Fueron las deudas de juego lo que sacaron afuera lo mejor de Fedor Dostoievski. El mítico escritor ruso, jugador empedernido, escribió Crimen y castigo, su obra mayúscula, mientras escapaba de Rusia debido a la tanda de acreedores y prestamistas que le habían dado una fortuna que Dostoievski dilapidó en la ruleta con una soltura suicida. Al mismo tiempo, y para saldar contratos firmados, en solo 26 días dictó El jugador, texto sobresaliente sobre el mundo de la ruleta.

Porque aunque Dostoievski, hundido hasta el cuello, exprimió su genio para salvarse, esa, definitivamente, no es la norma: la mayoría de los jugadores, empedernidos y en caída libre, se dan de cara contra el piso. Y con ellos sus familias y sus economías. Pequeños agujeros negros que se abren en las comunidades, a la sombra de un negocio que no para de crecer y producir dividendos.

Y que ha sido promovido por el Estado en nombre de los beneficios producidos por la creación de empleos y los impuestos que estas empresas pagan. Solo que las autoridades han visto el fenómeno usando un parche en el ojo y ahora se encuentran con la alarmante suba en las apuestas y el crecimiento silencioso y cada vez más visible de los problemas relacionados a la ludopatía.

En Panamá se está empezando a discutir una ley que puede llegar a limitar el acceso de muchos panameños a las salas. Pues bien, el problema no es nada fácil de resolver.

Las complejidades

En la reciente Conferencia anual de la British Medical Association, los participantes calificaron a los juegos de azar como «un veneno social». «La adicción al juego es tan corrosiva como la adicción a las drogas y el alcoholismo en términos de ruptura familiar y ruina económica», afirmó el doctor David Sinclar, participante del encuentro.

Lo paradójico del asunto es que en todo el mundo, son los gobiernos los que más alientan la apertura de nuevas salas y los que también obtienen grandes beneficios económicos. Tan es así, que, por ejemplo, hay gobiernos internos de los Estados Unidos cuyo funcionamiento se encuentra condicionado por los ingresos del juego. Según publicó el New York Times el pasado 31 de marzo, en Rhode Island, Dakota del Sur, Luisiana Oregón y Nevada, los impuestos sobre las diversas formas de juego suman más del 10% de los ingresos totales del Gobierno. David Knudson, un senador republicano, dijo que quienes se oponen al juego suelen hablar de los peligros de los jugadores empedernidos. «Pero el mayor adicto ha llegado a ser el Gobierno que se ha vuelto dependiente del dinero del juego».

En Canadá, donde el juego es manejado por el Estado, la suba de los ingresos es imparable: en 1993 las ganancias habían sido de 2 mil 500 millones de dólares. Diez años después, en 2003, estaban llegando a los 10 mil millones. Y también a los 400 suicidios relacionados con las apuestas.

Y como si fuera poco, el juego on line. Como la televisión lo hizo en los 70, el chingueo ya se metió hasta en la casa. Usted puede apostar al póquer en calzoncillos y en su cuarto.

Según el Financial Times esta modalidad creció un 50% en el último año. En Inglaterra el auge es fenomenal. Acaban de dar licencias para 17 casinos nuevos y las provincias pelean entre ellas para ver quién logra seducirlos para que se instalen allí. Desde el 2001, las apuestas en el Reino Unido se han multiplicado siete veces.

Como una serpiente enroscada y de mil colas, el juego ha logrado instalarse como una industria potente y en franco crecimiento. Y es tanto el dinero que fluye de este negocio, que son muchos los que evitan confrontar con el monstruo mientras, por supuesto, los flujos de dinero desde los casinos hacia los estamentos públicos y políticos se mantengan corriendo: medios que llenan sus páginas de avisos publicitarios y dedican gran espacio a publicar resultados y «ofertas de entretenimiento» en los Casinos. Políticos que en campaña reciben grandes donaciones y en el poder, reciben grandes impuestos. Una gallina de los huevos de oro que no tiene problemas en compartir sus dividendos para seguir reinando. Y además, la vida cada vez más difícil, con clientes que quieren dar el gran golpe y dedicarse de una vez por todas a vivir «la gran vida» y que, finalmente, empujados por la ambición, terminan siempre en problemas. Mientras tanto, la ruleta sigue girando.

En el patio

Desde la privatización de las salas que encaró la administración de Ernesto Pérez Balladares, fue el Estado Panameño el que con más interés promocionó y auspició la inversión en los juegos de azar y la apertura de nuevas salas. Durante el gobierno de Moscoso se abrieron las puertas del país a las empresas internacionales que le hincaron la cuchara al sancocho poniendo maquinitas y salas de todo tipo y en todos lados.

Incluso Martín Torrijos, al tomar el poder, solo le dio una indicación Raúl Cortizo, actual presidente de la Junta de Control de Juego: promover la inversión y crear fuentes de trabajo.

Hasta que una nota publicada por La Prensa el 17 de abril de 2005 reveló el estrepitoso crecimiento de las apuestas que hacían los panameños y la llegada de la ludopatía como problemática social. Torrijos reaccionó suspendiendo las licitaciones hasta encontrar soluciones: Más de 15 meses después, no se ha tomado una sola medida que intente mitigar las consecuencias sociales de un negocio que hace rico a unos pocos y, sobre todo, empobrece aún más a los más pobres. Como lo explica el catedrático de psicología clínica de la Universidad del País Vasco, Enrique Echeburúa: «todas las apuestas con un bajo coste, muy difundidas, y que otorgan el premio de forma inmediata tienen una mayor capacidad adictiva». En Panamá, en las tragamonedas, se puede apostar hasta de a un centavo.

En lo que va de 2006 las apuestas alcanzaron los 182 millones 443 mil dólares al primer trimestre de 2006, es decir un aumento de 44.1 millones o 31.9% en comparación con el año pasado, según cifras de la Contraloría.

Lo cierto es que lo único que ha sucedido, la única acción en relación al combate de la ludopatía, es que un diputado oficialista, del Partido Popular, presentó un proyecto de ley que pretende impedir el ingreso a las salas de los más necesitados -una idea jamás implementada en ningún país-.

A su vez, el Ministerio de Salud sigue sin definir una política al respecto: los ludópatas suelen tratarse en entidades para enfermos mentales. Por lo pronto la encrucijada entre el negocio y lasalud pública es un debate importante que Panamá se debe. Y sabemos que las deudas, en este caso, no son nada buenas.