La adolescencia desde siempre inaugura un quiebre múltiple: dejar la dependencia infantil e inaugurar una cierta autonomía. Hoy, como nunca, nuestros consultorios se llenan de jóvenes desesperados. ¿Cómo crecer? ¿cómo no depender de una sustancia química?, parece ser la pregunta inconclusa y sin respuesta. Lo químico prestigiado (cocaína, éxtasis, opiáceos, paco, inhalantes) se ha convertido en la dosis de una identidad. Hoy se vende la identidad desde el químico prestigiado por los miles de escaparates y publicidades que la posmodernidad ofrece. Todo lo suturan la droga y el alcohol: el desvalimiento infantil que explota en la pubertad, una sobrecarga traumática por muertes, secuestros o tragedias en una familia, poder ser parte de un grupo a pesar de mis temores, etcétera. El «poxipol» del trauma del vivir se consolidó; es la droga. Además, para ser adolescente hay que tomar mucho o usar alguna droga. Eso no se discute en el totalitarismo «de lo que así debe ser». Para divertirse, varios botellones de cerveza son necesarios, y dependiendo del nivel social el vodka y el tequila. Así formás «parte de la manada», como lo marcaba la célebre marca de cerveza o la pontificaba la competidora diciendo así logras «el sabor del encuentro».Una vez que la publicidad actúa el grupo hace el resto. Sabemos que hoy faltante la identidad, que es el fruto de una larga conversación con padres, maestros, cultura, tradición acumulada de saberes, cuidados barriales, etcétera, surge la identidad en «potes». Se consigue en las variadas farmacias que los dealers y quioscos proponen. ¿Cómo ser? ¿Cómo ser sin entrar dentro de la «farmacopea» socialmente valiosa? Luego surge un segundo acto: los neurotransmisores cerebrales harán el resto. Las leyes del acostumbramiento de las neuronas al hábito adictivo empiezan a jugar su papel. Desde el «yo lo controlo» al dependiente sujeto de la compulsión a drogarse que revisa el monedero materno para llegar a la dosis que ya la angustia le pide. Doble angustia: el no tener la dosis y cuando ya se la tiene el miedo a perder el efecto de la misma.
Ha crecido el 72% el consumo de drogas en los últimos cuatro años, el 12% de los estudiantes secundarios consume o ha consumido drogas; en los no escolarizados esta cifra es mucho más alta, el 20% de los estudiantes universitarios consume alguna droga. El alcohol es una pandemia (ya no epidemia) con niveles de abuso en el fin de semana altos.
Atiendo a los que tratan de «pegar la vuelta». ¿Cómo hacemos? Necesitamos este «bastón químico» para vivir, me dicen, aunque sé que me lleva al cementerio. «Mire yo a los 22 años tuve tres hemorragias ulcerosas», me decía un joven; tengo «tres entradas en la Justicia». Un chico del barrio norte y de medios acomodados; «no puedo dejar el paco», mientras la madre me dice que sólo puede dejarlo encerrado en una habitación. Historias de hoy que no salen en los diarios. Historias de adolescencias mutiladas. Ya no hay horizonte y la adolescencia creo que es horizonte, futuro, proyecto. El horizonte es el hoy de este minuto y que es ¿cómo vivo sin «esto»? Somos «esto» (una sustancia). Todo lo demás es mudo o esta ausente. Es un autismo entre él que es un «esto» (no una persona) y «esto» (la sustancia). Los padres (¿alguna vez existieron para él?), los maestros, los otros son sombras espectrales. Lo único válido es la dosis que transmite la claridad del letargo, la certeza de la sombra de la muerte, la conciencia de la perdida de la conciencia. El vacío como verdad con la cáscara de una identidad consolidada artificialmente: ser un adicto.
¿Cómo se sale de «esto»? ¿Cómo se pasa de ser «esto» a ser alguien? Esta es la tarea para miles hoy. Sólo encuentros altamente significativos con personas con un humanismo técnico, un pasaje por el duro camino de la abstinencia con cuidadosa médicos y una sociedad que se atreva a discutir sus mitos consolidados, sus prestigios decadentes puede ayudar. Una sociedad desde la casa hasta el barrio pasando por todas las instancias institucionales que se atreva a pensarse y a cuestionarse. Lo que sí sabemos es que un adolescente dependiente a sustancias eternamente dependerá de sus padres (si los tiene) o de alguna institución. No crece.