La presente la investigación persigue entender y
profundizar en los motivos que llevan a embriagarse
a las y los adolescentes, para mejorar así
las campañas dirigidas a reducir los perjuicios
inmediatos de esa práctica. Con ese objetivo,
Coleman y Cater optan por una perspectiva cualitativa que, mediante entrevistas individuales en
profundidad, permite a las chicas y chicos expresar
su relación con el alcohol y las razones por las
que beben sin control en determinadas ocasiones.

El estudio, realizado en el sur de Inglaterra,
toma como muestra a 64 adolescentes de entre
14 y 17 años que se han emborrachado alguna
vez. El uso previo de un breve cuestionario en
centros educativos permitió –además de recoger
información complementaria sobre pautas y episodios
de embriaguez– acercarse al colectivo en
cuestión y solicitar voluntarios-as. Otra manera
de conseguir informantes fue a través del personal
de los servicios sociales comunitarios. Se
puso especial cuidado en garantizar la necesaria
diversidad de las personas entrevistadas en
cuanto a edad, sexo y frecuencia de consumo
excesivo de alcohol.

La primera conclusión del estudio es que la
mayoría de los-as adolescentes se emborracharon
deliberadamente y disfrutaron de ello. Así se
deduce de las motivaciones reseñadas, que se
pueden agrupar en tres categorías bien conocidas.
En primer lugar, está el papel que se atribuye
al alcohol como elemento que favorece las
relaciones sociales. La mayoría de estos-as chavales-
as confesó que beber en exceso les proporcionaba
una mayor confianza en sí mismos-as, lo
cual facilitaba la creación, o el refuerzo, de lazos
de amistad, e incrementaba las posibilidades de
tener una relación sexual. En este sentido, cabe
resaltar que, entre las personas consultadas, las
personas embriagadas eran percibidas como
más receptivas a las proposiciones sexuales.
Una segunda categoría consistiría en lo que
Coleman y Cater llaman «beneficios personales»:
embriagarse es considerado una vía de escape,
una experiencia excitante, o, simplemente, «algo
que hacer». Por último, el abuso del alcohol se
justifica por el contexto social. En ese sentido, a
juicio de los autores, la borrachera se percibiría
como una conducta socialmente aceptable e,
incluso, como un rito de paso ineludible en la
transición hacia la edad adulta. La influencia del
grupo de iguales es notable, bien como presión
directa (algo destacado sobre todo entre los
chicos y chicas más jóvenes), bien como modelo
que imitar. A tenor de las entrevistas, unirse al
consumo del grupo repercutía también en una
mejora de la imagen y el prestigio social que
cada joven se autoatribuye.

En el capítulo de las consecuencias, la
mayor parte de los-as entrevistados-as reconocieron
haber sufrido algún perjuicio derivado
del consumo desmedido de alcohol, ya
fuera en términos de salud, ya de seguridad.
Entre los daños relativos a la salud, destacan
las experiencias sexuales de las que luego
se arrepentían, las heridas provocadas por
accidentes o peleas, y los efectos de resacas,
náuseas e intoxicación, entre otras. Respecto a
la seguridad, los-as adolescentes desarrollaron
comportamientos de riesgo tales como volver
solo-a a casa, participar en peleas o viajar en
vehículos conducidos por personas ebrias.

En esta cuestión de las consecuencias,
Coleman y Cater señalan algunas diferencias
significativas entre subgrupos de adolescentes.
De un lado, las chicas confesaban en
mayor proporción haber sufrido intoxicación
etílica y arrepentirse de las relaciones sexuales
mantenidas en ese estado; los chicos, en cambio,
tendían a reseñar más enfrentamientos.
De otro, las y los informantes más jóvenes
(sobre todo quienes tenían 14 ó 15 años) y
quienes bebían en lugares con menor vigilancia
de personas adultas mencionaron mayores
daños a causa del alcohol. Finalmente, quienes
se emborrachaban buscando la excitación citaron
más consecuencias negativas que quienes
lo hacían por mejorar las relaciones sociales.
En vista de que los-as adolescentes de la
muestra se embriagaban por placer, el equipo
investigador defiende las políticas orientadas
hacia el consumo responsable. En su opinión,
pretender acabar con el consumo excesivo es un
esfuerzo vano, por lo que se inclinan por articular
medidas tendentes a reducir los efectos
perniciosos de esa práctica. Así, apuestan por
campañas que enseñen a los chavales y chavalas
a enfrentarse a las consecuencias de la bebida,
y a mantener los consumos bajo control. Otra
línea de actuación pasaría por crear lugares
donde los y las menores de edad pudieran beber
de manera más segura, aunque reconocen que
esta idea requeriría de estudios adicionales.
Asimismo, consideran que sería preciso cambiar
la cultura del alcohol, tarea en la que deberían
participar, entre otros muchos agentes, las
empresas fabricantes de bebidas alcohólicas.

Como medidas concretas, sugieren la prohibición
efectiva de la publicidad dirigida a menores,
nuevas formas de regulación del consumo entre
las personas adultas (por ejemplo, prohibiendo
las happy hours) y la incorporación de la educación
sobre el alcohol en el currículo escolar.

COLEMAN, L. Y CATER, S.

Underage ‘binge’ drinking: a qualitative study
into motivations and outcomes. Drugs: Education,
Prevention and Policy, vol. 12, n.º 2, pp. 125-136,
2006.