Sus ojos grises poseen una vivacidad rara en ese color. Absorben la primera mirada al rostro de facciones muy correctas de esta mujer de 33 años. Su figura corresponde a los cánones de belleza. Sin embargo, el desacuerdo con su cuerpo le llevó en la pubertad a romper la timidez por la rampa descendente del alcohol y de las drogas por el que llegó, a lo largo de 18 años, a lo más profundo del pozo. Por el amor a su hija de cinco años tocó fondo y ahora emerge por la escala tendida en Proyecto Hombre. Esta donostiarra que quiere mantener el anonimato, lleva un año en reinserción y vive con sus padres.

La necesidad de todo adolescente de hacerse mayor cuanto antes lleva a comportamientos de imitación. «Mi inicio fue la típica primera borrachera a los trece años con las amigas y sin volver tarde a casa. Mis padres no se enteraron. Luego lo haces los fines de semana y vas cogiendo asiduidad». Los jóvenes no pueden consumir alcohol en los bares, pero… «Lo hacíamos a escondidas. Comprabas a granel y te ibas por ahí. Con eso ya te defines. Ves a la gente, a los que son un poco mayores y lo tomas como una herencia».

A esa edad influye mucho el grupo, aquella gente con la que se roza en los rincones que eligen para consumir alcohol y sus primeras drogas. «A mí me gustaba el peligro, lo que estaba prohibido. Luego vinieron los porros. El primer canuto lo fumé a los 14 años o así. Fue con mi hermana cuatro años mayor que yo. Le pillé liándose un porro y lo fumamos. No sentí nada. Me dormí. Luego te crees que eres más por fumar eso, te crees mayor, buscas a esa gente y te metes».

Paso al instituto

Entró sin haber tenido una sensación placentera, sólo por hacer lo que las normas dicen que no se debe hacer. Ella aclara. «Antes de que entrara de lleno con el hachís pasó algún tiempo. A partir de los catorce salí del colegio, dejé a las amigas que tenía y fui al instituto. Había sido buena estudiante cuando estaba bajo la disciplina del cole pero cuando puedes hacer txikarra con facilidad, te encuentras con chicos mayores, muchos repetidores… Empecé a suspender. Repetí primero y tercero de BUP y lo dejé sin acabar por una asignatura. Ya me había enrollado con la gente que me gustaba».

Cómo consigue un adolescente el dinero para vicios caros, parece un misterio. «Mis padres no son ricos, son normales. Al principio me iba salvando con la paga pero luego no me alcanzó, empecé a sisar en casa y quise trabajar para tener más: cuidé niños, limpié casas… Estaba bien. Tenía dinero y costo. Con eso siempre se tiene amigos». Pero, a pesar de drogarse a diario, asegura que cumplía con sus obligaciones laborales. «No fallaba en el trabajo. Supe responder. La bebida y el porro eran diarios, pero no me hacían daño, los usaba para estar con la gente», recuerda.

En esa etapa sus padres aún no habían dado muestras de haberse enterado. «Yo creo que no sabían nada. Hacía vida normal. Me divertía y estaba con chicos. Te relacionas mejor con dinero y china. No he conocido a gente en Proyecto Hombre que no tomase antes de entrar. Y después viene de todo: tripis, LSD, speed, cocaína… Con alcohol acompañando».

Afirma que, cuando no trabajaba o cobraba del paro, a su familia le hizo de todo para conseguir el dinero para las drogas. «Ellos sabían que cogía, pero luego devolvía la mitad. Trampeaba. ¡Lo que se te puede ocurrir y el morro que tienes como si fuera lo más normal! No me inmutaba. Ahora, fuera de casa no lo he hecho nunca. Puedes ir a la cárcel».

Nada de éxtasis líquido

Dice que el éxtasis lo ha tomado poco. Empezó antes de que salieran las drogas sintéticas y sólo ha probado las pastillas. «El líquido me daba miedo. He tenido siempre apego a mi vida. Tampoco he probado la heroína, jamás me pinché. Tengo gente conocida que se ha ido al otro barrio con la heroína», afirma muy seria.

La cocaína parece que no acaba tan rápidamente con sus adictos, pero la dependencia psíquica al estado eufórico que produce es muy fuerte y puede ir degenerando en depresión, apatía y pérdida de apetito. «Ahí llegué yo. Afortunadamente no tuve estados paranoides.Tengo una hija y no la atendía. Tenía un trabajo, pero no iba. Mi familia lo sabía, pero yo no lo quería ver. Hasta que me pusieron las cosas crudas».

