Cuando Miguel -que tiene 20 años de edad y estudia Educacióny sus amigos no tienen nada qué hacer bien sea tareas de la universidad u otras obligaciones pendientessólo piensan en un plan: beber, beber y beber hasta que el cuerpo aguante y el dinero alcance. Él comenzó a ingerir licor hace poco; cuando estudiaba en el liceo no encontraba diversión en un trago. Pero ya le ha agarrado el gusto al concentrado de guayaba, al fruit punch, al Tang y al jugo de parchita donde, gustosamente, se diluye la caña clara con sus 40 grados de concentración etílica. «Todas las mezclas son buenas. Usualmente, tomamos guarapita, porque es lo más barato, pero también es lo más fuerte. Es lo que está a nuestro alcance monetario», comenta.

No tiene que haber una fiesta para brindar. El sitio de reunión es la escalera de un centro comercial en Caricuao, donde vive. Hablando y tomando puede pasar desde la 1:00 pm hasta la 9:00 pm. En cervezas -cuando hay dinero para comprarlasese tiempo se traduce en 4 cajas del elixir de la cebada, es decir, un promedio de 15 latas en el torrente sanguíneo de Miguel y de cada uno de sus amigos. «Nosotros no gastamos real en comer. Tomamos hasta que la plata se nos acabe».

En esas escaleras ha visto a sus amigos perderse en las borracheras. Él no recuerda ningún episodio lamentable qué contar. Sabe que cuando toma mucho, también debe tomar mucha agua para sobrevivir a la resaca. «Es que el hígado se seca, porque la caña clara es burda de caliente», explica.

Lucía no ha corrido con la suerte de Miguel. Con un poco de vergüenza relata que cuando cumplió 17 años lo celebró en un local del centro comercial San Ignacio, sin que nadie le pidiera la cédula de identidad, y comprobara que no tenía edad para beber. «Tomamos una especie de tubos de ensayo con bebidas de colores, muy bonitos y dulces, pero sólo sé que terminé bailando sobre la barra con mis tres mejores amigas. Fue horrible». Tomó por primera vez cuando tenía 14 años de edad, en octavo grado, y ahora, con casi 20, ha descubierto que tiene poca resistencia al alcohol. «Con dos cervezas ya me pongo alegre, y la verdad no me gusta estar borracha porque pierdo el control».

Las gracias del borracho

En 2005, de 23.700 accidentes de tránsito, 1.194 se debieron al consumo de bebidas alcohólicas. Para Simón Pineda, presidente de la Fundación José Félix Ribas y coordinador del Programa de Salud Mental del Ministerio de Salud, el alcohol es también uno de los principales ingredientes de la violencia. «El abuso de drogas legales es quizás mucho más importante por la morbilidad».

El alcohol esta involucrado en accidentes de tránsito, homicidios, suicidios y peleas violentas; embarazos no deseados, contagio de infecciones venéreas y también en conflictos familiares y deserción escolar, enumera.

Cuando los jóvenes llegan al bachillerato ya han vivido su primera borrachera. Según Pineda, en el país la edad de inicio en el alcohol es a los 13 años. «Socialmente es permitido, familiarmente no es condenado, porque económicamente es inducido. Es la droga de inicio más común, antes que el cigarrillo», así analiza el psiquiatra la penetración que tienen las bebidas espirituosas en un país donde cada año se venden 1.760 millones de litros de cerveza, según reportan las industrias del ramo.

David Santiago empezó a tomar licor, precisamente, en séptimo grado. Ahora, con 15 años de edad, cada vez que organizan una fiesta, bebe en casa de sus amigos. «Entre todos compramos cerveza, whisky o ron, para hacer Cuba libre. A veces tomamos las botellas que encontramos en los bares de las casas. Los papás nos dicen que no bebamos tanto, pero ellos están por un lado y nosotros por otro». Sin problemas compran lo necesario en las licorerías cercanas.

Ni Miguel -que confiesa que ahora que está en vacaciones bebe de lunes a lunesni Lucía ni David dan muchas razones por las cuales consumen licor con frecuencia. «Por diversión, porque me gusta», dicen. Sin embargo, la difícil adolescencia suele determinar la predisposición de los jóvenes a ver en el alcohol un ritual hacia la madurez.

«Hay que hacer que los chamos entiendan que no van a ser adultos o mejores si consumen más alcohol, hay que darles herramientas para que puedan resistir la presión del grupo, porque suponen que el alcohol de alguna manera les va a redundar en beneficios, en la posibilidad de desinhibirse para bailar o para conquistar a una muchacha. La familia debe estimularle la seguridad en sí mismo, para que no la busque en los tragos», recomienda Pineda Al beber, refiere el especialista apoyado en la medicina china, se pasa por tres fases: la del mono, cuando todos se ríen de sus gracias; la del toro, en la que embiste contra el mundo y se pone violento; y la del cerdo, que se revuelca en estiércol. «No hay que reírse de las gracias del borracho, ni dejar que se convierta en toro o en cochino».

Mezclas explosivas

A Lucía le preocupa mucho la, a veces, indescifrable receta de las guarapitas. «He visto cómo le echan hasta ocho frascos de benilín, un jarabe para la tos, a la guarapita. Y lo hacen sólo para hacer más fuerte la pea, pero maltripean muchísimo», cuenta.

Entre los depresores del sistema central están los opiáceos, presentes en los jarabes para la tos, como la codeína, y otros como la heroína, que usan para drogarse, explica Jaime Vegas, médico toxicólogo. «En realidad, al ingerir una mezcla de esas sustancias con el alcohol se genera una sensación de placer intenso, es una especie de anestesia», agrega.

Más allá de las sensaciones, Vegas alerta sobre el peligro de esas mezclas porque pueden conducir a adicciones a drogas ilícitas, ya que se crea el hábito de que el alcohol es la excusa para consumir la droga.

Las bodegas de las licorerías ofrecen una extensa variedad de licores para armar las rumbas. Las que más toman son las sucedáneas a refrescos, como los combinados de vodka, limón y soda; la cerveza y los combinados de frutas y aguardiente, que en algunas marcas traen incorporadas plantas solanáceas, como la campanita.

Como es una bebida dulce, la glucosa que contienen las guarapitas influye en la absorción del alcohol y produce una sensación de gusto que estimula el consumo, explica.

«Vivimos en una sociedad que es bebedora de licor, en cada esquina hay una licorería, porque es la recreación más económica, por eso hay que estar claro que si quiere que sus hijos no tomen licor, no debe enseñarles a tomar en casa». Es un frontera difusa, pero es deber del bebedor y su entorno identificar en qué copa se cruza el umbral de llegar sano y salvo a casa, y cuándo la diversión esconde una dependencia del alcohol.