Borja y María (nombres ficticios) son padres de un preadolescente. Tiene once años y su relación en la familia es buena. Pero Borja y María son conscientes de que, en unos pocos años, su hijo querrá salir con los amigos y se enfrentará a la posibilidad de consumir drogas, tanto legales (alcohol y tabaco) como ilegales (cánnabis, anfetaminas…) Es una posibilidad que, como a todos los padres, les aterra y preocupa. Por eso no dudaron en apuntarse al curso «Preparando un futuro libre de drogas» organizado por la concejalía de Sanidad.

El psicólogo Gregorio Verano, coordinador del Plan Municipal sobre Drogas, se ha encargado de adaptar a la realidad asturiana los contenidos del seminario, redactado inicialmente por dos profesores de la Universidad de Washington y pensado para su uso en Estados Unidos. «En la sociedad actual, la familia es el elemento más efectivo para la incorporación de valores. El joven está vinculado a la familia porque es un grupo donde él quiere y es querido. Los padres deben dar oportunidades a los hijos para desarrollarse, darles habilidades. Entre ellas, el reconocimiento de lo que está bien y también de saber lo que está mal y cómo reaccionar. En este proceso, el diálogo entre padres e hijos es la herramienta fundamental», explica Verano. Un estudio de la FAD (Fundación de Ayuda contra la Drogadicción) aporta datos reveladores en este sentido. La elección del seminario no ha sido gratuita. El programa elaborado en la Universidad de Washington se viene aplicando desde el inicio de la década de los 80. Verano comenta que las evaluaciones realizadas (algunas diez años después de participar en el curso) demuestran que es el curso «más efectivo en toda el área de Estados Unidos y Canadá para reducir los comportamientos de riesgo». Es más, el trabajo de campo demostró que el consumo de drogas aparecía junto con otros síntomas de exclusión: fracaso escolar, embarazos no deseados…

La adaptación del programa no fue una tarea sencilla. Una vez adquiridos los derechos por el Ayuntamiento, a lo largo de 2002 Gregorio Verano trabajó en la versión española. En el curso 2002/03 se desarrolló una experiencia piloto con un grupo de padres del Colegio Público El Quirinal. La valoración de los padres fue altamente satisfactoria.

En una tabla donde el 6 era la máxima puntuación, se daba un 5,61 al contenido; 5,33 al desarrollo; 5,89 al formador y un 4,40 a la preparación de habilidades. Ante el éxito, la concejalía de Sanidad (a la que en este mandato está adscrito el Plan Municipal sobre Drogas) decidió repetir la experiencia abriendo la convocatoria a padres de todos los centros del municipio.

En una sesión

Cada sesión se organiza de forma diferente, si bien todas son muy prácticas. Es uno de los aspectos más destacados del curso. El objetivo es enseñar unas habilidades sociales y el primer paso es practicarlas durante la formación. El horizonte es claro: llevar a la familia esas prácticas, sabiendo que, mientras dure el curso (también cuando termine), tanto el resto de padres como el propio Verano son un elemento de ayuda.

Este diario solicitó permiso para acudir a una clases. Los padres autorizaron la presencia, aunque con la condición de permanecer anónimos para evitar cualquier tipo de malentendido.

Las sesiones se organizan en dos horarios, de mañana y tarde, para facilitar la participación. Aunque el horario no se modifica, se permite, de forma excepcional, que los padres cambien de mañana a la tarde, o viceversa, para facilitar la asistencia. Esas facilidades no evitan que las mujeres copen la matrícula.

Las sesiones empiezan puntualmente. Al inicio, Verano reparte material de referencia. Un folleto de la FAD sobre las drogas («conociendo las características de las sustancias ganaréis credibilidad ante vuestros hijos, no podéis decir que las anfetaminas provocan cáncer de pulmón porque es mentira») y otra guía sobre las características de la preadolescencia. «Está escrita de forma clara y se responde a las preocupaciones de los padres con un lenguaje sencillo. Antes era más abierto, claro, era un niño y es una época diferente; en mi época no éramos así y tenemos que saber que no estamos en nuestra época, sino en la suya».

A continuación pregunta por las actividades propuestas en la sesión anterior. Con cada tema se fijan una serie de ejercicios que pueden desarrollarse en la familia («siempre con la televisión apagada»). Es la parte fundamental, pues el objetivo de esos «deberes» es fortalecer el diálogo entre padres e hijos. Es decir, crear en la familia unos lazos de diálogo y emocionales que permitan a los menores saber rechazar los comportamientos de riesgo. La práctica debe repetirse. «Para adquirir una nueva habilidad necesitamos tiempo. La práctica nos permitirá ser más capaces», explica Verano que, según avanza la sesión, genera un ambiente de confianza y rompe la distancia entre monitor y alumnos.

En este caso, el ejercicio consistía en hablar sobre hábitos saludables. Entre los diferentes retos que deben abordarse está la necesidad de callar de los padres para permitir que los hijos hablen y sepan escucharles. Quienes realizaron el ejercicio comentan su experiencia. Todas son satisfactorias. «Nos llamó la atención sus ganas de hablar, de contar cosas», dice la madre de una niña de once años. «Tiene un hermano más pequeño, de ocho años, y se quejaba porque hablaba mucho», comenta otra familia.

El resto de la clase se centrará en el tema del día: rechazar comportamientos de riesgo bajo la presión de los amigos. Los padres se convierten en los hijos y comienzan a trabajar sobre el guión que, paso a paso, expone Verano. Concluye la sesión. En una semana volverán con los deberes hechos.