Por diversos motivos, no siempre del todo científicos,
la mayoría de investigaciones e intervenciones
centradas en adolescentes considerados
muy vulnerables o de alto riesgo tienden a localizar
estos grupos en áreas geográficas o estratos
sociales marginales. La escuela, sin embargo,
raramente se ha considerado un espacio relevante
para su identificación o intervención, probablemente,
entre otras razones, porque siempre
se ha atribuido a este colectivo un elevado índice
de absentismo y abandono escolar prematuro.

Sin llegar a refutar completamente estos presupuestos,
los autores de este artículo sostienen,
con todo, su carácter limitado y llaman la atención
sobre el carácter, quizás excesivamente
estandarizado, de las medidas educativas y de
prevención que se están llevando a cabo en
la escuela. Los resultados de su investigación,
basada en un estudio longitudinal prospectivo a
lo largo de cuatro años escolares, así lo sugiere,
ya que muestra la existencia de grupos de alto
riesgo, con consumos muy tempranos y prolongados,
también, entre los adolescentes que
acuden regularmente al colegio.

El estudio, desarrollado por tres investigadores
de la Universidad de Belfast, se basa
en una encuesta llevada a cabo durante cuatro
años consecutivos en diversos centros educativos
de Irlanda del Norte. Dirigida a alumnos
que, en un inicio contaban con una edad de 11-
12 años, durante este período la encuesta llegó
a acumular las respuestas de 4.000 estudiantes
pertenecientes a más de cincuenta centros
educativos. En el cuestionario utilizado, se
recogió tanto información relativa al consumo
de drogas y sus consecuencias, como referente
también al comportamiento escolar, a determinadas
conductas antisociales o delictivas y
a la relación entre padres/madres e hijos/as.
Finalmente, y a partir de toda la información
recopilada, se seleccionaron para su análisis dos
grupos: el subgrupo «cannabis» y el «no-cannabis».

En el primero, identificado como grupo de
alto riesgo, se agruparon todos aquellos adolescentes
que desde la primera hasta la última
encuesta, es decir, desde los 11 hasta los 15
años habían mantenido un consumo continuado
de cannabis. En el subgrupo «no-cannabis», por
el contrario, estaban todos aquellos que nunca
lo habían probado. Ambos grupos, extremos
entre sí, constituían una muestra de 1.355
estudiantes, 90 de los cuales, pertenecían al
grupo «cannabis», en su mayoría formado por
adolescentes varones (81%).

Como no podía ser de otra forma, la
investigación revela una enorme brecha entre
ambos grupos, con patrones de consumo y
comportamiento muy diferenciados a lo largo
de los cuatro años analizados. Las diferencias
entre ellos son patentes, por ejemplo, en cuanto
al consumo de tabaco y alcohol, volviéndose
aún más acusadas en el uso de drogas ilegales.
La evolución que presentan ambos grupos en
cuanto al consumo de drogas también difiere
ostensiblemente. Mientras en el subgrupo «no-cannabis»
el consumo de tabaco y alcohol crece
con los años, hasta llegar a tasas del 39% y del
84%, respectivamente, en el grupo «cannabis»,
la prevalencia se mantiene invariable y es prácticamente
del 100% en todos los años analizados.

Dentro de este grupo, aumentan sin embargo,
y de forma preocupante, los consumos de
disolventes y éxtasis: en el cuarto año, el grupo
«cannabis» alcanza prevalencias del 59% y 33%
respectivamente, registrando unos incrementos,
respecto al primer año analizado, del 79% y
230%. El grupo «no-cannabis», por el contrario,
no sólo registra consumos mucho menores, sino
que, además, éstos se mantienen estables.

Además de por sus consumos, ambos grupos
presentan también importantes diferencias
en cuanto a su conducta. En este sentido, y alejado
de una explicación causal, el estudio muestra,
en consonancia con la literatura existente,
que las actividades delictivas son mucho más
frecuentes en el grupo «cannabis»: a lo largo de
estos cuatro años un 60% de ellos ha robado en
tiendas, el 17% ha cometido robos con allanamiento
y algo menos del 20% se ha visto involucrado
en robos de coches. Finalmente, también
se observan diferencias significativas en ambos
grupos en lo que respecta a la relación que
mantienen con sus padres –más débiles y deterioradas
en el caso del subgrupo «cannabis»– y
las actitudes que presentan hacia la escuela.

Más allá de las evidentes diferencias que
presentan uno y otro grupo y de su particular
trayectoria, el principal hallazgo de este estudio
reside, según sus autores, en haber detectado
la existencia de un grupo de adolescentes, con
consumos problemáticos y, por tanto, de alto
riesgo, que hasta ahora había permanecido
«oculto» para la mayoría de las intervenciones
dirigidas a jóvenes vulnerables. Es en relación
a este grupo de jóvenes de alto riesgo que los
autores de este estudio demandan medidas
más eficaces de intervención temprana y, sobre
todo, estrategias más directas dentro de los
programas de intervención escolar.