En una nota escrita en marzo, solicité atención para el modo de informar sobre la compleja cuestión de las “drogas”, la cual abarca su prevención (se la está adelantando en forma susceptible de críticas en nuestro país), el tratamiento de los dependientes (a lo que se destinan recursos menos que mínimos) y el área de la producción y el tráfico, tan ‘a lo Hollywood” abordada.
Aquella nota, fracasada en su propósito, se abría reproduciendo la forma cómo se presenta en los medios escritos y audiovisuales, también en los radiales, la detección de un sitio de microtráfico y la captura de miniconsumidores. A los textos por lo general se los acompaña con una estereotipada gráfica en la que tras una mesita, sobre la cual hay “presuntos envoltorios presuntamente contentivos de presunta marihuana o cocaína”, aparecen uno o más venezolanos y venezolanas humildes, por lo general aindiaditos o muy trigueños, posando al lado de sus captores o del jefe que los exhibe como trofeos de guerra.
Eso es lo cotidiano. Pero no corresponde a un modo idóneo de dar ese género de información, ni por parte de los cuerpos policiales ni por parte de los medios. Un periodista conocedor de lo esencial avanzado en cuanto a drogas no lo escribiría ni lo fotografiaría así. Un medio consciente de la naturaleza crítica, peliaguda del fenómeno, lo tratará de modo muy distinto.
Comprobado el fracaso mundial de “la guerra contra las drogas”, la triada producción y tráfico cartelarios más consumo adictivo exige de las autoridades, pero sobre todo de los gremios de comunicadores y de los medios comunicacionales, el suministro de la información necesaria con la calidad necesaria. Ante asunto de tanta gravedad, en el que el nororiente venezolano está cogido hasta el cuello, cabe volver a reiterar a los medios regionales la promoción por iniciativa propia de un acuerdo conjunto para atenderla.
¿Por qué no se dictan charlas o se realizan talleres orientados al cambio en la información sobre drogadicciones? La comunidad y sus organismos públicos y privados han de hacerse intensamente activos –mas no al servicio de nada que no sea la acción antiadictiva– en el reclamo y la práctica de mucha más prevención, más tratamiento, más posibilidades d inserción social a los reeducados.
En cuanto a prevención, si no se echa a un lado toda imposición sectaria, no se podrá avanzar. Si se va con banderas politiqueras a hacer prevención, es obvio que se generará rechazos. El sectarismo es la peor de las adicciones. Lo sano, lo cuerdo, lo humano es la suma de esfuerzos en la pluralidad social. Y llamar a hacerla es misión de los medios conscientes de que la prevención del consumo adictivo debe tener prioridad, pero sin menospreciar las demás facetas del problema y, sobre todo, tratándolas de modo acertado. Ya hay bastantes experiencias nacionales e internacionales dignas de tomar en cuenta que deben tomarse en cuenta. Traerlas a cuento, pero no para echar cuentos.