El trumpismo educativo existe. Es el triunfo de la posverdad. En nuestro país, adquiere forma de pin parental, de discurso engañoso sobre la cultura del esfuerzo o, en las últimas semanas, en la promoción de la visión anti-tecnología en las escuelas. En el momento actual, parece que importa más el relato que los hechos y el negacionismo tecnológico aterriza en las escuelas. Impacta, sobre todo, en las familias, agobiadas por la falta de tiempo, y también en docentes saturados por el proceso de habilitación de la competencia digital y la falta de recursos en las aulas públicas.

En nuestro imaginario colectivo, los países del norte de Europa representan la calidad de vida y el desarrollo de políticas sociales pioneras. Finlandia representa desde hace décadas la panacea del sistema educativo. Tendemos a tomar a los países escandinavos como referencia. Sin duda el equilibrio entre calificaciones e indicadores de igualdad de estos países en PISA generan esa imagen totémica, aunque esto no implique que deban ser imitados sin más. Por eso, cuando leemos que en Suecia van a volver a los libros de texto en papel o que en Países Bajos van a prohibir el uso de móviles, nos planteamos si aquí estamos haciendo algo mal.

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