciudadanía? ¿tienen sentido las medidas represivas sin atacar los factores que llevan al consumo problemático? , ¿por qué drogas como el alcohol y los medicamentos disponen de tanto apoyo en su promoción? ¿Qué derechos tienen los consumidores y los dependientes?

En el fondo, educar para la ciudadanía supone apostar por un modelo pedagógico, no solamente escolar, en el cual se procura que la persona construya su modelo de vida feliz y al mismo tiempo contribuya a la construcción de un modo de vida en comunidad justo y democrático (Martínez, 2007). Esta doble dimensión individual y relacional, particular y comunitaria, debe conjugarse en el mismo tiempo y espacio si lo que pretendemos es construir ciudadanía y sobre todo si ésta se pretende en sociedades plurales y diversas. Hay que reconocer, por otra parte, que no todos los modelos de vida feliz son compatibles con los modelos de vida justos y democráticos en comunidad.

Desde este planteamiento, el reto que plantea la educación para la ciudadanía implica considerar qué educación queremos y hacia dónde pretendemos orientar sus metas. Se trata, en definitiva, de pensar qué tipo personas queremos forma para construir el mundo en el que pretendemos realizarnos como individuos y como ciudadanos. En este sentido, la educación para la ciudadanía, cuestiona los planteamientos educativos vigentes, al mismo tiempo que invita a pensar sobre los contenidos a dar, las estrategias pedagógicas a utilizar, el papel a desarrollar por las diferentes instituciones comprometidas con la acción educadora (familia, escuela, comunidad…). Por supuesto, también en relación con la cuestión de las drogas tan lleno de incoherencias e injusticias.

La Convención sobre los Derechos del Niño, en el artículo 29, dice entre otras cosas que “la educación del niño deberá estar encaminada a:

  1. Desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades;
  2. Inculcar al niño el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales y de los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas;
  3. Inculcar al niño el respeto de sus padres, de su propia identidad cultural, de su idioma y sus valores, de los valores nacionales del país en que vive, del país de que sea originario y de las civilizaciones distintas de la suya;
  4. Preparar al niño para asumir una vida responsable en una sociedad libre, con espíritu de comprensión, paz, tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos, grupos étnicos, nacionales y religiosos y personas de origen indígena;
  5. Inculcar al niño el respeto del medio ambiente natural”.

Este artículo constituye todo un programa para la ciudadanía mundial al mostrar otra forma de ver y entender la educación que choca con la práctica actual. En esta línea, la educación para la ciudadanía plantea nuevas exigencias, aportar directrices, señala rumbos y muestra zonas grises. Invita también a reponer aquellos principios que guían el discurso normativo de la ciudadanía, en especial, ante las carencias de las políticas educativas y la experiencia escolar concreta. La inequidad, la debilidad en la participación y la naturaleza limitada de los procesos escolares en el desarrollo de las capacidades consideradas deseables para los ciudadanos, obligan a pensar que la promesa de educación de calidad para todos, como un derecho inherente a la pertenencia a esta sociedad, está lejos de cumplirse. En este sentido, es el propio devenir del sistema educativo el que convoca a pensar la formación ciudadana (Santa Cruz, 2007).

Y en este ambicioso marco, tendrán sentido y validez educativas todas esas cuestiones que entorpecen el desarrollo personal y social de las personas como es el consumo problemático de las drogas. La ciudadanía remite al mundo de los derechos y de las responsabilidades de las personas para contribuir un mundo más justo y saludable.

Firmado: Amando Vega Fuente
Profesor de la Universidad del País Vasco