El embarazo de su hija, asegura, fue un accidente. Llevaba tres meses saliendo con un chico. «Pensé en abortar pero él me dijo que ya me ayudaría a mantener a la criatura. Tuvimos a la niña y nos separamos después de dos años de una medio relación. Ahora vamos a legalizar las visitas del padre y ¡de la abuela! que es la que más disfruta con la nieta».

El nacimiento de la niña fue el principio del fin de su vida envuelta en drogas, pero aún duraría casi cinco años. «En los últimos tiempos vivía con mi hija y con un chico. Yo adelgacé muchisimo y sólo quería fumar. Él se metía rayas. Mis padres iban a pasar de mí. Me iban a quitar a la niña y tuve que dejarlo todo. ¡Mi casa!, después de ocho años viviendo por mi cuenta. Volví con mis padres».

Afirma que si no hubiera tenido a la niña no sabe qué hubiera sido de ella. En esa situación de apatía, sus padres se llevaron a la niña y le amenazaron con quitarle la tutela. «Eso me hizo mucho daño. Estaba perdiendo a mi hija, a la familia, a mi madre que es la que está en casa y te da el cariño. Y tuve que romper». La niña está sana desde que nació, «aunque el padre también le arreaba a la droga». Ella se siente como un roble. «Nunca tuve que hospitalizarme».

Más que dejar la droga, afirma, le costó dejar el ambiente de su casa, volver a vivir con sus padres como una menor a los 32 años. «Te acuerdas de las juergas… Pero no tuve mono. Lo peor es que fuera del ambiente que tuviste no conoces a nadie. Estás sola».

Estricta disciplina

Y entra a la disciplina estricta de Proyecto Hombre, en enero de 2002. «No podía salir a la calle sola, ni con mi hija, durante los tres primeros meses. Pasaba aquí -en el Centro de P.H.- de 9,30 de la mañana a 5,30 de la tarde y siempre iba y venía acompañada de mis padres. Te conviertes en un niño pequeño en los tres primeros meses que son de acogida. Pero, un día pedí permiso para salir sola con mi hija, llevarle yo al colegio y se me consintió». Asegura que eso le dio confianza en sí misma. «He estado haciendo un trabajo y he sido sincera. Reconoces tus fallos y coges seguridad. En esa etapa no puedes tener nada de dinero. No puedes salir de aquí y coger sola un autobús. Pero yo tampoco quería hacerlo. Temía cruzarme con los de antes».

Luego pasa a vivir en régimen de comunidad, interna en el centro de P.H. durante nueve meses, de lunes a viernes. Sólo puede ver a su hija los fines de semana y cree que debe explicárselo a la niña que ya tiene seis años. «Le dije que estoy yendo a la ikastola para aprender a ser una buena madre y yo creo que lo entendió».

«No probar alcohol»

El internado se rige por normas inapelables. «No probar el alcohol. Está en el principio de todo y hay que romper con él. Te dan un paquete de tabaco a diario». En muchos casos, puede no ser necesaria ninguna medicación para deshabituarse de la droga. «Tengo fuerza. No han tenido que darme nada. Estoy muy contenta de haber conservado la cabeza. Que no me haya trastornado. Con mi hija he mantenido mis responsabilidades, aunque no le daba todo el cariño que le correspondía».

Esta mujer, que está aprendiendo a ser «buena madre», se refiere a su hija en cada comentario. Ahora, de cara a independizarse, aprende un oficio y busca trabajo. Sigue viviendo con sus padres, pero espera entrar en un piso. «Ahora acudo a grupos de Proyecto Hombre un par de días a la semana y tengo un coloquio con uno de los psicólogos cada quince días. Esta etapa es la de reinserción, que puede durar un año, si no hay una recaída».

Se siente contenta con su cambio de vida. «Tengo novio, conocido aquí, y lo llevamos poco a poco. Las relaciones son distintas de como eran antes. Ahora soy capaz de decir las cosas sin temor. Hablas desde dentro, desde los sentimientos y das valor a muchas cosas. La sinceridad da tranquilidad. Antes siempre estaba mintiendo. Quiero que mi hija esté orgullosa de su madre. Es mía y su educación corre por mi cuenta. Mis padres están felices y eso me causa una gran satisfacción».