Olivier Ummel empezó a tontear muy pronto con las drogas en su Suiza natal. «No es que tuviera problemas con la heroína. Tomaba éxtasis, anfetaminas, LSD… hasta que a los 21 años tuve una sobredosis y me quedé en coma», relata con la serenidad que le da haber superado aquello y haber llegado a cumplir los 40. Hace cinco años que Olivier decidió establecerse en Ibiza. Cuenta que nada más llegar a la isla tuvo la oportunidad de acudir a una rave, una fiesta repleta de música electrónica y estupefacientes, como aquella en la que se quedó en coma. Así pudo constatar que las cosas han cambiado poco con el tiempo y que los jóvenes de la isla asisten a ese mismo tipo de eventos en los que se siguen consumiendo exactamente las mismas drogas que le pusieron al borde de la muerte.
«Entre los 15 y los 18 años abusé del alcohol, de la marihuana y de los productos sintéticos como la cola y el detergente para manchas. A partir de los 18 comencé a consumir heroína, LSD, éxtasis, anfetaminas y cocaína. Cada fin de semana los amigos y yo nos íbamos de fiesta, haciendo a veces muchos kilómetros con el coche. Realmente no me acuerdo de las numerosas veces que he conducido bajo los efectos de sustancias como el alcohol, la heroína o el LSD», relata Ummel en su libro. Sin embargo asegura que no pretende aleccionar a nadie: «Cada uno tiene que vivir sus propias experiencias, aunque a algún joven puedo ayudar a ver las cosas más claras. En el libro no les digo lo que deben o no hacer, simplemente pueden comprobar ellos mismos cuáles son las consecuencias de entrar en esta locura que son las drogas. El texto es un ejemplo, describo lo que me ocurrió, pero no doy consejos».

El «accidente»: encefalograma plano

El relato de lo que él llama su «accidente», el día que sufrió la sobredosis, es para él un ejemplo de la espiral en la que viven inmersos muchos otros. «Un fin de semana mientras hacía el trayecto hasta aquella bella ciudad [a la que acudía con frecuencia para asistir a fiestas electrónicas], decidí hacer un alto en el camino para ingerir media pastilla de LSD. Al llegar a la fiesta mis amigos me esperaban con una bebida mezclada con éxtasis puro y anfetaminas. La tomé y entré. Dos horas más tarde pasé al baño y me miré en el espejo. Entonces me di cuenta de hasta qué punto estaba colocado. Tenía las pupilas totalmente dilatadas. En ese momento entró un chico en el baño y me ofreció cocaína. Acepté, tomé una raya enorme y volví a la fiesta. A partir de allí no recuerdo nada. Perdí el conocimiento», relata Olivier. 

Su odisea no terminó ahí, aunque de lo que ocurrió el resto de ese día no se acuerda y describe lo que más tarde otros le explicaron: «Luego me contaron que me había peleado con alguien, yo que nunca peleo, y que me había tirado al suelo golpeándome voluntariamente la cabeza contra él. Vinieron unos agentes de policía y me detuvieron. Con ellos también forcejeé. Me llevaron primero al psiquiátrico, pensando que estaba loco; allí se dieron cuenta de que me encontraba bajo los efectos de una enorme sobredosis de drogas, así que decidieron llevarme al hospital. Primero al de la ciudad en la que nos encontrábamos, como allí no disponían de los medios adecuados para tratar este tipo de casos fui trasladado en helicóptero a un hospital más importante. En el trayecto caí en coma».
El protagonista de este trance resume cómo acabó su sobredosis en unas pocas líneas. Al llegar al hospital le conectaron «a diversas máquinas» porque algunos de sus órganos habían dejado de funcionar, asegura que su encefalograma era plano, que estaba clínicamente muerto pero su corazón seguía latiendo. Tres semanas y un día después se despertó.

Del coma explica que tenía «sueños» muy largos y que cuando «nació por segunda vez» estaba confuso, no podía hablar ni moverse ni comer ni hacer sus necesidades solo. Tres meses más tarde salió del hospital, pero no había superado sus problemas con las drogas. Había perdido 25 kilos y estaba muy débil, pero dio un concierto con su banda a las dos semanas de recibir el alta médica. Aquel mismo invierno se fue a esquiar. Todavía tardó un tiempo en dejar los estupefacientes. Se despidió de ellos en otra rave. Lo último que probó fue media pastilla de éxtasis.

Asegura que hace dos años se levantó una mañana con unas ganas irrefrenables de escribir. «Al principio lo hice para mí, quería sacar todo lo que llevaba dentro», confiesa. Y empezó una pequeña autobiografía a la que puso por título ´El despertar de una gota de luz´. En ella habla de su infancia, de la forma en que entró en contacto con las drogas, de su paso por un grupo de música gótica en el que tocaba la guitarra, de su experiencia como trabajador de la construcción en los Pirineos y de su actual vida como jardinero en Ibiza. Además incluye muchas reflexiones personales y los poemas que escribió mientras trabajaba en una empresa suiza de reciclaje y valorización de basura. Una amiga le convenció de que sus experiencias podían resultar útiles para muchos jóvenes que flirtean ahora con el éxtasis o la cocaína y decidió publicarlas. Su libro ha visto la luz este año. La de la creación literaria parece haber sido una experiencia satisfactoria para Olivier, que anda ya enfrascado en su segunda obra, una novela.