Por una cultura sin tabaco

La prevalencia del tabaquismo en nuestra cultura muestra un auge que contrasta con las tendencias en los países centrales, donde luego del incremento de los años setenta se produce una importante baja -si bien, a pesar de los denuedos, no se logra consolidar una fecunda tendencia a la reducción.

Merced a las disposiciones puestas en marcha en Estados Unidos y Europa, apuntaladas por las políticas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Banco Mundial (BM) y un número importante de Organizaciones no Gubernamentales (ONGs), el control del tabaquismo se ve favorecido por leyes que regulan el uso de tabaco en lugares públicos y por la creación de organizaciones que facilitan negociaciones internacionales contra el tabaco como el Convenio Marco para el Control del Tabaquismo (CMCT).

No obstante, los progresos en la superación de los obstáculos son tan equívocos que puede incluso favorecer el desarrollo de posturas fatalistas que aseguran que no vale la pena o que habrá que adaptarse porque nada se puede hacer.

La evolución en el contexto social de la actualidad dará lugar a una interpretación diferente confiando en el análisis que intentaremos realizar.

Los cambios en la sociedad se producen constantemente sin que regularmente reflexionemos sobre ellos. Son cambios en el pensamiento que se expresan en hábitos, pautas de comportamiento, prácticas sociales que reflejan una estructura simbólica compuesta o hecha posible por identificaciones en las que los actores sociales se van reconociendo. Toda estructura social es política, cultural y psicológica. Política por el imperio –poder- que se despliega en pos de preservar la estructura, cultural por la institución que se genera y psicológica por la identidad que el proceso individualizador suministra. En otros términos, los cambios –dinámica- y la estructura u organización social resultante –productos culturales- son posibles por identificaciones simbólicas de las que se valen los actores sociales.

No obstante, es ineludible insistir en que la gestión de prácticas sociales siempre comporta un modo de intransigencia que, expresamente o no, se opone al cambio. Esta oposición de igual forma debe ser institucionalizada, proveyendo identificaciones simbólicas de obstrucción. Desde la óptica del tabaco, la controversia de identificaciones simbólicas se expide en Fumar o no Fumar, vale decir, en las identificaciones respectivas que consagran al fumador y al no fumador.

Las compañías tabacaleras recurren a la publicidad para suministrar imágenes y modelos para la identificación simbólica de obstrucción a no Fumar. La tarea de proveer imágenes para identificaciones simbólicas de obstrucción a Fumar queda en manos de las autoridades sanitarias y, como señalamos más arriba, de las ONGs. Morosos habrá en uno y otro bando.

El tránsito de una identidad a otra se produce cuando un actor social opta por una nueva identidad, en este caso de fumador a no fumador. Esto es, construye una nueva identificación que busca mudar a pesar de las potencias farmacológicas y psicológicas de la dependencia. Esta muda de identidad es clave para entender del principio al fin el cambio desde la perspectiva social, impulsado por la tensión psicológica y desatado a partir de la abstinencia. Se trata de un proceso psicoterapéutico que involucra a todo profesional de la salud y que llama a la acción comenzando con los más próximos a proporcionar una modificación en la conducta.

Los médicos, sanitarios, psicólogos o juristas que se vean con posibilidades de abogar por esta gestión de una cultura sin tabaco no aprueban postergar esta exhortación o se deshonran como identificaciones simbólicas de obstrucción. Mientras tanto, los fumadores se engañan o se resignan. Los no fumadores simbolizan cada vez más la intransigencia a fumar.

Firmado: Juan Talamoni

Licenciado en Psicología Univ. Nacional Córdoba, Argentina

Email: jtalamoni@biomed.uncor.edu | talamonij@globalink.org