No sólo fueron las calles de Argentina las que se repletaron de cesantes afectados por la devaluación y la crisis económica. Los casinos también se llenaron de hombres y mujeres desesperados, que por ver en los juegos de azar la única solución a sus problemas, terminaron transformándose en jugadores compulsivos, según publicó el diario trasandino «La Nación».

Alejandra, a sus 33 años, estaba completamente en la ruina. Con dos hijos y sola, tenía 15 créditos impagos, lo que la hizo falsificar firmas, perder a sus amigas e incluso llegó a robarle a su madre. Ahora, con la ayuda de Jugadores Anónimos (JA) lleva tres años y diez meses sin jugar. «Cuando llegué éramos dos mujeres entre veinte hombres. Hoy somos mitad y mitad», contó al mismo periódico.

El juego compulsivo no discrimina sexo ni edad, y es reconocido como patología por la Organización Mundial de la Salud. En terminología médica, se le llama ludopatía. «Es una enfermedad emocional y progresiva que no se cura, pero puede detenerse», dijo Mario, un comerciante de 41 años que comenzó a jugar en su viaje de estudios a Bariloche, ocasión en que perdió todo el dinero de su estadía.

La devaluación y la falta de créditos fueron factores detonantes en el aumento de jugadores que creían que, haciéndolo, iban a mejorar sus problemas económicos. Además, la proliferación de bingos y máquinas de tragamonedas cambió el perfil del jugador, aumentando enormemente el número de mujeres y jóvenes que encontraban cualquier excusa para asistir a a los locales de juegos que estaban abiertos desde la mañana.